24/05/2025, 15.31
MUNDO RUSO
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El mundo en busca de la Pax Romana

de Stefano Caprio

León XIV, el primer papa estadounidense, en cierta forma ha eclipsado en Rusia la popularidad de emperador estadounidense, y de alguna manera ha servido como alternativa a la imagen del Occidente "anglosajón" tan denostada por el Kremlin. Por otra parte, hoy la Iglesia rusa está en ruptura con casi todas las demás Iglesias ortodoxas, comenzando por el patriarcado de Constantinopla, mientras que el diálogo con Roma nunca se ha interrumpido.

 

Las negociaciones para la paz entre Rusia y Ucrania fracasaron estrepitosamente en Estambul, la “Segunda Roma”, donde tiene su sede el patriarca ecuménico Bartolomé de Constantinopla, que obviamente no fue llamado a pronunciar palabras de misericordia, ya que los rusos lo consideran el mayor traidor de la verdadera fe ortodoxa, que ahora es prerrogativa exclusiva de la “Tercera Roma” moscovita. Las circunstancias de los últimos días, después de las grandes cumbres mundiales en los funerales del Papa Francisco y para la toma de posesión del Papa León XIV, parecen dirigir la atención del mundo entero hacia la “Primera Roma”, sede de los antiguos emperadores y de la paz universal.

Los nuevos emperadores, sin embargo, no parecen muy propensos a conceder una verdadera condición de paz a los pueblos oprimidos, como hicieron Julio César y Octavio Augusto, que buscaban la gloria eterna, a diferencia de Trump y Putin, que buscan más bien el beneficio y la venganza para satisfacer los instintos y rencores del cada vez más disgregado mundo contemporáneo. Efectivamente el secretario de Estado vaticano, el cardenal Pietro Parolin, ha definido como “trágicos” los resultados del encuentro-farsa de Estambul, y por eso el Papa León propuso hacer un nuevo intento a la sombra de la Santa Sede, tomando el lugar de su irascible compatriota.

Es poco probable que el Papa Prevost pueda repetir las hazañas de su predecesor Juan XXIII, quien logró inspirar la reconciliación entre John Kennedy y Nikita Jrushchov, formando una “trinidad de la paz” en el mundo de la Guerra Fría. El Papa Francisco había intentado de varias maneras intervenir desde el comienzo de la invasión rusa a Ucrania. Se comunicó en forma virtual con el patriarca de Moscú Kirill, afirmó estar dispuesto a viajar a Kiev y a Moscú y envió al cardenal Matteo Maria Zuppi en misión humanitaria para salvar a los niños, ayudar a los refugiados y liberar a los prisioneros, pero sin obtener grandes resultados. Hoy, las condiciones del conflicto y de las relaciones parecen proponer factores diferentes, que podrían incluso conducir a algún avance en la búsqueda de un mayor entendimiento mutuo.

En primer lugar, la guerra se arrastra desde hace más de tres años, consumiendo las fuerzas y los recursos no solo de las víctimas ucranianas, sino también de los agresores rusos y de la comunidad internacional, entre propósitos de rearme y llamamientos a la rendición y a la aceptación de la realidad, por humillante que sea, sobre todo para Kiev, o insatisfactoria para Moscú. Rusia explota claramente la lentitud de las negociaciones para reagrupar fuerzas y preparar una eventual nueva ofensiva, llamando a la movilización a otros cientos de miles de personas y llenando los arsenales de cargas y misiles para lanzarlos contra el enemigo y su población indefensa. Por otro lado, todos los indicadores económicos demuestran que una nueva escalada bélica podría ser desastrosa para la economía rusa, que ya no es capaz de encontrar escapatorias a la presión de las sanciones internacionales y soluciones a la galopante inflación que está estresando cada vez más a la población, a tal punto que la presidenta del Banco Central, Elvira Nabiullina, afirmó que “estamos tratando de reelaborar los datos con inteligencia artificial, esperando que nos ofrezcan nuevas perspectivas”.

Otro factor muy evidente, que hace aún más urgente un reequilibrio de todas las relaciones geopolíticas, es el fracaso de las promesas del presidente estadounidense Donald Trump, quien había asegurado la paz “en veinticuatro horas”, y cuatro meses después de su nuevo ingreso a la Casa Blanca se encuentra con las manos vacías, a merced de las estrategias dilatorias y burlonas de Vladimir Putin. Ahora Estados Unidos amenaza con retirarse totalmente de la mediación entre Rusia y Ucrania, reduciéndose a un factor marginal de la política internacional, condicionado también por las contradicciones de la “guerra de los aranceles” que a su vez parecen ser un fracaso total, por las reacciones de los mercados y la contraposición de China. Paradójicamente, las políticas de Trump también están despertando a Europa, que a pesar de las múltiples diversidades que la componen, podría convertirse en el verdadero centro de las relaciones internacionales entre Oriente y Occidente, e históricamente el corazón de Europa es precisamente Roma, a pesar de todas las prioridades de la política de Bruselas, París, Berlín y Londres.

Muchas son, además, las cartas que tiene en mano el 267º sucesor de Pedro, lo que hace que su figura sea particularmente incisiva precisamente en este momento crucial de la historia. Él es el sucesor del Papa Bergoglio, quien durante todos estos años ha buscado e invocado la paz, y en sus primeras intervenciones ha repetido con fuerza los llamamientos de Francisco, que en los últimos tiempos había perdido la voz por la enfermedad y la inevitable fragilidad del paso del tiempo, que ahora juega a favor de Prevost. Al señalar la necesidad de “superar las visiones maniqueas que dividen el mundo en buenos y malos”, el pontífice propone a todos “encontrémonos, hablemos, pongámonos de acuerdo”, un llamamiento que ha reiterado en todas las primeras ocasiones solemnes de proclamación de su magisterio.

Precisamente estas ocasiones han sido extremadamente significativas, con las inmensas multitudes y la llegada de casi todos los jefes de Estado para los funerales de Francisco y la toma de posesión de León, las negociaciones que se llevaron a cabo directamente dentro de la Basílica de San Pedro y en sus alrededores, coloquios con el nuevo jefe de la Iglesia y garantías de ayuda a las víctimas, como en el encuentro con el presidente ucraniano Volodímir Zelenski. Ninguna sede en el mundo puede mostrarse más autorizada que la Santa Sede, aunque en la práctica los rusos estuvieron ausentes y enviaron representantes menores (la ministra Olga Liubímova no llegó a la Misa de inicio del pontificado por “falta de acuerdo sobre los itinerarios de vuelo”), y, obviamente, también faltaban los chinos, que por su parte tienen acuerdos muy delicados en curso con el Vaticano que deben ser confirmados.

También juega un papel especial la personalidad misma del Papa León XIV, el primer Papa estadounidense, que ha eclipsado la popularidad del emperador estadounidense, y de alguna manera funciona como alternativa a la imagen del Occidente “anglosajón” tan denostado por el Kremlin y que hoy provoca reacciones mucho más variadas en la opinión pública rusa. Incluso la recuperación de elementos simbólicos del catolicismo tradicional, en las vestimentas y los procedimientos litúrgicos, en los discursos y en la confirmación de los valores tradicionales de la familia y de los principios de la fe, en comparación con las “inquietudes” del Papa Bergoglio, son todos elementos que causan una impresión positiva en los rusos. El Papa argentino era visto con buenos ojos en Moscú, sobre todo por su procedencia de América Latina, uno de los espacios donde Rusia se siente en ventaja respecto al “Norte hegemónico”, y el Papa nacido en Chicago consigue presentarse en realidad como un misionero peruano de Chiclayo, aún más cercano a los pobres del mundo y a los territorios alejados de los centros del poder económico y político de la globalización contemporánea.

Prevost se muestra como una síntesis de Ratzinger y Bergoglio, de garantía de la tradición y de atención a los últimos y a las periferias del mundo, lo que constituye un evidente atractivo no solo para las almas contrapuestas del mismo mundo católico, sino también para las Iglesias ortodoxas y las confesiones protestantes. Por otra parte, hoy la Iglesia rusa está en ruptura con casi todas las otras Iglesias ortodoxas, comenzando por el patriarcado de Constantinopla, y sólo recibe un débil apoyo de las de Antioquía y Serbia, mientras que el diálogo con Roma nunca se ha interrumpido, como lo atestigua la presencia en las ceremonias vaticanas del metropolita Antoniy (Sevryuk), “ministro de Relaciones Exteriores” y primer colaborador del patriarca de Moscú Kirill, quien a su vez ya ha reiterado su deseo de continuar el diálogo con el nuevo Papa.

Las posibles negociaciones de paz en el Vaticano adquirirían así un aura “sagrada” que sería muy bien recibida por los rusos, y le permitirían a Putin presentarse como el verdadero defensor de los “valores morales y espirituales tradicionales”, la gran motivación de la guerra contra Ucrania y el mundo entero, con la bendición del pontífice. No es casualidad que algunos ideólogos rusos ya estén intentando patrocinar el encuentro entre Putin y Prevost, como ha propuesto el director del Instituto para Europa de la Academia de Ciencias de Moscú, Roman Lunkin, según el cual “Putin es un jefe de Estado único en el mundo, el que más encuentros ha tenido con los papas de Roma”, recordando las dos oportunidades con Juan Pablo II, otra con Benedicto XVI y las tres con el Papa Francisco, y por lo tanto “están dadas todas las premisas para un encuentro con el nuevo papa León XIV”.

Lunkin recuerda que Rusia ha tratado de mantener buenas relaciones con el papado “desde los tiempos del Bautismo de la Rus de Kiev hasta nuestros días”, incluso en la época soviética, cuando no existían relaciones diplomáticas oficiales, pero “el Vaticano desempeñó un papel importante en el ámbito de la diplomacia soviética”, dice en el artículo que publicó en el reconocido centro multimedia “Russia Today”. Se recuerda incluso el encuentro del ministro de Relaciones Exteriores Andrey Gromyko, una figura a la que hoy se refiere directamente su sucesor Sergey Lavrov, el “mister niet” que fue a Roma para encontrarse con el Papa Pablo VI y convenció al Vaticano de ratificar el pacto de no proliferación de armas nucleares en 1968. Hoy no estamos lejos de una nueva amenaza de apocalipsis atómica, y realmente sería esperanzador que el Papa de Roma pudiera inspirar sentimientos de paz al zar de Moscú.

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