30/08/2023, 10.57
RUSIA
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La muerte del teatro en Rusia

de Vladimir Rozanskij

Entre las víctimas de la "operación militar especial" en Ucrania se encuentra también un punto fuerte de la cultura nacional rusa. Con directores, actores y bailarines obligados a sucumbir a la propaganda beligerante o perder el trabajo al que han dedicado su vida.

Moscú (AsiaNews) - El periodista y comentarista Valerij Panjuškin lanzó un grito de alarma desde las páginas del sitio web "Sistema" por el triste final del teatro en Rusia, gloria de la cultura nacional que ahora se ve obligada a sucumbir a la propaganda beligerante del régimen de Putin. Muchos artistas y directores opuestos a la guerra de Ucrania ya han abandonado el país, las obras de autores "inseguros" están siendo retiradas de los repertorios y los nombres de dramaturgos "indignos" están siendo borrados de los carteles y programas teatrales. También se clausuran las representaciones con actores que se han expresado de forma disonante con la operación militar especial, y los que permanecen en Rusia prefieren guardar silencio, aunque incluso esto puede no ser suficiente: a menudo se exige un apoyo explícito a la política oficial.

Los protagonistas del mundo de la cultura tienen que encontrar formas creativas de afirmar los "valores tradicionales", desprestigiar a los enemigos y desenmascarar a los traidores; muchos lo hacen con sincero entusiasmo, pero la mayoría se limita a insinuar. A la cabeza de esta "movilización cultural" ni siquiera está el Ministerio de Cultura, sino los ejércitos de canales de Telegram y otros medios sociales, que "desempeñan en la cultura rusa un papel similar al que se encomendaba a los oráculos en la antigua Grecia", señala Panjuškin.

El periodista recuerda una serie de episodios desde el comienzo de la invasión de Ucrania, como cuando el 24 de febrero de 2022 estaba previsto el estreno del espectáculo Maskarad de la bailarina Anna Abalikhina en la sala de la academia de Perm "Teatre-Teatre". Al final, en lugar de aplausos y reverencias, todos permanecieron en un silencio helado. La propia Anna recuerda que "nadie tenía ganas de justificar la guerra, ni los intérpretes ni los espectadores, no es normal celebrar el terror y la tragedia".

Los actores discuten entre ellos si es correcto salir a escena en estas condiciones, como explica una famosa actriz, Čulpan Khamatova, "lo discutimos largo y tendido con Ženja Mironov" (otra estrella del teatro ruso), "que intentó convencerme cuando estábamos a punto de salir con 'El maestro y Margarita' de que no podemos traicionar a nuestro público, sobre todo a los más jóvenes, intentemos al menos transmitir valores superiores a la guerra". Khamatova decidió subirse a un avión rumbo a Letonia, y sólo después de bajarse escribió a Mironov que no volvería, y ahora trabaja en el Nuevo Teatro de Riga, donde logró también traer a sus hijas.

Muchos otros huyeron inmediatamente después del comienzo de la guerra, como el director Dmitry Krymov, que voló a Filadelfia, donde en el Teatro Wilma puso inmediatamente en escena la chejoviana "El jardín de los cerezos". Abalikhina, por su parte, se había quedado, pero en septiembre del año pasado telefoneó al patrocinador de sus espectáculos de danza y dijo: "¡Lo siento, no puedo más!". Poco después, la directora del teatro, Svetlana Guzij, intervino en apoyo de la operación militar, colocando una gran letra Z en la fachada del teatro. La bailarina pensó "al menos no será en mi nombre", a pesar de haber perdido su trabajo y sus ingresos.

A otros les ha ido peor: han tenido que pagar fuertes multas por suspender actuaciones, o incluso han acabado en la cárcel. Mironov, una de las figuras más representativas de todo el mundo teatral ruso, no habla con periodistas no estatales ni rusos, tratando de salvar el Teatro de las Naciones de Moscú; "para él, ese teatro es toda su vida", aseguran sus amigos. Consiguió la gestión del teatro en 2006, cuando prácticamente se caía a pedazos, buscando dinero para restaurarlo y comprar equipamiento teatral moderno; las primeras representaciones, como los Cuentos de Pushkin, las ensayaban los artistas en bares locales, por falta de espacio. Durante años se reunieron allí los mejores actores: Julia Peresild, Ksenja Rappoport, Andrej Smoljakov y otros, con directores del nivel de Andrej Mogučij, Timur Bekmambetov, Stefan Braunschweig, Robert Wilson, y la versión del canadiense Robert Lepage de "El maestro y Margarita" fue considerada una obra maestra absoluta incluso por los críticos. Hasta que se llegó a detenciones, como la de Evgenija Berkovič, incluso condenada por "incitación al terrorismo" por su obra "Finist, el cuervo blanco". Como concluye Panjuškin, "entonces casi todos los directores y actores rusos deben ser considerados terroristas, y ahora estamos muy cerca de este resultado final". El teatro ruso desaparece de la escena, en el escalofrío de la guerra.

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