08/04/2018, 13.37
VATICANO
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El Papa refirió "terribles noticias" de Siria: hay decenas de víctimas por el uso de "armas químicas"

En el Domingo de la Misericordia, Francisco afirma "que el Señor nos dé la gracia de comprender la vergüenza, de verla, no como una puerta cerrada, sino como el primer paso del encuentro". "El drama es cuando ya no nos avergonzamos de nada".

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) - No guerras buenas, ni malas,  y "nada puede justificar armas de exterminio". De esta manera, el Papa Francisco comentó, luego del rezo del Regina Coeli la "terrible noticia" proveniente de Siria, sobre un presunto uso de gas tóxico por parte del ejército de Assad contra la ciudad de Duma. "Vienen de Siria -fueron sus palabras- noticias terribles de bombardeos con decenas de víctimas, muchas de ellas mujeres y niños. Noticias de muchas personas afectadas por los efectos de las sustancias químicas contenidas en las bombas. Oramos por todos los muertos, por los heridos, por las familias que sufren. No hay una guerra buena y una mala, y nada, nada puede justificar el uso de semejantes instrumentos de exterminio contra personas y poblaciones indefensas. Oremos para que los líderes políticos y militares elijan el otro camino, el de la negociación, el único que puede conducir a una paz que no sea la de la muerte y la destrucción.”

Previamente, el Papa había celebrado la Misa por el Domingo de la Misericordia, establecido por Juan Pablo II. La misericordia de Dios, dijo, que no se cansa de perdonar, es mayor que el mal que hacen los hombres, pero para conseguirla no se ponen "barricadas en las puertas" y es bueno sentir vergüenza por el pecado cometido. Y "el drama es cuando ya no nos avergonzamos de nada".

Ante las 30.000 personas presentes en la ceremonia y en el Regina Coeli que le siguieron, Francisco, al comentar el Evangelio de hoy, subrayó cómo en el mismo se repite varias veces el verbo 'ver': «Los discípulos se alegraron al ver al Señor» (Jn 20,20 ); luego le dijeron a Tomás: «Hemos visto al Señor» (versículo 25)". Pero Tomás: él también quería ver «en sus manos la huella de los clavos» (versículo 25) y después de haber visto creyo (v. 27)".

Y "nosotros también necesitamos 'ver a Dios', tocar con nuestras propias manos que él ha resucitado por nosotros. ¿Cómo podemos verlo? Como los discípulos, a través de sus llagas. Al mirarlas, ellos comprendieron que su amor no era una farsa y que los perdonaba, a pesar de que estuviera entre ellos quien lo renegó y quien lo abandonó. Entrar en sus llagas es contemplar el amor inmenso que brota de su corazón. Este es el camino. Es entender que su corazón palpita por mí, por ti, por cada uno de nosotros. Queridos hermanos y hermanas: Podemos considerarnos y llamarnos cristianos, y hablar de los grandes valores de la fe, pero, como los discípulos, necesitamos ver a Jesús tocando su amor. Solo así vamos al corazón de la fe y encontramos, como los discípulos, una paz y una alegría (cf. vv. 19-20) que son más fuertes que cualquier duda".

"¿Cómo saborear este amor, cómo tocar hoy con la mano la misericordia de Jesús? Nos lo sugiere el Evangelio, cuando recalca que la misma noche de Pascua (cf. v. 19), lo primero que hizo Jesús apenas resucitado fue dar el Espíritu para perdonar los pecados. Para experimentar el amor hay que pasar por allí: dejarse perdonar. Dejarse perdonar. Me pregunto a mí, y a cada uno de vosotros: ¿Me dejo perdonar? Para experimentar ese amor, se necesita pasar por esto: ¿Me dejo perdonar? “Pero, Padre, ir a confesarse parece difícil…”, porque nos viene la tentación ante Dios de hacer como los discípulos en el Evangelio: atrincherarnos con las puertas cerradas. Ellos lo hacían por miedo y nosotros también tenemos miedo, vergüenza de abrirnos y decir los pecados. Que el Señor nos conceda la gracia de comprender la vergüenza, de no considerarla como una puerta cerrada, sino como el primer paso del encuentro. Cuando sentimos vergüenza, debemos estar agradecidos: quiere decir que no aceptamos el mal, y esto es bueno. La vergüenza es una invitación secreta del alma que necesita del Señor para vencer el mal. El drama está cuando ya no nos avergonzamos de nada. ¡No tengamos miedo de sentir vergüenza! Y pasemos de la vergüenza al perdón!".

"Existe, en cambio, una puerta cerrada ante el perdón del Señor, la de la resignación. La experimentaron los discípulos, que en la Pascua constataban amargamente que todo había vuelto a ser como antes. Estaban todavía allí, en Jerusalén, desalentados; el “capítulo Jesús” parecía terminado y después de tanto tiempo con él nada había cambiado. También nosotros podemos pensar: “Soy cristiano desde hace mucho tiempo y, sin embargo, en mí no cambia nada, cometo siempre los mismos pecados”. Entonces, desalentados, renunciamos a la misericordia. Pero el Señor nos interpela: “¿No crees que mi misericordia es más grande que tu miseria? ¿Eres reincidente en pecar? Sé reincidente en pedir misericordia, y veremos quién gana”. Además —quien conoce el sacramento del perdón lo sabe—, no es cierto que todo sigue como antes. En cada perdón somos renovados, animados, porque nos sentimos cada vez más amados, más abrazados por el Padre. Y cuando siendo amados caemos, sentimos más dolor que antes. Es un dolor benéfico, que lentamente nos separa del pecado. Descubrimos entonces que la fuerza de la vida es recibir el perdón de Dios y seguir adelante, de perdón en perdón. Así es la vida: de vergüenza en vergüenza, de perdón en perdón ".

"Además de la vergüenza y la resignación, hay otra puerta cerrada, a veces blindada: nuestro pecado, el mismo pecado. Cuando cometo un pecado grande, si yo —con toda honestidad— no quiero perdonarme, ¿por qué debe hacerlo Dios? Esta puerta, sin embargo, está cerrada solo de un lado, del nuestro; que para Dios nunca es infranqueable. A él, como enseña el Evangelio, le gusta entrar precisamente “con las puertas cerradas” —lo hemos escuchado—, cuando todo acceso parece bloqueado. Allí, Dios obra maravillas. Él jamás decide separarse de nosotros, somos nosotros los que lo dejamos afuera. Pero cuando nos confesamos, acontece algo inaudito: descubrimos que precisamente ese pecado, que nos mantenía alejados del Señor, se convierte en el lugar del encuentro con él. Allí, el Dios herido de amor sale al encuentro de nuestras heridas. Y hace que nuestras llagas miserables sean similares a sus llagas gloriosas. Existe una transformación: mi llaga miserable se parece a sus llagas gloriosas. Porque él es misericordia y obra maravillas en nuestras miserias. Pidamos hoy, como Tomás,  la gracia de reconocer a nuestro Dios, de encontrar en su perdón nuestra alegría, de encontrar en su misericordia nuestra esperanza".

Al terminar la misa, en el Regina Coeli, el Papa envió "los mejores deseos" a "nuestros hermanos y hermanas de las Iglesias orientales que hoy, de acuerdo con el calendario juliano, celebran la solemnidad de la Pascua". "Que el Señor resucitado los llene de luz y paz, y consuele a las comunidades que viven en situaciones particularmente difíciles".

"Un saludo especial a los Gitanos y a los Sintis presentes en la Plaza de San Pedro, con ocasión de su Día Internacional, el “Romanò Dives”. “Deseo paz y hermandad a los miembros de estos antiguos pueblos y auguro que la jornada hodierna favorezca la cultura del encuentro, con la voluntad de conocerse y respetarse mutuamente. Es este el camino que lleva a una verdadera integración. Queridos Gitanos y Sintis, oren por mí y oremos juntos por vuestros hermanos refugiados sirios”.

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