03/11/2023, 13.17
MUNDO RUSO
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La yihad de la 'Ortodoxia atómica'

de Stefano Caprio

Los dramáticos acontecimientos del conflicto entre Gaza e Israel también han repercutido en Rusia, donde hoy se celebra la fiesta de la unidad popular en memoria de la victoria sobre los polacos en 1612. En su discurso, el Patriarca Kirill de Moscú hizo referencia a san Serafín de Sarov, uno de los santos más representativos de la identidad rusa, que en estos momentos vive una renovada necesidad de autoconciencia, el samobynost ruso tantas veces evocado por Putin.

 

Los dramáticos acontecimientos del conflicto palestino-israelí han provocado en las distintas regiones de la Federación Rusa una reacción que pone claramente en evidencia la correspondencia entre extremismos religiosos históricamente opuestos, el cristiano-ortodoxo y el fundamentalismo islámico.

La Rusia de Putin, baluarte de los "valores tradicionales" inspirados en el cristianismo ortodoxo, encuentra hoy en la creciente reacción musulmana contra Israel una nueva linfa para afirmar su especificidad frente al Occidente anglosajón, alineado con el "enemigo israelí" y el "nazismo judío" de Ucrania. La figura del enemigo de la "verdadera fe" se confunde con las diversas expresiones de religiones y culturas "modernas", que se oponen a las "tradicionales", entendidas como "no alineadas", independientemente de sus propias identidades confesionales.

El 4 de noviembre, fiesta de la unidad popular de Rusia en memoria de la victoria sobre los polacos en 1612, celebra este año la apología de la "ortodoxia atómica", haciendo una yuxtaposición extrema, según ha propuesto el patriarca Kirill de Moscú, con la devoción a uno de los santos más representativos de la identidad rusa, san Serafín de Sarov, a propósito de los experimentos nucleares en la base de Arzamas, ubicada junto al monasterio de Diveevo donde descansan los restos del "san Francisco ruso" del siglo XIX.

En 1946, el KB-11, principal instituto del proyecto atómico soviético (hoy Centro Nuclear Federal Ruso), se instaló precisamente en el pustyn, el "desierto" monástico donde san Serafín vivió durante años como estilita en lo alto de una roca, un lugar muy aislado (los bosques de Mordovia), pero al mismo tiempo estratégicamente cerca de la ciudad de Nizhny Novgorod, centro de la industria militar durante la Segunda Guerra Mundial, y a menos de 500 kilómetros de la capital, Moscú, una distancia ciertamente no excesiva para las dimensiones de Rusia.

Los responsables del instituto nuclear probablemente no repararon mucho en la coincidencia con el lugar de devoción, pero desde entonces la expresión "Ortodoxia atómica" se ha repetido en varias oportunidades. En 1998 el escritor ruso Maksim Kalashnikov, seudónimo del periodista Vladimir Kucherenko, en el libro “La espada rota del imperio”, recomendaba “reforzar el núcleo ortodoxo de nuestro imperio, una espada que se afila en el momento de la batalla, una Ortodoxia atómica, si se quiere", en la cual "la fe se une a los misiles voladores y a los radares de precisión, tal como el centro nuclear de Arzamas se levanta sobre la memoria de san Serafín".

Al año siguiente el artista eurasianista Aleksej Beljaev-Gintovt pintó un cuadro apocalíptico, una cruz que se extiende sobre el panorama del mundo arrasado por las armas, y titulado precisamente "Ortodoxia atómica". En 2003 el científico y profesor Viktor Lukjanov inauguró en los lugares del santo el Museo de Armas Nucleares, y ya entonces el asceta canonizado por voluntad del zar Nicolás II fue presentado como el "patrono" del arsenal atómico por el metropolitano ortodoxo de Nizhny Novgorod, el héroe de guerra soviético Nikolai (Kutenov), que había comenzado la restauración del monasterio de Diveevo.

Estas expresiones, por tanto, apelan a dimensiones profundas de la conciencia ortodoxa y patriótica rusa, que en su tensión apocalíptica siente que no puede vivir plenamente sin identificar al enemigo que hay que destruir y que abre la perspectiva de un mundo nuevo que hay que reconstruir. No se trata entonces específicamente de una cuestión de hostilidad interétnica o interreligiosa, sino de una exigencia de la autoconciencia, el samobynost ruso tantas veces evocado por Putin y Kirill. En este sentido ni siquiera se puede hablar explícitamente de antisemitismo ruso, sino de la utilización del estereotipo del judío "maligno" tan extendido en el mundo, no sólo islámico o cristiano, para reiterar la necesidad de afirmar la verdad ortodoxa contra cualquiera que le sea ajeno.

Incluso durante las celebraciones católicas en honor a los difuntos de los últimos días, que se asocian a la veneración de los santos y a la memoria de las víctimas de Stalin, se produjeron manifestaciones agresivas en contra, en este caso, de los mismos "polacos" con los que se identifica a todos los descendientes católicos de Rusia, los enemigos históricos de las convulsiones del siglo XVII. En el cementerio de Levashov, en las afueras de San Petersburgo, se había reunido en torno al obispo Nikolaj Dubinin la procesión católica para conmemorar el 2 de noviembre, que se encontró con un comité de recepción hostil formado por un grupo de jóvenes de la llamada Volonterskaja Rota, la "Guardia de Voluntarios" que normalmente ayudan a mantener limpia la ciudad. Los jóvenes portaban pancartas que decían "¡Polacos! ¡Basta de reescribir la historia! ¡Basta de protestar contra los monumentos a los héroes soviéticos! ¿Han olvidado quién los liberó del fascismo?"

Los manifestantes no llevaron a cabo acciones violentas, pero no dejaron de provocar con gritos y acusaciones, perturbando la celebración de la Santa Misa que el obispo Nikolaj presidió frente al monumento a los católicos reprimidos en la época soviética. La obra fue retirada por desconocidos en junio de este año y el 30 de octubre se colocó una composición simbólica en lugar del monumento desaparecido. Uno de los manifestantes levantó un cartel explícito al respecto: "¡Basta de instalar sin permiso monumentos polacos en los cementerios rusos!", aunque la celebración era en ruso para los católicos de lengua rusa, independientemente de su origen familiar antiguo o reciente.

Evidentemente, la Rota ha dejado de ser una asociación normal de voluntarios civiles que colaboran con la limpieza (e incluso donan sangre y recogen animales vagabundos) para convertirse en una imitación más de los "grupos militares" que, según objetivos recientemente redescubiertos, se ocupan de "la educación patriótica de la juventud y la preservación de la memoria histórica". En Makhachkala, en Daguestán, eran activistas islámicos los que salieron a cazar "judíos", en San Petersburgo eran fanáticos ortodoxos los que enseñaban los dientes a los "polacos".

Los polacos son los más cabales representantes del fantasma "ucronazi", ya que los enfrentamientos cerca de los ríos Dniéper y Don, que separan las distintas variantes de los eslavos orientales, se han repetido a lo largo de la historia desde el siglo XIV hasta el XX, y Ucrania es sólo el último episodio de esta guerra infinita. Y a través de Polonia llegaron a Rusia los judíos perseguidos durante siglos en toda Europa, antes de partir nuevamente desde el puerto de Odessa para constituir el nuevo Estado de Israel. Desde el punto de vista ruso la continuidad de los conflictos es sencilla de resumir: todos ellos son enemigos de la Santa Rusia, ya sea ortodoxa o islámica. Después de todo, la religión musulmana recién se introdujo hacia el final del yugo tártaro, que inicialmente no tenía connotaciones confesionales (Genghis Khan formó su imperio sobre la base de la tolerancia de los cultos y tradiciones locales), y ha conservado un perfil de "devoción patriótica" incluso bajo el régimen soviético ateo, que no sintió la necesidad de perseguir demasiado a las poblaciones musulmanas.

El terrorismo de Al Qaeda, y más tarde del ISIS, fue lo que provocó reacciones identitarias en los rusos; el mismo Putin asumió el gobierno en 1999 para combatir el radicalismo islámico que se estaba extendiendo en Chechenia. Las repúblicas soviéticas de mayoría islámica, como los ex Estados soviéticos de Asia Central, intentan ahora imponer una visión menos "teocrática", donde los líderes religiosos deben someterse a los gobiernos laicos, y a veces los mismos presidentes y políticos locales reescriben el Corán según sus necesidades. Es la sinfonía de poderes que propone la Ortodoxia de origen bizantino: los patriarcas y los mulás dictan la línea, los presidentes y generales la imponen por la fuerza, en nombre de la Unidad del Pueblo.

Ya en 2007, en una importante conferencia de prensa, Vladimir Putin afirmó que "las religiones tradicionales de la Federación Rusa, junto con el escudo de las armas nucleares, son los componentes fundamentales que hacen fuerte al Estado ruso". Sólo queda esperar que la yihad de la religión islámica ortodoxa no incluya la guerra atómica en los términos del katekhon ruso, "aquello que impide" según san Pablo, el "dogma patriótico universal" que pretenden imponer los discípulos de san Serafín de Sarov.

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