El ‘espejismo de la victoria’ en la larga campaña bélica de Rusia en Ucrania
La campaña militar de 2025, la más violenta y sistemática, se acerca a su fin antes de las heladas invernales. Los expertos consideran que “el contexto estratégico de la guerra está cambiando”, mientras la economía se desliza hacia el estancamiento. La tentación de Trump de llegar a un “acuerdo recíproco” con Putin. Ni Rusia ni Ucrania son realmente capaces de cambiar el curso y el carácter de la guerra.
La ilusión de una nueva negociación de paz entre Donald Trump y Vladimir Putin, en un escenario aún más atractivo para los rusos que Alaska - la Hungría de Viktor Orbán, el amigo de Moscú - ha quedado en la nada con la decisión de Volodimir Zelenski, que declaró estar dispuesto a unirse a los dos emperadores, y la escasa aprobación de los otros países europeos. Fue el ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, quien cerró la cuestión, porque no vio la necesidad de suspender las operaciones militares si no estaba garantizada la victoria de Rusia.
Y en efecto, el espejismo de la gran victoria parece alejarse cada vez más, mientras la campaña militar de 2025, la más violenta y sistemática de los cuatro años de guerra, se acerca a su conclusión antes de las heladas invernales sin haber obtenido resultados concretos. Con continuas lluvias de misiles y drones, respondidas por los ucranianos con la destrucción sistemática de las instalaciones energéticas rusas, y cifras cada vez más impresionantes de bajas militares y civiles inocentes, el avance ruso ha ganado, según los cálculos más verosímiles, no más de tres mil kilómetros cuadrados, el 0,4% del territorio ucraniano. Según The Economist, a este ritmo harán falta al menos otros cinco años para conquistar todo el territorio de las cuatro regiones ocupadas del Donbass: Lugansk, Donetsk, Jersón y Zaporiyia, y si Moscú quisiera ocupar toda Ucrania, tendría que esperar más de un siglo, una perspectiva que el Kremlin no rehuiría de todos modos.
Nigel Gould-Davies, experto del Instituto Internacional de Investigaciones Estratégicas, explicó que “el contexto estratégico de la guerra está cambiando”. La campaña de verano de Rusia fracasó con enormes pérdidas de fuerzas en el campo, superando ya los 300.000 entre muertos y heridos graves, y la estrategia de un acuerdo con los estadounidenses no está dando ningún resultado, sino que, por el contrario, ha provocado aún más daños con las recientes sanciones al petróleo ruso. La financiación europea a Ucrania, a pesar de la lentitud con la que se decide y se lleva a cabo, “se está convirtiendo en un tsunami” para los rusos, y crecen los problemas internos para una economía que se desliza cada vez más hacia el estancamiento. China ofrece algún apoyo con el suministro de tecnología para el armamento, pero el verdadero respaldo sería la compra de gas con las nuevas infraestructuras que se van a construir, lo que no podrá contribuir realmente a los recursos financieros de Rusia antes de 2030.
Por otro lado, los aliados occidentales de Ucrania no parecen ser capaces de insistir lo suficiente en estos factores críticos como para obligar a Rusia a un alto el fuego en términos aceptables para Kiev. En Washington tampoco parece haber quedado superada la tentación de cerrar un “acuerdo recíproco” con Putin en detrimento de Ucrania, a pesar de los intentos que se hicieron con las conversaciones entre Trump y Putin, y estas incertidumbres animan a Rusia a continuar la guerra a toda costa, variando los tiempos y las modalidades de las operaciones militares. El avance ruso depende del relieve geográfico de las zonas y del nivel de urbanización y concentración de industrias y estructuras productivas, cada una de las cuales, de ser necesario, puede transformarse en un bastión defensivo a largo plazo.
El ejército ruso puede avanzar con relativa rapidez hacia el norte de la región de Zaporizhia, la parte aún no ocupada que controlan los ucranianos, unos pocos cientos de kilómetros cuadrados poco habitados y con pocas fronteras naturales para la defensa como ríos y alturas, pero también poco significativas desde el punto de vista estratégico. En la región de Donetsk, mucho más urbanizada e industrial, el avance de los rusos es muy lento y sin grandes posibilidades de conservar los kilómetros que ha alcanzado, como por otra parte ocurre en estas zonas desde mucho antes de 2022, con los enfrentamientos “híbridos” y variables que comenzaron en 2014.
En los últimos meses las tropas rusas han concentrado sus esfuerzos en dos nudos fundamentales del transporte para todo el Donbass, Kupiansk y Pokrovsk, desde los cuales se abre el acceso a Liman y la posibilidad de avanzar al norte de Zaporiyia y al sudeste de Dnipropetrovsk. Según los expertos, esto indica la voluntad del Estado Mayor ruso de crear las condiciones para una campaña de primavera-verano del próximo año hacia Zaporiyia, formando un cerco para atacar luego la “línea de las fortalezas” de la región de Donetsk, donde están desplegados las unidades más duras de las fuerzas armadas ucranianas a lo largo de la línea Sloviansk-Kramatorsk-Kostyantynivka. Sin la conquista de estos bastiones resulta imposible la ocupación definitiva de la zona, pero la operación requiere un despliegue colosal de fuerzas y recursos, con pérdidas humanas sin duda muy numerosas.
Los escasos resultados de las operaciones militares del año en curso, sobre todo respecto de las grandes ambiciones de Moscú, sumado al empeoramiento de las condiciones económicas, están generando una evidente incertidumbre en los altos mandos de Rusia, aunque obviamente eso no se traduce en debates públicos sobre si continuar la guerra o aceptar las propuestas de Trump, intentando transformar el conflicto en una “guerra híbrida” permanente. En la reunión con los generales del Estado Mayor de los últimos días, Putin reiteró que “debemos garantizar que se alcancen sin condiciones todos los objetivos que enfrenta el ejército en el curso de la operación militar especial”, frase reportada con gran énfasis por Tass y todos los medios oficiales. Esto presupone el rechazo de cualquier acuerdo, ya que en ese caso las partes involucradas deben renunciar a algún objetivo, pero Rusia podría no estar en condiciones de continuar la guerra por mucho tiempo.
No son solo los economistas en el extranjero y los opositores del régimen de Putin los que afirman que la economía rusa está cada vez más en crisis, sino que la misma presidenta del Banco Central, Elvira Nabiullina, ha reconocido que las reservas que permitieron resistir en los primeros años de guerra ya están agotadas. El presidente del comité de la Duma para el presupuesto estatal, Andréi Makarov, ha declarado explícitamente que “se puede acabar el dinero del Estado”, lo que llevaría a una repetición de lo ocurrido al final de la Unión Soviética. Uno de los factores que más directamente afectan a la economía rusa es la capacidad cada vez más limitada de exportar petróleo a través de las rutas marítimas.
En efecto, la exportación de petróleo crudo y derivados representa actualmente el 75% de los ingresos por exportación de hidrocarburos, y el 80% de éste se transporta por mar. Si esta directriz se redujera a la mitad, Rusia perdería cerca de 50 mil millones de dólares, o 4 billones de rublos, y teóricamente Ucrania tiene potencial para alcanzar este resultado. Los transportes de petróleo se llevan a cabo principalmente a través de un número limitado de puertos ubicados sobre el mar Báltico y el mar Negro, en los que la función clave se limita a seis o siete terminales, de las cuales, las principales son las de Primorsk y Ust-Luga en el Báltico, y la de Sheshkaris en el mar Negro. Por cada una de ellas pasan cerca de 75 millones de toneladas de petróleo al año. Los puertos de carga de petróleo son estructuras técnicamente muy complejas y objetivos sensibles desde el punto de vista militar, y para destruirlos sería suficiente una decena de misiles Tomahawk, que todavía Kiev no ha recibido de EE. UU., pero si fracasan todas las negociaciones podrían volver a entrar en juego.
Sin duda las fuerzas armadas ucranianas, más allá del suministro de armamento occidental, se encuentran en condiciones extremadamente críticas, sobre todo por la escasez de personal para la movilización en la guerra defensiva. Según las evaluaciones oficiales, hay menos de cien mil soldados ucranianos en el frente, y más de medio millón de rusos, a los que se incorporan continuamente nuevos efectivos. Hasta el momento esto no ha conducido a una catástrofe completa, considerando que para el ataque se necesitan muchas más fuerzas que para la defensa y que hoy una gran parte de los combates se desarrolla con el envío de drones de asalto capaces de garantizar lo que se denominan “zonas de la muerte”, espacios de unos 15 kilómetros a lo largo de las líneas del frente que impiden al enemigo avanzar sin grandes pérdidas. Sin embargo, la defensa ucraniana se describe como una “franja porosa” con graves lagunas y brechas en medio de las zonas de mayor control, a través de las cuales pueden penetrar grupos limitados de atacantes rusos.
Estas deficiencias en el sistema ucraniano de defensa dependen de diversos factores sociales y políticos internos del país, considerando la gran cantidad de jóvenes de clase media-alta que evaden el servicio militar, incluso recurriendo a los sectores más corruptos de las administraciones. La injusticia social en Ucrania desmoraliza a la masa de ciudadanos de nivel inferior que cargan todo el peso de la guerra defensiva, y la clase política no logra encontrar soluciones a estos desequilibrios. El presidente Zelenski y sus colaboradores más cercanos no quieren hacer cambios en la cúpula del Estado Mayor, temiendo que el ascenso de figuras más eficaces para reemplazar a los actuales comandantes, muy poco populares y evidentemente poco competentes, pueda generar ambiciones políticas difíciles de contener. El futuro de Ucrania, incluso más allá del resultado de la guerra, depende en gran medida de estos factores.
En última instancia, ni Rusia ni Ucrania son realmente capaces de cambiar el curso y el carácter de la guerra, y difícilmente el próximo año el escenario presentará otras soluciones que no sean los combates a ultranza. La guerra se mantiene inmutable desde el punto de vista militar, económico y político, sin que se comprendan ya los verdaderos objetivos del conflicto de ninguna de las dos partes y dejando que prevalezcan las abstracciones místico-ideológicas de la “guerra de los mundos” que tanto le gusta al zar del Kremlin, o las operaciones demagógicas y financieras del gran empresario inmobiliario de la Casa Blanca.
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