07/04/2022, 16.30
LINTERNAS ROJAS
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P. Wilhelm K. Müller: el niño a los pies de la Madre del Verbo Divino

de P. Vincent Han Duo*

Una reflexión en el 60º aniversario de la ordenación sacerdotal de un padre espiritual, amante y profundo conocedor de China. Ha dedicado su vida a la formación de los jóvenes seminaristas. "Reza y ama a Dios con todo tu corazón", es el consejo que siempre da.

Roma (AsiaNews) - Si alguna vez has visitado el Pontificio Colegio Urbano "De Propaganda Fide", lo más probable es que te haya impactado profundamente un padre alemán anciano. Lo llaman "Mi Laoyezi" (el Viejo Padre) y transforma lo que la gente percibe como occidental en chino, escribiendo y hablando el idioma sin problemas.

Si has tenido la suerte de ser su alumno o hijo espiritual, eres realmente afortunado, como yo. Si has tenido la oportunidad de desarrollar un contacto más profundo con él, de escuchar sus experiencias del pasado, seguramente estuvo encantado de contarte sobre su relación con una pequeña imagen que ama mucho, la "Madre del Verbo Divino".

Es una reproducción de un cuadro que está en la capilla de la Casa Misionera del Verbo Divino en Alemania: la Virgen María lleva una diadema en la cabeza y transmite una atmósfera de bondad maternal. Sostiene en sus brazos al Niño Jesús que extiende sus manos, bajando su mirada. Bajo su largo manto azul y blanco, se agolpan niños con diferentes colores y ropas; entre ellos, a la derecha, hay un pequeño niño chino con una coleta.

Con serenidad, el P. Wilhelm K. Müller te hablará de esta imagen de la Virgen y del lazo que ésta tiene con su vocación: dirá que desde su entrada a la casa misionera de Sankt Wendel (1947), donde pasó los ocho años de sus estudios en el seminario, él visitaba todas las tardes a esta Virgen y la saludaba, como los demás seminaristas menores

Tres meses después de su ingreso, en la fiesta de la Inmaculada Concepción, el seminario celebró una representación de la Virgen: el padre Müller fue elegido para personificar al niñito chino. En esa época tenía once años. La Virgen, Madre de todos los niños de la tierra, lo acompañó durante 75 años. El pequeño niño chino de entonces se le aparece hoy como una profecía de su vida misionera y de su oración por la Iglesia china y de todo el mundo. Eligió esta imagen para agradecer a la Virgen que le acompañó durante sus años de formación y en su vida misionera dedicada a China.

 

Al servicio de la cultura. Nostalgia de China              

Laoyezi nació en 1936 en Alemania en el seno de una familia de clase trabajadora. Ingresó en la Sociedad del Verbo Divino, y durante su periodo de estudios tuvo la suerte de conocer al cardenal chino Tian Gengxin de Beijing, que estaba de visita en el seminario. Este encuentro estimuló su interés por China, despertando su deseo de ir allí en el futuro.

Tras estudiar filosofía, teología y etnología en Austria y Alemania, el padre Müller se hizo sacerdote el 7 de abril de 1962. Sus superiores lo alentaron para que estudiara el idioma chino, y así comenzó. Poco después, sus superiores le enviaron a Oriente. Por desgracia, debido a la situación política interna, no pudo ir a China, pero estuvo en Taiwán y Japón. Después se trasladó a los Estados Unidos, donde estudió y enseñó chino en la Universidad de California/Los Ángeles (UCLA), al tiempo que ejercía la labor pastoral en una parroquia de Hollywood. Inspirado por la cultura budista, comenzó a estudiar a fondo la literatura china, japonesa, tibetana y sánscrita. Comprendió que el budismo estaba íntimamente ligado a la cultura china y quiso explorar la posibilidad y la necesidad de la unión entre el cristianismo y la cultura china.

En 1976, tras obtener un doctorado en lenguas orientales en la UCLA, regresó a Alemania. Se convirtió en miembro del Instituto de Estudios Chinos de la Sociedad del Verbo Divino (fundado en China en 1933). Dictó conferencias sobre el budismo, siempre con vistas al diálogo entre las religiones y la cultura china. Y en la diócesis de Colonia se dedicó con gran alegría a la labor pastoral, trabajando especialmente por los católicos chinos.

En 1987, recibió una invitación de la Asociación de Ex Alumnos de la Universidad de Fu Ren en Beijing y el sueño original de Mi Laoyezi se hizo realidad: pudo poner un pie en China. Durante 10 años fue promotor del intercambio intercultural y estuvo en contacto con muchos estudiosos, a los que ayudó a publicar sus obras -por ejemplo, en una revista inglesa de estudios tibetanos.

En Beijing dio clases a estudiantes chinos y alemanes, y brindó su servicio pastoral a varios grupos: alemanes, franceses, españoles e ingleses, así como a africanos. Se puede decir que estos 10 años son los más queridos e inolvidables de su vida.

En 1997 el P. Müller dejó China y llegó a Roma. Aunque ya era muy mayor, no desperdició las fuerzas que le quedaban para dar luz y calor. Bajo la dirección de Propaganda Fide, el Colegio Urbano se convirtió en un lugar de formación. La Universidad Urbaniana le encomendó a Laoyezi la enseñanza del confucianismo. Luego se convirtió en el primer y único rector del Centro Cultural Asiático Juan Pablo II, impulsado por el Papa y organizado por el Card. Sepe. Si hacemos una sumatoria, hasta ahora ha formado a más de 100 sacerdotes chinos y vietnamitas. Y por suerte, yo soy uno de ellos.

P. Müller sabe bien de la profundidad del idioma chino. La empatía que atraviesa su conocimiento de la cultura china le permitió conocer más a los estudiantes chinos y ser tolerante con ellos. No sólo con los del Colegio Urbano, sino con todos los que le conocieron

 

Cantante del amor

En mi propio camino de estudios, desde que era seminarista hasta que me convertí en diácono, y luego en sacerdote, recibí el apoyo y el estímulo del P. Müller en cada etapa. De él aprendí a tener una mente abierta, clave para entender la vida. Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue su veneración por el Señor, especialmente durante la oración del Sagrado Corazón de Jesús y la Eucaristía. Donde sea que uno lo encuentre, siempre está rezando.          

Laoyezi dijo una vez que cantar era una de sus formas favoritas de rezar, porque es la manera más auténtica de expresar nuestro amor por Jesús. También ayuda a la comunicación entre nuestros corazones y Dios. Muchas veces, a altas horas de la noche, cuando el santuario estaba vacío, uno lo encontraba allí, cantando sus canciones favoritas en latín, alabando al Señor.

           

El que escucha a los corazones

Hay un himno chino llamado "Escucha suavemente", uno de los favoritos del padre Müller. Solía cantarlo en  todos los retiros espirituales para los nuevos seminaristas. Para ellos era como una introducción que les enseñaba la soledad en un entorno complicado. Si tenemos un corazón en paz, podemos escuchar la voz del Señor, y la paz y la alegría del corazón es la mejor expresión de la relación entre Dios y el hombre.      

Tuve la suerte de tenerlo como padre espiritual durante más de 10 años. Cuando estaba cansado, encontraba refugio y consuelo en él: siempre me animaba a hablar de mi experiencia personal. No analizaba los errores ni los aciertos, tampoco juzgaba, sino que era siempre como un maestro que daba instrucciones y reglas para la vida espiritual. Muchas veces lo escuchaba con una sonrisa, como a un compañero del alma.

Él escuchaba atentamente, con paciencia, tu pasado, con todas las dificultades, retos y errores, pero también con las alegrías y logros de la vida. A veces compartía su experiencia personal para dar referencias y aprender de él: "Reza y ama a Dios con todo tu corazón", era el consejo que siempre daba.

 

Practicante de la Palabra de Dios

Laoyezi me enseñó que debemos tratar a las personas que nos rodean como un regalo, y servirlas como hubiéramos querido servir a Jesús. Vivió de manera ejemplar, poniendo en práctica las enseñanzas del Evangelio en cada momento de la vida. El proverbio "enseñar con el ejemplo es mucho más importante que enseñar con las palabras" es muy visible en él. Cuando los nuevos alumnos no hablaban bien el italiano, les pedía que fueran a su habitación para enseñarles a pronunciar las palabras con fluidez y correctamente.

Cuando uno de los formadores o hermanos de la comunidad estaba enfermo, iba regularmente al hospital a visitarlo. Una vez un seminarista de África contrajo una enfermedad muy contagiosa y tuvo que ser aislado porque su estado era delicado y peligroso. Para darle ánimo, el padre Müller le llamó por teléfono desde un interno, y le dijo que se encomendara a Dios.

 

Últimas palabras

Laoyezi está envejeciendo y camina lentamente. El verano pasado tuvo que retirarse a vivir en su comunidad en Roma. Nada más instalarse, me llamó por teléfono con voz débil: "Han Duo, ¿puedes llevarme al hospital? Me caí y perdí mucha sangre". Cuando llegué a su nueva residencia, sus hermanos ya lo habían llevado al hospital, donde le suturaron la mano con 6 o 7 puntos. Le pregunté por qué me había llamado antes que a los miembros de su comunidad. Apenado, me respondió que era como un niño, y que en el Colegio Urbano estaba acostumbrado a llamarme siempre en caso de necesidad. Al oír esto mi corazón se estremeció y casi me largo a llorar.

Ahora, cuando puedo, le hago una visita y hablamos. Siempre está disponible para la Iglesia china, la vida de los sacerdotes y religiosas chinos en Roma. Dice que no puede hacer nada más que ponernos en manos de Dios y recordar a todos en sus oraciones.

Hace poco miré el calendario y vi la fecha del 7 de abril. Los que conocen su vida recordarán que hoy es su 60º aniversario de sacerdocio. En este día tan especial, no puedo evitar recordar el pasado y emocionarme. Me gustaría desearle buena salud y todas las bendiciones.

 

*Sacerdote de la Diócesis de Mindong. Vivió muchos años con el padre Müller.

 

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