06/04/2023, 14.32
VATICANO
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El Papa a los sacerdotes el Jueves Santo: sean custodios de la armonía

En la homilía de la Misa Crismal Francisco invitó a los sacerdotes a no dejarse asustar por las fatigas y debilidades y a descubrir en ellos su propia Pascua. Hoy en la cárcel de menores de Casal del Marmo, la Misa in Coena Domini con el lavatorio de los pies de los jóvenes presos.

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) - "¿Mi realización depende de lo bueno que soy, del rol que obtengo, de los cumplidos que recibo, de la carrera que hago, de los superiores o colaboradores que tengo, de las comodidades que puedo garantizarme, o de la unción que perfuma mi vida?". Esta es la pregunta que el Papa Francisco ha hecho esta mañana a todos los sacerdotes en su homilía de la Misa Crismal, que presidió en la Basílica de San Pedro en el día en que la Iglesia conmemora la institución del sacerdocio.

Por la tarde, el pontífice acudirá a la cárcel de menores romana de Casal del Marmo para celebrar la misa in Coena Domini, con el lavatorio de los pies de los jóvenes presos. Pero como cada año, la jornada se inició con la celebración solemne con los sacerdotes de la diócesis de Roma. Y el rito de la bendición de los santos óleos se convirtió en una oportunidad para reflexionar sobre el significado de la "unción" por la que cada uno es enviado a vivir su ministerio entre sus hermanos.

Comentando las palabras "el espíritu del Señor Dios está sobre mí" que pronunció Jesús en la sinagoga de Nazaret, el Papa invitó a los sacerdotes a reconocer que es el Espíritu quien consagra a cada uno. "También para nosotros hubo una primera unción, que comenzó con una llamada de amor que cautivó nuestros corazones. Por ella dejamos nuestras amarras y sobre ese entusiasmo genuino vino la fuerza del Espíritu, que nos ungió. Después, según el tiempo de Dios, llega para cada uno la etapa pascual, que marca el momento de la verdad. Y es un momento de crisis, que tiene diversas formas".

"A todos, tarde o temprano, nos sucede que experimentamos desilusiones, fatigas y debilidades -continuó el Pontífice-; el ideal parece desgastarse en medio de las exigencias de la realidad. Mientras tanto, se impone una cierta rutina y algunas pruebas que al principio eran difíciles de imaginar hacen que la fidelidad parezca más incómoda que antes". Es una época de la que se puede salir mal parado "deslizándose hacia una cierta mediocridad, arrastrándose cansinamente hacia una 'normalidad' en la que se cuelan tres tentaciones peligrosas: la del compromiso, por la que uno se contenta con lo que puede hacer; la de los sustitutos, por la que uno intenta 'recargarse' con algo distinto a nuestra unción; la del desánimo, por la que uno avanza por inercia, descontento. Las apariencias permanecen intactas, nos replegamos sobre nosotros mismos y vivimos día a día con desgana".

Pero la crisis también puede convertirse en un punto de inflexión en el sacerdocio, "la última elección entre Jesús y el mundo, entre la heroicidad de la caridad y la mediocridad, entre la cruz y una cierta prosperidad, entre la santidad y una honesta fidelidad al compromiso religioso". Francisco lo definió como una "segunda unción", en la que acogemos al Espíritu "no sobre el entusiasmo de nuestros sueños, sino sobre la fragilidad de nuestra realidad. Es una unción que hace verdad en lo profundo, que permite al Espíritu ungir nuestras debilidades, nuestras fatigas, nuestra pobreza interior. Entonces la unción perfuma de nuevo: la de Él, no la de nosotros".

Y la consecuencia de esta unción del Espíritu es la armonía: "Construir la armonía entre nosotros -explicó el Pontífice- no es tanto un buen método para que la estructura eclesial proceda mejor, no es una cuestión de estrategia o de cortesía: es una exigencia interna de la vida del Espíritu. Se peca contra el Espíritu que es comunión cuando uno se convierte, aunque sea por ligereza, en instrumento de división; y se hace el juego al enemigo, que no sale a la luz y ama los rumores y las insinuaciones, fomenta facciones y alianzas, alimenta la nostalgia del pasado, la desconfianza, el pesimismo, el miedo".

"Ayudémonos mutuamente, hermanos, a conservar la armonía", los exhortó Francisco, "empezando no por los demás, sino cada uno por sí mismo; preguntándonos: en mis palabras, en mis comentarios, en lo que digo y escribo, ¿está la impronta del Espíritu o la del mundo?". Pienso también en la bondad del sacerdote: si la gente encuentra incluso en nosotros personas insatisfechas y descontentas, que critican y señalan con el dedo, ¿dónde verán la armonía?" Y añadió: "Cuántos no se acercan a la Iglesia o se alejan de ella porque no se sienten acogidos y amados, sino que se los mira con desconfianza y se los juzga. En nombre de Dios, acojamos y perdonemos, siempre. Y recordemos que estar de mal humor y quejarse, además de no producir nada bueno, corrompe el anuncio, porque contra-testimonia a Dios, que es comunión y armonía".

El Papa Francisco concluyó dirigiendo su agradecimiento a todos los sacerdotes: "Gracias por su testimonio y por su servicio; gracias por el bien escondido que hacen, por el perdón y el consuelo que dan en nombre de Dios; gracias por su ministerio, que a menudo se desarrolla en medio de tantas fatigas y poco reconocimiento. Que el Espíritu de Dios, que no defrauda a los que confían en Él, los llene de paz y lleve a término lo que ha comenzado en ustedes, para que sean profetas de su unción y apóstoles de la armonía".

 

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