Los días sagrados de Rusia y el futuro Papa, entre la defensa de Kiev y las relaciones con Moscú
La tregua por la Gran Victoria es un juego de roles, en el que Putin quiere prolongar los tiempos de las negociaciones y aparecer como vencedor. El cuarto desfile desde el comienzo de la invasión de Ucrania, en la solemnidad del 80 aniversario del fin del conflicto contra la Alemania nazi. La "preocupación por Rusia” entre los cardenales en el Cónclave. El patriarca ortodoxo exhibe el “paraíso ruso” contra las devastaciones de la guerra.
Por una singular coincidencia de acontecimientos humanos, a la vez dramáticos y gloriosos, el presidente ruso Vladimir Putin ha anunciado un “triduo de tregua” desde la medianoche del 7 de mayo hasta la del 9 de mayo, en coincidencia con las celebraciones por la Gran Victoria en la Plaza Roja de Moscú, y precisamente cuando estará sesionando el Cónclave para elegir al sucesor del Papa Francisco y 267º de san Pedro. La primera y la tercera Roma se unen para gloria del pontífice y del emperador, asegurando, al menos de palabra, al nuevo Papa una visión de paz, tan anhelada y auspiciada por su predecesor argentino. En efecto, a menos que se presenten complicaciones inesperadas, antes de que termine la tregua, Roma y la Iglesia entera verán asomarse desde el balcón de la basílica al nuevo apóstol de la paz universal, vestido de blanco y (quizás) con el manto rojo en memoria de la sangre de Cristo y de los mártires.
La decisión “pacifista” de Putin ciertamente no es en honor a la elección del Papa, porque fue declarada antes de que se anunciara el comienzo del Cónclave, y de todos modos el respeto debido al jefe de los católicos no disminuye en el zar de Moscú la sensación de que él mismo es el verdadero jefe de la Iglesia universal. Si el presidente estadounidense Donald Trump afirmó bromeando que se consideraba el más adecuado para el papel de pontífice, el ruso parte de la sagrada profesión de la “sinfonía” del trono y el altar que se remonta a los orígenes bizantinos, y ha sido exaltada por Rusia desde la Edad Media como el liderazgo conjunto del emperador y el patriarca, el uno para proteger a la Iglesia de los peligros, y el otro para declamar las verdades de la fe. En la historia rusa, desde el primer zar Iván el Terrible, pasando por las hazañas de Pedro el Grande, Catalina II, Alejandro I y el “zar rojo” Josif Stalin, en realidad el verdadero líder de la Iglesia es precisamente el emperador. Y se considera que Rusia es el único guardián de la verdadera fe para el mundo entero, tal como se repite actualmente con la proclamación de los “valores tradicionales rusos morales y espirituales”, a los que ya ni siquiera los católicos son capaces de adherir.
Naturalmente la tregua de Putin es parte del juego de roles, en el que Rusia intenta por todos los medios prolongar los tiempos de las negociaciones para mostrarse como “vencedor” desde el palco sobre el mausoleo de Lenin durante el desfile de la Victoria moscovita contra todos los males del mundo. Los ucranianos consideran que la propuesta rusa es una “manipulación” y piden más bien un alto el fuego de al menos 30 días, o como dijo el ministro de Relaciones Exteriores Andréi Sibiga, “si Rusia realmente quiere la paz, que deje inmediatamente de atacar las ciudades ucranianas”. El Kremlin obviamente evitó responder, porque “una tregua de un mes es imposible sin tener en cuenta todos los detalles”, como afirmó el portavoz Dmitri Peskov. Los “detalles” se refieren a las pretensiones rusas sobre todos los territorios ocupados, y por lo tanto se vuelve siempre al punto de partida.
Será el cuarto desfile de la Victoria desde el comienzo de la invasión de Ucrania, en la solemnidad del 80 aniversario del fin de la guerra contra la Alemania nazi, que Rusia pretende sea reconocida como mérito exclusivo de los soviéticos. La guerra en Ucrania, mientras tanto, ya ha superado el número de muertos y heridos rusos desde 1945 hasta hoy en todos los conflictos mundiales, tratando de repetir la experiencia de la batalla de Stalingrado y el asedio de Leningrado, los “sacrificios heroicos” que hacen de Rusia el país-mártir victorioso, como si el verdadero triunfo solo pudiera reflejarse en la autodestrucción. Ya se había proclamado una tregua en los días de Pascua, que no se respetó realmente, aunque como dicen algunos soldados en el frente, “no hubo una verdadera calma, pero por lo menos parecía todo un poco más tranquilo”. Los civiles en Ucrania esperan de todos modos una tregua de cualquier duración, “uno, tres o treinta días, ¡con tal de que no se nos caiga el techo encima!”, como informan las investigaciones de Currenttime.
Según el politólogo Ivan Preobraženskij, “Putin solo quiere celebrar el desfile sin disturbios y también enviar alguna señal a Trump, para evitar que Estados Unidos se retire por completo de las negociaciones, ya que Rusia hasta ahora solo parece obtener ventajas de la intervención de los estadounidenses”. La proclamación unilateral de la tregua, por lo demás, demuestra que Rusia puede poner fin al conflicto en cualquier momento, porque es la principal responsable, y Trump sigue “enganchado en la trampa” de Putin, con la esperanza de obtener algún resultado que Rusia deja entrever, sin realmente actuar en consecuencia. El mismo presidente estadounidense tuvo que reconocer que “Putin me está tomando el pelo”, haciendo subir a su amigote estadounidense por los peldaños de la escalera que le ha puesto delante, para acordar en cada escalón alguna mínima concesión, sin llegar nunca a la cima.
El experto internacional Dmitrij Levus considera que la tregua de Putin solo es “una medida propagandística de cara a la fiesta de la pobedobesie, la ‘obsesión por la victoria’, y no un verdadero progreso en las negociaciones de paz”, y que es necesario “mostrar a todos el verdadero rostro de Putin y de la Rusia de hoy” sin ceder a sus manipulaciones. La preocupación por Rusia obviamente no puede estar ausente en los debates de las congregaciones de cardenales de cara al Cónclave, en busca del enfoque más adecuado para dar al nuevo Papa la posibilidad de intervenir con eficacia, recordando los esfuerzos del Papa Francisco para defender a Ucrania y, al mismo tiempo, no romper del todo las relaciones con Moscú.
En esta delicada tarea, obviamente quien tiene más conocimientos es el secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin, el candidato más probable y más natural para dar continuidad a la Ostpolitik bergogliana, aunque no salga del Cónclave vestido de blanco. Otro de los favoritos es el arzobispo de Bolonia, Matteo Maria Zuppi, mediador en las negociaciones humanitarias entre Moscú, Kiev, Beijing y Washington, experto en iniciativas de paz desde los tiempos de su intervención en Mozambique junto a la Comunidad de San Egidio, de la que fue asistente eclesiástico, y que siempre ha mantenido relaciones de gran amistad con el patriarcado de Moscú. El polaco-canadiense Michael Czerny y el cardenal polaco Konrad Krajewski son algunos de los que más se han esforzado para apoyar a la “martirizada Ucrania” y conocen bien el “mundo ruso”, lo mismo que muchos otros purpurados de etnia eslava o cercana a los rusos, como los polacos Kazimierz Nycz, Grzegorz Ryś y el casi octogenario Stanislaw Rylko, que todavía puede ser elector pese a que le faltan pocos meses para alcanzar la edad de exclusión. También cabe citar al lituano Rolandas Makrickas, al croata Josip Bozanić, al húngaro Peter Ërdo, al serbio Ladislav Nemet y al bosnio Vinko Pulić, por no hablar del joven ucraniano-australiano Mykola Bychok, mientras que los católicos de Asia Central estarán representados por el cardenal italiano Giorgio Marengo, símbolo de las “Iglesias periféricas” del Papa Francisco por su misión en Mongolia.
Todos los cardenales asiáticos tienen, por diversos motivos, muchas experiencias de contacto con la Rusia euroasiática, como también ha ocurrido en los últimos años con los cardenales africanos, vista la iniciativa del patriarcado de Moscú de abrir parroquias rusas en África para sustraerlas a los “cismáticos” del patriarcado griego de Alejandría, partidario de la autocefalia ucraniana. Los estadounidenses también tienen la posibilidad de evaluar más de cerca los efectos del vals entre Putin y Trump, que en este momento ocupa el centro de la geopolítica actual. Un gran conocedor de la cultura, la lengua y la espiritualidad rusa es el prefecto del Dicasterio para las Iglesias Orientales, el italiano Claudio Gugerotti, quien fue nuncio en el Cáucaso, en Bielorrusia y en Ucrania, especialista en el Oriente eslavo desde los estudios de su juventud, y tampoco se puede olvidar al prefecto del Dicasterio para la Unidad de los Cristianos, el suizo Kurt Koch, que desde hace años lleva adelante el diálogo ecuménico con los ortodoxos rusos. Por último, uno de los candidatos más recordados por la prensa es el cardenal italiano Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén, el lugar sagrado de todos los cristianos, donde los rusos siempre han mantenido una presencia muy activa e intensa.
Al Sacro Colegio no le faltan, por lo tanto, las capacidades y la experiencia para orientarse en esta delicada relación con la Iglesia moscovita y el emperador del Kremlin, que tiene la pretensión de imponerse a nivel universal en el campo militar, político y religioso. El patriarca de Moscú Kirill (Gundjaev) visitó hace pocos días el festival del “Regalo de Pascua” en el parque Kolomenskoye de la capital rusa, una iniciativa de beneficencia que incluye un mercado vintage, muestras de coleccionistas y un taller creativo de las universidades de Moscú, así como la “feria de la miel”, para celebrar "la belleza y la dulzura” de la nueva vida en Rusia. Para ilustrar las tradiciones de la fiesta de Pascua en Rusia y en el mundo se expusieron las obras más preciadas de épocas pasadas, como los huevos de Pascua de porcelana, madera y vidrio, y una serie de postales nacionales y fotografías de principios del siglo XX, discos retro con actuaciones de coros de distintas iglesias y conciertos de campanas de todas las iglesias de Rusia.
El patriarca trata de mostrar el “paraíso ruso” en contraste con la devastación de la guerra. Recordó su primera visita a la capital en el lejano 1955 y elogió especialmente la construcción de cientos de nuevas iglesias ortodoxas en Moscú, “ciudad heroica” en la resistencia contra el nazismo junto con Leningrado y Stalingrado, donde hoy se destaca la cúpula grandiosa y amenazante de la catedral de la Victoria, construida hace cinco años para recordar el 75 aniversario del fin de la Gran Guerra, que hoy ya es el 80. Precisamente la edad máxima de los cardenales electores, nacidos providencialmente después del fin de las hostilidades más aterradoras del siglo pasado y llamados a dar una respuesta de esperanza y amor en las del nuevo milenio.
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