07/11/2025, 16.11
LÍBANO - ISRAEL
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Líbano del Sur: la cosecha de aceitunas y la esperanza de la paz en un territorio herido

de Fady Noun

Momento de alegría y de compartir entre generaciones, la cosecha de la aceituna ha quedado desmantelada por la guerra entre Hezbolá e Israel. El ejército israelí - que ayer lanzó nuevos ataques en la zona - sofoca todo intento de recuperación y prohíbe la reconstrucción de las aldeas fronterizas y el cultivo de las tierras. A pesar de las dificultades, para los agricultores es una manera de afirmar que "todavía existimos”.

 

Beirut (AsiaNews) - Como en muchos otros países del Mediterráneo, el cultivo de la aceituna está profundamente arraigado en la historia y las tradiciones del Líbano. La olivicultura es incluso el primer cultivo arbóreo nacional y el otoño siempre ha sido, en los campos y en las almazaras esparcidas por todo el país, un momento de fiesta y convivencia. Katia Kahil, profesora de francés en el Liceo público de Khyam, una localidad de la gobernación de Nabatieh, acompaña a AsiaNews para recoger los comentarios sobre esta temporada de los propietarios y agricultores que todavía siguen en actividad en el sur del Líbano. “Era el momento de la cosecha de las aceitunas y de los molinos de aceite, el momento en que nos reuníamos en familia y los niños aprendían el oficio de los abuelos” cuenta Oum Khalil, una mujer de Marjayoun que habla con la profesora.

“Es como si la guerra - añade - hubiera roto el hilo de una tradición milenaria. Hoy mis árboles más hermosos están detrás de una barrera invisible. Los veo, pero ya no puedo tocarlos. Es como ver a tu propio hijo encarcelado”. Bajo el cielo del extremo sur del País de los cedros, los olivos se yerguen como últimos testigos de una paz herida. Entre zonas minadas, tierras confiscadas y campos desiertos la vida aún resiste, silenciosa pero tenaz, aunque el estruendo de las bombas parezca destinado a continuar. Ayer el ejército israelí lanzó fuertes ataques tras haber emitido órdenes de evacuación en varias localidades para destruir “posiciones de Hezbolá” que estaría intentando “reconstruir sus capacidades militares”. En los ataques, condenados con fuerza por el presidente libanés Joseph Aoun, resultó herida una persona.

Las restricciones impiden la recuperación

Sin embargo, en medio de la frágil tregua que ayer se tambaleó, las restricciones impiden cualquier recuperación. El acceso a los huertos cerca la Línea Azul requiere una autorización especial emitida por el ejército libanés en coordinación con la Fuerza Provisional de las Naciones Unidas (Unifil). Todo el procedimiento se lleva a cabo bajo la mirada vigilante del ejército israelí. Hay que declarar el nombre del propietario y el número de matrícula del vehículo utilizado. “Tuvimos solo seis días para cosechar, arar y podar, un trabajo que normalmente requiere un mes” explica Nabil. “E incluso durante este breve periodo, un dron israelí lanzó una bomba sobre los agricultores en Khyam”.

La guerra ha destruido más de 60 mil olivos. “Este año hemos perdido todo” cuenta Rose, de Deir Mimès. “Los árboles - lamenta - ya no se podan, las aceitunas se secan en las ramas y casi nadie se atreve a aventurarse en los olivares debido a las minas”. En esta época del año el cielo todavía está azul y despejado en el Líbano, y en toda la región se teme un nuevo año de sequía como el anterior, en el que la tasa de precipitaciones cayó al 25% de la media.

Un procedimiento absurdo, una carga cotidiana

“En varias aldeas fronterizos, algunas zonas ahora están clasificadas como rojas, es decir, que incluso el ejército tiene prohibido el acceso” observa nuestra guía. Después de una espiral de violencia que devastó aldeas y tierras de cultivo, las cicatrices de la guerra siguen visibles en Deir Mimès, Khyam, Houla, Blida y Mays el Jabal. “Muchas tierras han sido arrasadas o quemadas, otras simplemente son inaccesibles. Este año casi no hay cosecha” nos explica el alcalde de Kfar Kila, Hassan Chehit.

Comprar en vez de producir

Los agricultores, por su parte, luchan por mantener una apariencia de actividad. “Ir a los campos cuesta demasiado y pone en peligro nuestra vida. Por eso, como muchos otros, preferimos comprar las aceitunas o el aceite en vez de producirlos” confiesa Abbas Fakih, un propietario. Abou Fadi, de Deir Mimès, lamenta la pérdida de extensos olivares familiares destruidos por los bulldozers: “Incluso los caminos de acceso - explica - han quedado inutilizados. El camino que lleva a nuestras tierras está literalmente sembrado de obstáculos”.

La fractura es al mismo tiempo económica, social y moral. Los molinos de aceite están parados, las familias se han quedado sin ingresos, los rostros reflejan tristeza, los corazones están desalentados. El litro de aceite supera los 20 dólares: un lujo para los consumidores de una región que antes era sumamente productiva. “Antes de la guerra todo el pueblo vivía de la cosecha. La de este año - confía Linda, productora de Khiam - es una temporada fantasma”. “Nosotros sólo hemos recogido 250 kilos” añade Khaled, un agricultor de Blida. “En 2022 nuestro huerto de 150 olivos produjo diez veces más”. Esta caída de productividad, explica Katia Kahil, se debe a que “los olivos no se cosecharon ni se podaron el año pasado”.

Tierra herida, pero viva

“La guerra no solo ha provocado el desplazamiento de las personas, sino que también ha herido la tierra” cuenta nuestra guía. Hectáreas de olivares incendiados, suelo empobrecido, raíces asfixiadas por los fragmentos de granadas. Y sin embargo, en medio de las ruinas algunos árboles vuelven a florecer. Las asociaciones locales tratan de ayudar a los agricultores desminando los terrenos y colaborando en la poda y el cultivo. “Volvemos a podar los árboles, a preparar la tierra. Es un comienzo, un soplo de aire fresco” explica Linda, una productora de Kleyaa. Aparentemente, a pesar de los peligros, algunas familias siguen cruzando con discreción las zonas prohibidas para recoger algunas aceitunas. “Es nuestra manera de decir que todavía existimos” confiesa Abdallah, con una aceituna verde en la mano. “Aunque está quemado, el olivo sigue vivo”, susurra Jamil, un agricultor en Houla. “Espera la paz - concluye - para volver a florecer. Como nosotros”.

(Con la colaboración de Katia Kahil)

 

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