02/02/2021, 19.17
VATICANO
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Papa: a los religiosos, Dios con su 'paciencia' nos orienta para que busquemos nuevos caminos

En la fiesta de la Presentación del Señor se celebra la XXV Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Francisco señala "tres 'lugares' donde se concreta la paciencia": nuestra vida personal, la vida comunitaria y el mundo. Esperar con paciencia "la luz en medio de la oscuridad de la historia".

 

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) - Necesitamos una "paciencia valiente para caminar, para explorar nuevos caminos, para buscar qué nos sugiere el Espíritu Santo", siguiendo el ejemplo de la "paciencia" de Dios. Es la indicación que el Papa Francisco ofrece a los religiosos en su día, la Fiesta de la Presentación del Señor, en la cual se celebra la XXV Jornada Mundial de la Vida Consagrada.

En un momento difícil para el mundo de la vida religiosa, que asiste a una disminución de presencias y de novicios, el Papa habló de la "paciencia de Dios'' durante la Misa celebrada en el altar de la Cátedra de la Basílica Vaticana. El punto de partida fue el pasaje del Evangelio que cuenta que Simeón esperaba que se cumpliera la promesa de ver al Mesías. Durante toda su vida "ejercitó la paciencia del corazón". "Caminando con paciencia, Simeone no se dejó desgastar por el paso del tiempo". Es anciano, pero la llama de su corazón sigue ardiendo; “durante su larga vida, debe haber tenido heridas y desilusiones, pero no perdió la esperanza; con paciencia, custodia la promesa, sin dejarse consumir por la amargura del pasado o por esa melancolía resignada que surge cuando se llega al ocaso de la vida. La esperanza de estar esperando, en él se tradujo en la paciencia cotidiana, y a pesar de todo, permaneció vigilante, hasta que por fin 'sus ojos vieron la salvación' (cf. Lc 2, 30) ".

El mismo Jesús "nos revela la paciencia de Dios, el Padre que siente misericordia por nosotros y nos llama hasta la última hora, que no exige la perfección sino el impulso del corazón, que abre nuevas posibilidades donde todo parece perdido, que intenta abrirse paso dentro de nosotros incluso cuando nuestro corazón está cerrado, y que deja crecer la buena semilla sin arrancar la cizaña. Ésa es la razón de nuestra esperanza: Dios nos espera sin cansarse jamás. Cuando nos alejamos, nos viene a buscar, cuando caemos nos levanta, cuando volvemos a él después de estar perdidos, nos espera con los brazos abiertos. Su amor no se mide con la balanza de nuestros cálculos humanos, sino que nos infunde siempre el valor para empezar de nuevo”.

En el rito que se abre con la bendición de las velas, símbolo de la vida consagrada, Francisco invitó a los religiosos a mirar la paciencia de Dios y la de Simeón, señalando "tres 'lugares' donde se concreta la paciencia".

“Un día respondimos a la llamada del Señor y, con entusiasmo y generosidad, nos entregamos a Él. En el camino, junto con las consolaciones, también hemos recibido decepciones y frustraciones. A veces, el entusiasmo de nuestro trabajo no se corresponde con los resultados que esperábamos, nuestra siembra no parece producir el fruto adecuado, el fervor de la oración se debilita y ya no somos inmunes a la aridez espiritual. Puede ocurrir, en nuestra vida de consagrados que la esperanza se desgaste por las expectativas defraudadas. Debemos ser pacientes con nosotros mismos y esperar con confianza los tiempos y los modos de Dios: Él es fiel a sus promesas. Recordar esto nos permite replantear nuestros caminos y dar nueva fuerza a nuestros sueños, sin ceder a la tristeza interior y al desencanto”. Que, agregó, "es un gusano que nos come por dentro, que mata”.

“El segundo lugar donde se concreta la paciencia es en la vida comunitaria. Las relaciones humanas, especialmente cuando se trata de compartir un proyecto de vida y una actividad apostólica, no siempre son pacíficas. A veces surgen conflictos y no podemos exigir una solución inmediata, ni debemos apresurarnos a juzgar a la persona o a la situación: hay que saber guardar las distancias, intentar no perder la paz, esperar el mejor momento para aclarar con caridad y verdad. En nuestras comunidades necesitamos esta paciencia mutua: soportar, es decir, llevar sobre nuestros hombros la vida del hermano o de la hermana, incluso sus debilidades y defectos. Recordemos esto: el Señor no nos llama a ser solistas, sino a formar parte de un coro, que a veces desafina, pero que siempre debe tratar de cantar unido”.

Por último, el tercer “lugar”, la paciencia con respecto al mundo”. Simeón y Ana no perdieron la esperanza “aunque demore en hacerse realidad” y “no se lamentaron por todas las cosas que no andaban bien, sino que con paciencia esperaron la luz dentro de la oscuridad de la historia. Necesitamos esta paciencia para no quedar prisioneros de las quejas: “el mundo ya no nos escucha”, “no tenemos más vocaciones”, “vivimos tiempos difíciles”... A veces sucede que a la paciencia con la que Dios trabaja el terreno de la historia y de nuestros corazones, nosotros le oponemos la impaciencia de quienes juzgan todo de modo inmediato. Y así perdemos la esperanza”.

La paciencia nos ayuda a mirarnos a nosotros mismos, a nuestras comunidades y al mundo con misericordia. Podemos preguntarnos: ¿acogemos la paciencia del Espíritu en nuestra vida? En nuestras comunidades, ¿nos cargamos sobre los hombros los unos a los otros y mostramos la alegría de la vida fraterna? Y con respecto al mundo, ¿realizamos nuestro servicio con paciencia o juzgamos con dureza? Son retos para nuestra vida consagrada: no podemos quedarnos inmovilizados en la nostalgia del pasado o limitarnos a repetir lo mismo de siempre. Necesitamos la paciencia valiente de caminar, de explorar nuevos caminos, de buscar lo que el Espíritu Santo nos sugiere. Contemplemos la paciencia de Dios e imploremos la paciencia confiada de Simeón y de Ana, para que también nuestros ojos vean la luz de la salvación y la lleven al mundo entero”. (FP)

 

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