15/09/2023, 10.41
SIRIA
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Protestas por la ayuda a las víctimas del terremoto y los juegos entre Rusia, Turquía y Occidente

de Vladimir Rozanskij

Seis meses después del terremoto en las zonas devastadas de Siria hay una gran preocupación por el futuro en un territorio hambriento. El llamado a "no politizar" la gestión de la emergencia humanitaria ha caído en saco roto. El nudo de Idlib, último bastión en manos de las milicias rebeldes que se oponen a Bashar al-Assad.

Moscú (AsiaNews) - En Siria continúan los escándalos y las protestas relacionadas con la ayuda humanitaria de la ONU, acaparada para intereses partidistas al amparo de Rusia y Turquía. Los activistas acusan a los empresarios leales al dictador Bashar Al-Assad de revender a los ciudadanos hambrientos lo que llegaba gratuitamente del resto del mundo. Y el propio gobierno sirio, respaldado por Moscú, expresa su oposición a la forma en que la ONU distribuye la ayuda humanitaria.

Los habitantes de Siria -tanto los de los territorios bajo control de Assad como los que están en manos de los opositores- esperan con gran preocupación los días en que cesarán las llegadas de envíos humanitarios, con el temor explícito de morir de hambre. Todo esto está siendo observado por el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que desde hace tiempo ha aprendido a aprovechar cualquier giro apocalíptico en la política local y mundial.

El tema se lleva debatiendo varios meses, desde el terremoto que sacudió las regiones del sur de Turquía y el noreste de Siria. La atención del mundo se ha fijado, con razón, en Turquía, con la evidencia de su tragedia y las ruinas de sus ciudades captadas por las cámaras de todas las agencias. Sin embargo, por diversas razones, Siria, sometida a una destrucción sistemática desde hace más de una década, no ha despertado el mismo interés.

Según cifras de la ONU, ya antes del terremoto en Siria al menos 15 millones de personas (alrededor del 70% de la población) necesitaban ayuda humanitaria, y ahora esta necesidad se extiende a casi todos los habitantes. Ya en febrero, el representante especial para Siria, el noruego Geir Otto Pedersen, pidió "no politizar la entrega de ayuda humanitaria", sino "distribuirla a todos los sirios lo antes posible".

En cambio, la cuestión política prevalece sobre la humanitaria, teniendo en cuenta que el régimen actual, apoyado por Rusia e Irán, controla el 80% del país, mientras que la región de Idlib, en el noroeste, sigue siendo una fortaleza inexpugnable para Assad. Fue precisamente como resultado de la intervención de Rusia que se propuso a todos los opositores, islamistas o no, refugiarse a través del "corredor seguro" de Idlib, completado con un servicio de autobuses verdes hasta el enclave de desescalada en la frontera con Turquía, donde viven actualmente 3 millones de personas, en su mayoría mujeres y niños.

Probablemente Rusia pensó que sería relativamente fácil cerrar cuentas con los insurgentes, reunidos en una zona y no dispersos por toda Siria. En lugar de ello, ocurrió lo contrario, entre otras cosas porque Idlib ha sido tomada por Turquía, con la que ahora colaboran tanto las milicias del Isis que quedan como los demás opositores de Assad. De este modo, Erdogan asegura su vigilancia de las bases rusas en la orilla mediterránea y mantiene a raya a los kurdos sirios de la otra orilla, que querrían proclamar una región autónoma junto a sus hermanos de la orilla turca con el apoyo estadounidense. Las ambiciones imperiales de todas las latitudes chocan en Siria, y es la población hambrienta la que paga el precio.

Durante años, la ONU ha apoyado el enclave de Idlib haciendo pasar cargamentos humanitarios desde Turquía a través del paso fronterizo de Bab Al-Hawa en virtud del llamado "mecanismo transfronterizo", que no requiere la aprobación de Damasco. Este sistema ha sido renovado cada nueve meses por el Consejo de Seguridad, a pesar de la total oposición de Rusia, mientras que otras ayudas llegan a través de Líbano bajo control gubernamental.

Tras el terremoto, Estados Unidos y la UE, al tiempo que mantenían en vigor las sanciones a Siria para atender las necesidades de la población en medio de las ruinas, introdujeron una cláusula que facilitaba la transferencia de ayuda humanitaria para las organizaciones de ayuda, aunque algunos de los paquetes marcados como "no aptos para la venta" acabaron en las estanterías de las tiendas. Ahora el "descuento del terremoto" ha expirado, y los juegos de poder corren el riesgo de volverse cada vez más ambiciosos y radicales, en la piel de los pobres sirios.

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