La guerra continua y el nuevo paradigma de la cumbre de Anchorage
El patriarca Kirill elogia la "manifestación de buena voluntad" de los líderes "de los dos Estados más poderosos del planeta". Mientras, los blogueros y propagandistas rusos hablan de un "resultado grandioso: hay paz con Estados Unidos y en el Donbás seguimos avanzando". Y para Moscú, el único encuentro posible con Zelensky es como derrotado en el Kremilm.
El encuentro en Alaska entre Donald Trump y Vladimir Putin, más allá de los resultados y contenidos efectivos de las negociaciones, marcó un cambio de paradigma en las relaciones geopolíticas globales, mucho más que en las posibles soluciones a la guerra en Ucrania. El objetivo de ambos presidentes era colocar sus figuras por encima de cualquier otro líder y de cualquier otro Estado a nivel mundial, erigiéndose como emperadores de Oriente y Occidente y constructores de una nueva civilización universal.
Esto no lo dicen solo muchos comentaristas políticos, expertos y periodistas, sino que se trata de una proclamación explícita del patriarca de Moscú Kirill (Gundyaev), que acompaña al jefe del Kremlin en la reedición del sueño medieval de la gran "Moscú-Tercera Roma", y también de la "nueva Yalta" de la división del mundo. Sin esperar los resultados de las conversaciones de Anchorage, la mañana del 15 de agosto Kirill presidió un moleben (oficio de oración) para acompañar a Putin en el vuelo hacia la "tierra ortodoxa" en la frontera de los dos mundos, que en su opinión se estaba dirigiendo hacia "un cambio fundamental de la trayectoria en la que hasta ahora se habían desarrollado las relaciones entre Rusia y Estados Unidos".
El patriarca elogia "la demostración de buena voluntad de los líderes de las dos mayores potencias nucleares de todo el planeta", y en su discurso señala varias veces el factor de las armas atómicas, no como una demostración de agresividad sino como la "justa condición" para el que realmente quiere instaurar una paz universal, en el más auténtico espíritu de la retórica de los tiempos soviéticos. En efecto, recuerda "los peligros de las relaciones entre la URSS y Estados Unidos, que se han mantenido también entre Rusia y los Estados Unidos de hoy". Y por lo tanto la nueva amistad que han entablado Donald y Vladimir "puede influir más que cualquier otra cosa en el desarrollo de toda la civilización humana", y evitar "acercarse nada menos que a la trágica desaparición del género humano", la dimensión apocalíptica que siempre está presente en el alma rusa.
El líder ortodoxo ruso no aludió en ningún momento a la cuestión de Ucrania, ni siquiera a la defensa de los "hermanos" de la Iglesia pro-rusa UPZ, que en cambio Putin puso como condición para la paz junto con la del idioma ruso en Ucrania y la división de los territorios, un tema que se arrastra desde hace siglos y que en realidad no despierta el interés de los rusos. Según Kirill, "nuestro tiempo es el que puede abrir a toda la civilización humana nuevas posibilidades de desarrollo, según las justas decisiones de los jefes de Rusia y Estados Unidos, como lo demuestra el solo hecho de que hayan decidido encontrarse". Este fue el verdadero propósito de la conversación, de lo contrario "no se habrían arriesgado a arruinar su reputación y, sobre todo, el equilibrio de la política internacional", y en cambio, gracias a ellos, "el mundo hoy puede dar un suspiro de alivio".
La finalidad del encuentro era "impedir cualquier posibilidad de un verdadero conflicto bélico entre Rusia y Estados Unidos", no ciertamente intervenir en la "operación especial en Ucrania" que los rusos continuarán en todas las modalidades posibles. Aún más, insiste el patriarca, "se debe hacer que todos los países se conviertan en aliados en el mejor sentido de la palabra, y participen de pleno derecho en el diálogo práctico e intelectual, político y cultural, para decidir juntos el destino futuro de toda la familia humana". De esta manera Rusia no se limitará a las negociaciones con Estados Unidos, sino que "se abrirá a las relaciones con todo el mundo occidental", subrayando que "las negociaciones entre los dos jefes de Estado no están dirigidas contra nadie, sino que buscan hacer el bien a muchos otros pueblos y Estados en todo el mundo".
La invocación final de la oración patriarcal estaba dirigida a "Nuestro Señor, para que extienda su benevolencia a los líderes de los dos Estados más poderosos del planeta, aleje la amenaza de todo conflicto y conserve la amistad entre todos los pueblos". Además del resurgimiento de los grandes eslóganes soviéticos sobre la "lucha por la paz universal" - que el joven obispo Kirill repetía ya en los años setenta del siglo pasado en todos los foros internacionales - sus palabras muestran con toda claridad la interpretación apodíctica de la Ortodoxia, en la que afirmación y negación se consideran necesarias: no puede existir la "verdadera fe" sin la presencia de "otra fe", pravoslavie/inoslavie; no puede haber Oriente sin Occidente, en un sentido más espiritual que geográfico, entendiendo por ello la Luz y las Tinieblas y no ciertamente Asia y Europa, dentro de la que Rusia ha quedado desde el Bautismo de Kiev.
En los días posteriores a la gran puesta en escena de Alaska se ha verificado, en efecto, una ininterrumpida continuación de los ataques rusos en Ucrania, con drones y misiles provenientes de ambas partes como si nada hubiera pasado. La lógica de la guerra implica la continuación de la agresión en la versión estival, como en los tres años anteriores, aprovechando las reservas de hombres y armamentos hasta la llegada de los meses fríos; la parte ucraniana defiende a toda costa sus posiciones en el Donbás, donde los rusos avanzan al ritmo de un centenar de metros por día, y busca golpear con drones los objetivos militares y energéticos en diversos puntos de Rusia, incluso en los alrededores de Moscú y San Petersburgo. Los ideales universales del patriarca mal se condicen con la realidad local de las tierras en disputa, aún a nivel religioso: los ortodoxos pro-rusos en Ucrania esperan que Rusia se imponga, mientras las autoridades civiles de Kiev amenazan con prohibirlos definitivamente, sabiendo perfectamente que nunca podrán hacerlo.
La guerra continúa, y este es el verdadero mensaje de la alianza entre Trump y Putin: será una nueva versión de la guerra fría, más tecnológica y digital, en la que, además de los misiles y los tanques, tendrán mucho peso los messenger y las redes sociales, el ruso Max contra el WhatsApp occidental, compitiendo para ver quién consigue controlar mejor las conciencias de las personas. El Occidente de Estados Unidos y Europa se enfrenta al Oriente de Rusia y China, donde la verdadera potencia económica está en Beijing, pero el control militar lo tiene Moscú, y los soldados rusos están instruyendo a los chinos en las tácticas de invasión, en previsión de un nuevo posible episodio de la verdadera guerra "caliente" en la isla de Taiwán. Por su parte, los europeos se preguntan cuántas armas y cuántos soldados es necesario desplegar en la frontera de Ucrania, tal vez apelando al artículo 5 de la OTAN, fingiendo que no es la OTAN.
El emperador de Washington ya pretende el Nobel de la paz, y los presidentes de Azerbaiyán y Armenia han decidido firmar juntos la solicitud, aunque por cierto todavía no han firmado el tratado de paz, como prometieron en la otra puesta en escena estadounidense. Trump repite continuamente que ya ha resuelto por lo menos seis guerras, cuando el único acuerdo que realmente se firmó en su presencia fue entre el Congo y Ruanda, que también siguen combatiendo tranquilamente entre sí como Rusia y Ucrania. El "séptimo sello" de Trump se verificará tarde o temprano en el Kremlin, donde el estadounidense sueña mucho más con ir de lo que Putin aspira a entrar en la Casa Blanca, si se considera también sus visitas a la sede de la ONU en Nueva York.
"La guerra continúa" es también el estribillo de muchos blogueros y propagandistas rusos, todos muy entusiasmados después de la cumbre en Alaska. Como escribe Yegor Kholmogorov, "Putin ha obtenido una fantástica victoria diplomática, sin ceder en nada", mientras Akim Apachev asegura que "Putin ya no es un canalla para Occidente, Trump le ha devuelto el estatus de político de nivel mundial, al que se puede estrechar la mano... esto no nos impide continuar la guerra, sino que es un nuevo punto de partida". El oligarca ortodoxo Konstantin Malofeev afirma que "debemos constatar que, como siempre, Putin es el mejor del mundo en las negociaciones: con Estados Unidos hay paz, mientras en el Donbás seguimos avanzando", y el ideólogo eurasista Aleksandr Dugin resume que "por lo tanto, debemos felicitar a todos por esta cumbre grandiosa, ganar en todo y no perder en nada, como sólo sabía hacerlo el zar Alejandro III... Todavía queda mucho por hacer, pero no debemos temer negociaciones de paz como las de Gorbachov y Yeltsin; Putin sabe cómo llegar hasta las últimas consecuencias".
Ahora se espera el encuentro decisivo de Putin con Zelensky, que provocativamente se ha propuesto en el Kremlin, dando a entender que el súbdito derrotado debe postrarse a los pies del zar victorioso. Los comentaristas, tanto rusos como internacionales, dudan que Putin acepte ver al "nazi" ucraniano en territorio neutral, aunque fuera la amistosa Hungría de Viktor Orbán, y como máximo enviará una delegación con un poco más de autoridad que el "grupo de trabajo" de los encuentros en Estambul, y seguirá alargando los tiempos con tratativas y puestas en escena, porque de todos modos "la guerra debe continuar".
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