28/05/2023, 11.03
ECCLESIA IN ASIA
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El ‘don de lenguas’ y el futuro de la juventud de Taiwán

En el día de Pentecostés, una reflexión publicada en la página web de las Missions Etrangeres de Paris por el p. Claude Louis Tisserand, misionero entre las comunidades aborígenes de Taiwán desde hace más de 45 años. El dilema entre las culturas locales que hay que preservar y la necesidad de que los padres y también la Iglesia los eduquen para hablar y profesar su fe en mandarín, la lengua de las ciudades.

Milán (AsiaNews) - La capacidad de dar voz al Evangelio en todas las lenguas es uno de los grandes signos del Espíritu que la Iglesia celebra hoy en la solemnidad de Pentecostés. Pero también es un tema que siempre ha sido central en la vida de la Iglesia en Asia. Generaciones de misioneros y cristianos locales tradujeron el Evangelio y los textos litúrgicos a las lenguas indígenas, y es un esfuerzo que continúa aún hoy. Pero en un continente en el que cada vez más pueblos se desplazan y se reúnen, ¿puede seguir siendo esta la única manera de abordar la cuestión de las lenguas? Este es el tema central del interesante testimonio del p. Claude Louis Tisserand, misionero en Taiwán desde hace más de 45 años, que se publicó estos días en la página web de las Missions Etrangeres de Paris (MEP).

En su reflexión -titulada "El rompecabezas de las lenguas y la desaparición de las lenguas aborígenes"-, el misionero de la MEP analiza la situación concreta de las comunidades aborígenes de Taiwán. "El problema lingüístico de sus comunidades es doble", cuenta. "El primero es la dificultad de aprender una segunda lengua, después de haber estudiado mandarín, la lengua oficial. El segundo dolor de cabeza es elegir la lengua que se utilizará para las lecturas de la misa, la homilía, las oraciones y, sobre todo, los cantos. La elección depende de las personas presentes ese día, que pueden variar de un domingo a otro. Las celebraciones de las familias suelen atraer a un nutrido grupo de primos, sobrinos y otros parientes, normalmente más jóvenes, que acaban de regresar de las ciudades donde trabajan y nunca han aprendido bien o han olvidado la lengua aborigen. Son estos visitantes irregulares, que llegan de la nada, los que necesitan estar conectados con la Iglesia y, por tanto, necesitan una liturgia dirigida a ellos".

Actualmente, en Taiwán, la lengua común para el intercambio interétnico es el mandarín, la lengua oficial, que se enseña en todas las escuelas y es muy utilizada en la televisión, la administración y los grandes almacenes. Sin embargo, todavía perdura el dialecto chino minnan, sobre todo en las ciudades y el campo al sur y al oeste de la isla. "En cambio, el uso del dialecto hakka está en declive porque los padres se resisten a comunicarse con sus hijos en su lengua materna. Prefieren hablarles en mandarín, para que se sientan cómodos con todos los que conocen. Esto es aún más cierto en el caso de las lenguas de las diversas tribus aborígenes, que en conjunto sólo representan el 2% o el 3% de la población. Sólo algunas familias aisladas quieren mantener su identidad y enseñarles algunos rudimentos de la lengua a sus hijos, que nunca se atreverán a utilizarla fuera de la familia".

"Al principio, como la mayoría de los misioneros, tendía a animar a los padres a utilizar las lenguas aborígenes para que no desaparecieran, considerando la lengua como un bien cultural que había que preservar”, reflexiona el padre Claude Louis. “Pero ahora comprendo mejor la actitud de las madres que, aunque lamentan la desaparición de la lengua de los ancianos, siguen optando por hablarles en mandarín a sus hijos desde que son pequeños. Como en muchos otros países, en Taiwán la carrera por las buenas escuelas comienza muy temprano y los padres no quieren penalizar a sus hijos retrasando el aprendizaje de la lengua común. La lengua es la herramienta básica para acceder al conocimiento científico y a las riquezas culturales de todo el mundo. Con el mandarín, uno tiene acceso a lo esencial".

¿Cómo nos situamos como Iglesia ante esta situación? "A los cristianos nos suele gustar conservar las canciones tradicionales en la lengua de la tribu", dice el misionero. Las melodías, muchas de ellas muy bellas, les resultan más expresivas. La oración y toda la liturgia parecen ser más una cuestión de sentimiento que de comprensión intelectual, y como los ancianos suelen ser mayoría, el uso del mandarín es menos necesario". Pero el p. Tisserand ve un peligro: "Se podría pensar que los primeros cristianos, hace sesenta años o más, no se planteaban muchas cuestiones teóricas y aceptaban lo que se les decía sin pensar demasiado en ello. La vida era más dura en aquella época y la gente tenía que preocuparse de comer antes que de filosofar. El peligro es no preparar a los jóvenes para el mundo de mañana y para las parroquias de las ciudades, donde todo se hace en mandarín. Con el pretexto de preservar la cultura, corremos el riesgo de perderlo todo".

"A las culturas no se les ha prometido la vida eterna", finaliza su reflexión el misionero francés, "son como todos los seres vivos: nacen, crecen, se desarrollan, viven su vida y mueren. Como a los faraones, no nos queda más remedio que llevárnoslos y ponerlos en los museos. Que el Espíritu Santo nos inspire para encontrar otras maneras de infundir la vida y el amor de Cristo en los corazones de la gente".

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