15/11/2025, 14.56
MUNDO RUSO
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La identidad de los rusos, entre patriotismo y religión

de Stefano Caprio

Creer en Rusia no significa creer automáticamente en Dios y en los dogmas religiosos, pertenecer a la Iglesia ortodoxa no conlleva necesariamente asistir con regularidad a las celebraciones litúrgicas, defender los “valores tradicionales” no se traduce inmediatamente en adoptar los preceptos del catecismo.

 

Con motivo del Día de la Unidad Popular que se celebró la semana pasada, el centro sociológico Vitsom del Kremlin realizó una encuesta sobre el tema de las prioridades de los ciudadanos rusos al afirmar su identidad, y preguntó con qué grupo social o comunitario se identificaban en primer lugar; concretamente “¿quién eres?”. Los resultados arrojaron, por abrumadora mayoría, la respuesta patriótica “un ciudadano de Rusia”, mientras que sorprendentemente la respuesta "un fiel de mi religión" fue la menos habitual, ya que recibió solo el 2% de las respuestas (igual al porcentaje de rusos que asisten normalmente a las celebraciones religiosas), incluso menos que la respuesta “un ciudadano del mundo”, que obtuvo el 3%.

Una de las afirmaciones más comunes, con el 60%, fue que “Rusia es un país multiétnico”, y eso lo hace “mucho más fuerte”, aunque el año pasado los partidarios de la “multinacionalidad” eran un 5% más. Los expertos de Vitsom explican que “cuando se habla de la identidad personal, la ciudadanía siempre ocupa el primer lugar, superando con creces otros fundamentos de la identidad como el género, la generación, la profesión, la pertenencia étnica u otros”. El reconocimiento patriótico es el factor común que une a las personas independientemente del sexo, la edad, la condición social y la región de residencia o de origen.

La contradicción más evidente se refiere a la relación con la religión, sobre todo con el cristianismo ortodoxo. Una encuesta de Vitsom de 2019 mostró que el 63% de los entrevistados se declaraba convencidamente ortodoxo, y no es fácil explicar la gran distancia entre identidad y pertenencia religiosa de los rusos. Mucho depende de cómo se formulen las preguntas, lo que demuestra que la confesión religiosa es un componente secundario de la identidad patriótica, incluso para las otras religiones “tradicionales” de Rusia como el islam, el budismo y el judaísmo, y no es casualidad que los “valores tradicionales” siempre se definen como “morales y espirituales”, subordinando estos últimos a los primeros, definidos por las autoridades civiles y posteriormente confirmados por la bendición del pope, del rabino, del lama o del mulá.

La afiliación religiosa de los rusos es muy formal, como lo demuestra la escasa asistencia a las celebraciones litúrgicas, que a menudo se viven más como actos folclóricos con ocasión de la Pascua y de las grandes fiestas, cuando la gente acude a la iglesia para bendecir los dulces y los regalos que entregará a sus familiares. Incluso la participación en las celebraciones refleja una modalidad casi solamente exterior: de los pocos que asisten a la Divina Liturgia, la Misa ortodoxa, no más del 10% se acerca a los sacramentos de la Confesión y de la Comunión, mientras que el resto de los fieles se limita a encender una vela delante del ícono de su santo preferido.

El renacimiento religioso de los años '90, tras el fin del ateísmo comunista, mostró una espectacular transformación de cien millones de “no creyentes” en “devotos ortodoxos”, con una búsqueda inicialmente sincera de redescubrimiento de los valores religiosos que muy pronto se convirtió en un proceso de votserkovlenie, el término ruso que indica la “eclesialización”. El bautismo y el matrimonio religioso son la máxima expresión de esta reinserción en la vida eclesial, que asume contenidos particularmente intensos sólo cuando se acerca a la experiencia monástica. En Rusia esta se vive como una forma radical de identificación con la “Patria terrestre y celeste” en un espíritu de “fuga del mundo” vivida como “fin del mundo”, porque no se cree verdaderamente que la vida en esta tierra pueda ser conforme a los principios eternos de la religión.

Para la gran masa de los “creyentes ortodoxos” rusos no tienen demasiada importancia las cuestiones de la salvación individual, de vivir según los ideales espirituales, de los imperativos morales y mucho menos de las problemáticas teológicas. La Ortodoxia es la confesión histórica de Rusia, y hay que estar orgullosos de ella como parte solemne de la propia ciudadanía. Lo mismo se aplica a las otras confesiones, y el resultado es un “islam moderado” no por interpretaciones coránicas profundas, sino por la conciencia de un “islam ruso” que no debe ser contaminado por el islam radical proveniente de Oriente Medio o de otras zonas musulmanas “no patrióticas”. Esto vale también para los países de Asia central de mayoría islámica, que mantienen una autoconciencia muy afín a la de sus viejos amos imperiales.

Por otro lado, las encuestas muestran un porcentaje muy alto de ciudadanos rusos que no declaran ninguna referencia a una confesión religiosa, al menos entre el 30 y el 40% según las estadísticas oficiales, y quizás incluso más en la realidad. La indiferencia religiosa es común a muchas otras poblaciones de países de tradición cristiana, en Europa y en el resto del mundo, y en Rusia es un factor análogo a la forma de adhesión a la ideología soviética del siglo pasado. Los funcionarios de partido y de las diversas instituciones públicas se mostraban devotos a los principios del comunismo por conveniencia social y para poder hacer carrera, pero la gran masa de la población se adecuaba a los principios ideológicos sólo para evitar complicaciones, a pesar de la machacante propaganda de las lecciones de DiaMat, el marxismo-leninismo dialéctico, junto a las anti religiosas del “ateísmo científico”.

Precisamente los especialistas del ateísmo se convirtieron, inmediatamente después del fin del comunismo, en los principales maestros de la religión, que afirmaban estudiar solo aparentemente para cuestionarla, pero en realidad porque eran los primeros en interesarse por ella. Esto también podría hacer pensar en un “efecto inverso” de la actual propaganda patriótica obsesiva, desde los jardines de infantes hasta las universidades y en todos los ámbitos sociales, que podría revertirse rápidamente cuando cambien las circunstancias. De hecho, muchos sociólogos advierten que el actual conformismo ideológico se sustenta fundamentalmente en la operación militar en Ucrania, que obliga a la “movilización de las conciencias” antes incluso antes que a la disponibilidad para combatir, que a menudo se reserva para las poblaciones menores del Cáucaso y Siberia. No es casualidad que en la época soviética el apoyo más entusiasta a las políticas estatales provenía del mundo de los militares, que también se convirtieron rápidamente en servidores del culto debido a la fácil sintonía entre la guerra y la fe “patriótica”.

Creer en Rusia no significa creer automáticamente en Dios y en los dogmas religiosos, pertenecer a la Iglesia ortodoxa no implica necesariamente asistir a las celebraciones litúrgicas, defender los “valores tradicionales” no se traduce inmediatamente en adoptar los preceptos del catecismo. Depende de las circunstancias y de la orientación de los líderes políticos, respaldados por los jerarcas religiosos. Se puede creer en la “misión divina” de Rusia sin tener una idea muy clara de la misión evangélica de Cristo y de los apóstoles, y esto hace que el retorno de Rusia a la religión sea incluso más perjudicial que la profesión del ateísmo militante. No es casualidad que hoy en Rusia los ateos que lo declaran abiertamente sean objeto de una persecución similar a la que sufrían los creyentes en la época soviética, lo que los convierte en una categoría especialmente importante para la defensa de la libertad de pensamiento y de profesión religiosa “a la inversa”.

Según diversas definiciones, que a menudo se convierten en acusación, los ateos son “amorales” e “indignos de la ciudadanía”, se les atribuye una “disfunción mental” y “escasa capacidad de comprensión”, son acusados de “vandalismo ético” y de “falta de respeto a la patria”, "imaginación febril", "libertinaje moral", "adhesión al principio de permisividad" y otros epítetos similares. Los que se declaran ateos no son admitidos a la identidad rusa, porque transmiten “valores no rusos y extraños”, como fruto de la propaganda y la predicación inversa proveniente de países extranjeros, y esto precisamente en el país que ha protagonizado la mayor profesión de ateísmo en toda la historia de la humanidad.

Incluso en los países islámicos más radicales, en Oriente Medio y diversas partes del mundo, se deja más espacio a la libertad de pensamiento, pese a la obligación de respetar la sharia islámica, que se limita a poner en segundo plano a los ciudadanos que no profesan la religión musulmana, sin expulsarlos de la comunidad nacional, mientras que Rusia parece volver cada vez más a los tiempos oscuros de la intolerancia. Para Josif Volokolamsk, el máximo teólogo del siglo XV, la religión era la dimensión “fundacional del Estado”, una expresión frecuentemente utilizada hoy por Putin y Kirill, pero no necesariamente el fundamento de la conciencia y de la propia samobytnost, la identidad o “auto-esencia” que se disuelve fácilmente en los remolinos de la historia.

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