05/10/2025, 14.30
ECCLESIA EN ASIA
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Los mártires chinos 25 años después: las polémicas de ayer, el silencio de hoy

de Gianni Criveller

El 1 de octubre se conmemoró el importante aniversario de la canonización que fue decidida por Juan Pablo II y marcó el momento más conflictivo de las relaciones entre Beijing y la Santa Sede. Recordarlo quizás resulte incómodo en el diálogo actual con las autoridades de Beijing, pero la comunidad católica china tiene derecho a recordar y honrar a sus mártires, como todas las iglesias del mundo.

 

Milán (AsiaNews) - El pasado miércoles 1 de octubre se cumplió el 25º aniversario de la canonización de los 120 mártires de China, entre ellos Alberico Crescitelli, el único santo del PIME. El aniversario ha pasado en silencio, pero recuerdo el enorme impacto que tuvo en aquel momento en todos los involucrados en los asuntos de la Iglesia en China, incluyendo el entonces director del Centro PIME, el P. Giancarlo Politi.

La canonización había provocado una grave crisis entre la Santa Sede, la Iglesia católica y las autoridades políticas chinas, y probablemente el tema también resulta incómodo hoy. La Santa Sede está comprometida en implementar el acuerdo con Beijing de 2018 con la esperanza de obtener mejores resultados, y sin duda el tema de los mártires constituye, lamentablemente, un episodio conflictivo.

No podemos, creo, olvidar el valor espiritual, eclesial y evangelizador que la memoria de sus 120 santos mártires tiene para los católicos chinos. Las Iglesias del este y sudeste asiático, como las de Corea, Japón, Vietnam y Filipinas, celebran con devoción a sus santos mártires, promoviendo los lugares y las historias de su testimonio. En China esto no es posible. Aunque muchos consideran que esta imposibilidad resulta tan obvia que ni siquiera la consideran reprobable, me gustaría reiterar que la comunidad católica china tiene derecho a recordar y honrar a sus mártires, como todas las iglesias del mundo.

Los 120 mártires de China son 87 chinos (entre ellos muchachos y muchachas muy jóvenes) y 33 misioneros extranjeros, varones y mujeres. Las historias de estos creyentes y misioneros chinos abarcan un período de tres siglos: desde 1648 hasta 1930. La mayoría de ellos entregaron su vida durante la llamada Rebelión de los Bóxers (1900). Antes de emitir juicios apresurados, sería bueno conocer de cerca a cada uno de ellos. Se descubrirían historias ejemplares de personas que fueron simplemente leales a su fe en circunstancias dramáticas. La gran mayoría de ellos eligió conscientemente la muerte antes que renunciar a su fe.

Los hechos ocurrieron en contextos históricos y políticos muy diferentes entre sí y antes del advenimiento de la República Popular China. Aunque ninguno de los mártires fue víctima del actual orden político, el gobierno de Beijing reaccionó a estas canonizaciones de manera muy hostil. Los mártires fueron tachados de antipatriotas y víctimas de la propaganda extranjera. Los misioneros fueron tildados de imperialistas, y tres de ellos, entre los que se encontraba nuestro Alberico Crescitelli, fueron acusados de ser auténticos criminales. Además, las autoridades consideraron que la elección de la fecha del 1 de octubre, fiesta nacional de la República Popular China, era una provocación y un desafío.

En aquel momento yo prestaba servicio en el Holy Spirit Study Centre de Hong Kong, y elaboramos una amplia documentación que comentaba las implicaciones del asunto y profundizaba en la vida de los mártires y las circunstancias históricas de su martirio, respondiendo de manera documentada a las acusaciones denigrantes.

Los católicos chinos, tanto de las comunidades oficiales como clandestinas, honraron a los santos de diversas maneras y siempre de forma no pública. Recuerdo bien que en Hong Kong la comunidad católica, encabezada por el cardenal John B. Wu, celebró una solemne Santa Misa en honor a los santos a pesar de la invitación de los representantes de Beijing en la ciudad a hacerlo de forma 'discreta'.

Consciente de la reacción desfavorable de las autoridades de Beijing, durante la ceremonia de canonización en la Plaza de San Pedro Juan Pablo II afirmó que ese no era el momento de hacer análisis históricos o políticos, y que habría otros momentos para estudiar y reflexionar sobre lo que realmente había sucedido. En esta circunstancia, afirmó el Papa, la Iglesia sólo proclama las virtudes heroicas y cristianas de los santos mártires, "ejemplo de valentía y coherencia para todos nosotros y que honran al noble pueblo chino".

Posteriormente Juan Pablo II escribió una carta personal al entonces presidente chino, Jiang Zemin (se habían escrito otras cartas en ocasiones anteriores). En esa misiva específica el Papa explicaba que su intención había sido honrar al pueblo chino, y que la Iglesia no pretendía emitir un juicio histórico o político sobre situaciones complejas. Jiang Zemin no respondió.

La Santa Sede reiteró que la elección de la fecha no pretendía ser una falta de respeto hacia China. La persona que en aquel momento controlaba la agenda del Papa, es decir, el influyente secretario personal Stanisław Dziwisz, podría incluso no haber sido consciente del carácter sensible de ese día para el régimen chino. Dado que el 1 de octubre de 2000 era un domingo del Año Santo y fiesta de la patrona de las misiones, Santa Teresita de Lisieux, se había reservado para posibles canonizaciones desde 1998.

La canonización de octubre de 2000 marcó el punto más bajo en las relaciones entre el gobierno chino y Juan Pablo II, quien posteriormente hizo una última apertura a China con motivo del 400 aniversario de la llegada de Matteo Ricci a Beijing (24 de octubre de 2001). En su mensaje, el Papa afirmó que deseaba seguir el camino de Ricci, cuyo primer libro en China (1595) se titula significativamente Amistad. La Iglesia, dijo el Papa, no busca privilegios sino amistad, respeto mutuo y libertad. Juan Pablo II también expresó su pesar por los errores cometidos en el pasado por misioneros y miembros de la Iglesia: “Lamento que hayan dado a muchas personas la impresión de una falta de respeto y estima de la Iglesia católica por el pueblo chino, induciéndolos a pensar que estaba motivada por sentimientos de hostilidad hacia China. Por todo esto pido perdón y comprensión”. Fue un gesto de gran magnanimidad y amistad.

Me gusta pensar que pronto los santos mártires de China ya no serán un problema sino un recurso de fe. Son hombres y mujeres que fueron víctimas de la violencia, no buscaron el conflicto sino que lo padecieron, y dieron la vida por un ideal. Por eso creyentes y no creyentes pueden ofrecerles devoción y respeto.

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