03/12/2025, 21.21
MALASIA-INDIA
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Mons. Menamparampil: 'Susurrar el Evangelio en Asia, no por miedo sino por intimidad'

de mons. Thomas Menamparampil *

El testimonio que presentó el arzobispo emérito de Guwahati en el Congreso Misionero Asiático: "Frente a los nacionalistas que nos consideran extranjeros, defendemos los valores de nuestros pueblos. Como misioneros todavía estamos haciendo demasiado poco. Sanemos las memorias negativas y construyamos relaciones profundas en las que pueda entrar a Jesús".

 

Penang (AsiaNews) - La fiesta de san Francisco Javier que se celebra hoy es una ocasión especial para reflexionar sobre la misión de los cristianos en Asia, que hace pocos días fue el tema central de la Gran Peregrinación de la Esperanza, el Congreso Misionero que realizaron las Iglesias del continente en Penang, Malasia. Uno de los oradores en este importante encuentro fue Mons. Thomas Menamparampil, teólogo salesiano y arzobispo emérito de Guwahati, en el noreste de la India. A los ochenta y nueve años es considerado un maestro por muchos católicos de Asia y por el mismo Benedicto XVI, quien en una oportunidad le encomendó las meditaciones para el Vía Crucis en el Coliseo. Con gran lucidez, Mons. Menamparampil habló en el Congreso sobre el tema: ¿Cómo vivir como cristianos en una comunidad pluralista? Publicamos a continuación una transcripción de algunos párrafos de su discurso, no revisados por el autor.

¿Cómo vivir como cristianos en una sociedad pluralista? Nuestra realidad es que somos una minoría. En muchos lugares incluso somos una microminoría. Nos dicen que somos, con humildad, la sal de la tierra, lo que significa no toda la masa, sino sólo la sal de la tierra.

Hoy también vivimos en una época poscolonial. En todos los países existe una especie de orgullo cultural y nacionalista. Legítimo en sí mismo, pero hoy un poco exagerado. Entonces a menudo piensan que los cristianos representamos a Occidente y que algunas tradiciones culturales que hemos adoptado — en la manera de vestir, en la comida o en otras cosas — nos han convertido en "occidentales" y, por lo tanto, minorías.

Pero el cristianismo viene de Oriente, de Asia. Se lo repetimos una y otra vez a nuestros hermanos indios: viene de Asia, nació aquí, en medio de ustedes. Pero como el cristianismo llegó a través de Occidente, el estigma sigue existiendo. Y nosotros también podemos tener una forma de pensar demasiado influenciada por actitudes occidentales. En otras palabras, podemos convertirnos en personas desarraigadas en nuestra propia sociedad. Sobre esto es útil hacer un poco de examen de conciencia.

¿Somos personas desarraigadas? Si somos verdaderamente misioneros no deberíamos serlo... Conocí misioneros que vinieron al noreste de la India: eran «occidentales», pero se arraigaron muy rápido. Se identificaron fuertemente con la comunidad local, que los aceptó. Se identificaron con la política y la cultura, con las preocupaciones fundamentales de nuestra civilización, con nuestros valores religiosos asiáticos, como la renuncia a uno mismo, por ejemplo, la armonía, la paz...

Cuando conoces íntimamente las preocupaciones fundamentales de la civilización, de la cultura y de la sociedad para la que trabajas, llegas al alma de una comunidad. Por eso me gusta utilizar la expresión «susurrar el Evangelio al alma de Asia»: cuanto más nos identificamos con ella, más nos convertimos en parte de ella.

Lo hemos dicho muchas veces: los cristianos debemos ser leales al país, a la cultura, a las tradiciones de la sociedad; también debemos luchar — junto con nuestros amigos no cristianos, con nuestros vecinos — por los sistemas de valores tradicionales que conservan lo que es valioso de nuestra civilización. Debemos apoyar a los líderes de la sociedad civil que defienden estos valores, que tienen un cierto grado de dignidad, sobre todo hoy que la política está tan degradada.

Hoy el rey de la sociedad es el que se jacta. Se ha convertido casi en una forma de espiritualidad: el hombre que gana dinero o el político que exhibe sus éxitos. Pero nosotros no nos identificamos con este tipo de líderes. E incluso como minoría, aunque no podamos influir en todo, podemos actuar con sentido de responsabilidad, por el bien común, con compromiso, ejerciendo influencia sobre todo en los sectores pensantes de la sociedad. Debemos estar presentes en las universidades, en los medios de comunicación, en los mercados, en el Parlamento, por lo menos a través de una red de amigos e instituciones. No para obtener favores del gobierno, sino para apoyar el sistema de valores. Debemos hacer que crezcan sembradores de ideales, presentadores de visiones, generadores de energías, inspiradores del alma: escritores, profesores, maestros, personas auténticas. Si estamos junto a ellos como misioneros, nosotros también nos convertimos en uno de ellos.

Muchos de estos intelectuales me preguntan: «Padre, ¿usted qué piensa?». En los momentos importantes te piden una opinión: eso es evangelización. Juntos, cuando estamos en este nivel, ejercemos una gran influencia si actuamos como ciudadanos honestos y responsables.

Todo esto es la primera parte. Pero también debemos compartir lo más valioso que tenemos en el corazón: nuestra fe en Jesús. «¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio!». Sin duda, no es fácil transmitir un mensaje, sobre todo cuando se es una minoría. Los medios de comunicación no están en nuestras manos. Y sin embargo, nos insertamos allí donde la sociedad nos necesita: pobreza, desarrollo, educación, salud. Y esto nos da una enorme ventaja. A pesar de ser una minoría, moldeamos la mente de millones de personas. La gente viene a nuestros hospitales. A través de nuestras instituciones podemos tener un impacto muy grande. Siempre y cuando superemos realmente las barreras culturales: yo también provengo del sur de la India. Soy un extranjero para el noreste de la India, un completo extranjero. Pero si somos buenos misioneros nos integramos en nuestras comunidades. Debemos ser como san Patricio, que se hizo irlandés, Bonifacio que se hizo alemán, sajón, y así muchos otros.

Sin embargo, lo digo honestamente: en este sentido la mayoría de los misioneros estamos rindiendo menos de lo debido, estamos al 30%, 40% de lo que seríamos capaces de hacer. Estamos desperdiciando nuestra motivación, la estamos perdiendo debido a las barreras culturales. Es triste. Muy pocos se insertan completamente en la cultura.

Es necesario construir más relación, volverse gradualmente íntimos con las personas que encontramos. No podremos serlo con dos mil niños, claro, pero podemos tener un momento íntimo con cada uno de ellos en un momento dado.

Intimidad también significa atención a los cambios en el estado de ánimo colectivo. Durante la pandemia había un cierto estado de ánimo. Durante la guerra hay otro. Quizás el Evangelio del día llama a la alegría. Pero hay que prestar atención a la atmósfera general, a los prejuicios en la sociedad, a las memorias negativas: el Holocausto por un lado, Hiroshima por el otro. En nuestro país, por ejemplo, los hindúes tienen memorias negativas sobre el dominio islámico y el británico. Debemos ser prudentes con estas memorias negativas. Tratarlas con sensibilidad.

Sanar las memorias negativas de la sociedad también forma parte de la evangelización. No es fácil. El mismo Gandhi dijo: «No he conseguido eliminar completamente los prejuicios que nuestros amigos hindúes tienen respecto de nuestros amigos musulmanes».

Además, nosotros no somos neutrales en esto: no pertenecemos totalmente a la mentalidad de algunos y esto nos exige prudencia. Pero como misioneros, esta actitud debe formar parte de la manera en que nos relacionamos con las personas: estamos llamados a llevar sanación a la nuestra y a otras comunidades. Son importantes las palabras amables que usamos, los símbolos que mostramos a los que sufrieron siglos atrás pero todavía conservan la memoria de las heridas.

Y también debemos prestar más atención a las zonas receptivas al mensaje cristiano. Entre el norte y el noreste de la India, el norte de Tailandia y Birmania, el sur de China y Vietnam hay 200 millones de personas pertenecientes a grupos tribales. He visitado a muchos de ellos: las lecturas que he compartido con ellos les han impresionado. Si se encuentran en nuestras áreas, debemos prestarles una atención especial. Pienso en nuestra área en el noreste de la India: a principios del siglo pasado había 2.000 católicos. Ahora hay 2 millones. En esto nuestros hermanos protestantes están más avanzados que nosotros.

Si uso la expresión «susurrar el Evangelio» no es por miedo o por prudencia (que en parte hace falta). Es precisamente para subrayar la intimidad, la cercanía personal. Jesús susurraba en el cenáculo, cuando le hablaba a la samaritana; susurrar es ese tipo de conversación personal, íntima, profunda, que transmite un mensaje profundo. No se trata de dar lecciones «desde arriba»: puede servir quizás para los cristianos que ya creen. Pero cuando compartes algo nuevo con alguien, cuando dialogas, el estilo es el de la intimidad.

Pienso en el jefe de un grupo tribal de mi zona. Gracias a nuestra amistad una noche pude tener una larga conversación con él. Y poco a poco, logré llevarlo hasta el bautismo; ahora — después de 20 o 30 años — él, su familia, su aldea, su tribu, todos han llegado a la fe. Pero eso solo fue posible gracias a un diálogo íntimo.

Si llegamos a ser capaces de esto, hay alegría en compartir un mensaje tan vivificante como el que Jesús nos ha dado. Que esta sea nuestra experiencia.

*arzobispo emérito de Guwahati (India)

 

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