25/11/2023, 14.26
MUNDO RUSO
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A diez años del Maidan, el comienzo de un mundo nuevo

de Stefano Caprio

Se recuerda en estos días, con gran pasión en Ucrania y profundo resentimiento en Rusia, la "revolución de la dignidad", que puso en juego no sólo los intereses geopolíticos y económicos sino sobre todo los más profundos, morales y espirituales - incluso antes que ideológicos - del pueblo ucraniano y las distintas fracciones del "mundo ruso".

Los días del levantamiento popular del Maidan Nezalezhnosti, la "Convocatoria por la Libertad" que comenzó el 21 de noviembre de 2013 - cuando los estudiantes, activistas y periodistas se reunieron en el centro de Kiev para protestar contra la decisión del gobierno de Viktor Yanukovich de bloquear la firma del acuerdo de asociación con la Unión Europea - han sido recordados este año con gran pasión en Ucrania y profundo resentimiento en Rusia. Por eso después el levantamiento también se llamó Euromaidan, para expresar no sólo las aspiraciones de los ucranianos en relación con Occidente sino sobre todo un llamado a la responsabilidad a la misma Europa, para que ponga plenamente de manifiesto su propia identidad.

Las evocaciones de aquellos dramáticos días invitan a revisar todos los pasos que condujeron al comienzo de una nueva era de "guerra mundial", desde la invasión rusa de Ucrania hasta el ataque de los terroristas de Hamás contra Israel, relacionando acontecimientos y circunstancias que parecían distantes en el tiempo y en el espacio, y que ahora se superponen y entrecruzan cada vez más, dando pábulo a la sospecha común sobre el "nuevo orden mundial" que debe surgir, según visiones y polarizaciones opuestas y cada vez más contradictorias. Y sobre todo arrojan más luz sobre el futuro del continente europeo, cuyas elecciones parlamentarias de 2024 no se limitarán a reorganizar las alianzas más o menos tradicionales, sino que obligarán a todos a replantearse el rol de su propio pueblo, nación o región, de su propia conciencia de ciudadanos y grupos sociales, incluso de militantes o antimilitantes de una guerra global.

El Maidan también fue llamado la revoliutsija gidnosti, la "revolución de la dignidad", porque puso en juego no sólo los intereses geopolíticos y económicos, sino sobre todo los más profundos, morales y espirituales - incluso antes que ideológicos - del pueblo ucraniano y de las diversas fracciones del “mundo ruso”. En tres meses de ocupación del Maidan - término de origen túrquico que significa "espacio libre" - murieron 104 manifestantes y 17 colaboradores de las fuerzas del orden, el presidente Yanukovich huyó a Rusia y se celebraron elecciones anticipadas que llevaron al poder a los partidarios de la integración europea; unas semanas más tarde, a principios de marzo, Rusia organizó la anexión de Crimea y comenzó el conflicto en el Donbass, la guerra híbrida que después se convirtió en un enfrentamiento total.

Para Vladimir Putin y sus partidarios el Maidan se ha convertido en el principal espantajo que encarna todos los males del mundo, una sensación que ya se había difundido en los ánimos cada vez más exasperados de los rusos desde la "revolución naranja" de Ucrania en 2004, cuando por primera vez la "pequeña Rusia” tomó un rumbo de ruptura con Moscú y de sintonía con Europa. A partir de ese momento Rusia se sintió amenazada y comenzaron a resonar consignas agresivas que reclamaban la fundación de un "mundo multipolar", y al mismo tiempo comenzaron las represiones cada vez más explícitas contra las oposiciones internas. Era el final del primer mandato de Putin, aquel aparentemente conciliador y abierto a la colaboración con todos, aunque ya se podían ver las señales del cambio que condujo a la situación actual.

En 2004 los enfrentamientos políticos terminaron con un compromiso entre prorrusos y proeuropeos, liderados por Yanukovich y Viktor Jushenko, quien asumió la presidencia incluyendo a su oponente en la gestión del gobierno. En el trasfondo quedó el cisma entre las regiones del este y el sur de Ucrania, que se inclinaban por Moscú, y las regiones "occidentalistas" del norte y del oeste. Las maquinarias de propaganda de ambos lados agravaron las tensiones entre los dos bandos hasta 2010, cuando Yanukovich ganó las elecciones agradeciendo al "clan del Donbass", el grupo de oligarcas y hombres de negocios estrechamente vinculados a Moscú que ocuparon los espacios del poder, provocando que toda la economía ucraniana se deslizara hacia una vorágine de corrupción y abusos. Además de verse obligada a elegir bando, esto generó en la sociedad ucraniana una fuerte tensión popular de protesta contra todas las instituciones, consideradas indignas y corruptas, que terminó personificada por el actor anticasta Volodymyr Zelenski, quien más tarde se convirtió en líder militar de la resistencia a ultranza, obligado a cambiar su rol aunque sigue comprometido en la lucha interna contra la corrupción.

La corrupción conduce a la reducción de las libertades civiles, como resultó evidente durante los tres años de Yanukovich, y el giro hacia Europa no se debió tanto a una elección ideológica cuanto más bien a la necesidad de recuperar un modelo aceptable de convivencia social. Ese factor está siendo sofocado en este momento por las proclamas apocalípticas y las abstracciones metafísicas sobre los "valores tradicionales", pero más allá de todo sigue siendo el verdadero problema que se debe afrontar en todo el mundo globalizado, desde América hasta Rusia, pasando por África y China, como lo demuestran los sorprendentes giros populistas de estos años. Donald Trump y Jair Bolsonaro, el reciente Javier Milei en Argentina y Geert Wilders en Holanda, son los líderes "del pueblo" encarnan la rabia y la frustración provocadas por un sistema económico cada vez más extendido que empobrece a las masas para enriquecer a las castas, y al final la verdadera guerra es la misma en todas las latitudes: es la guerra por la justicia social, cualquiera sea la forma en que se la entienda.

​Putin hizo una buena juegada calificando el Maidan como "golpe de Estado" - visto que todavía estaba en discusión la legitimidad del derrocamiento de Yanukovich y el cambio de régimen - lo que desvió la atención hacia la esfera geopolítica y relegó las verdaderas aspiraciones de los ciudadanos. En cierto sentido se podría decir que las posiciones radicales de los terroristas de Hamás y del gobierno superconservador de Bibi Netanyahu también ofuscan la realidad de la vida en los territorios de Israel y de Gaza, reduciéndolo todo a un enfrentamiento étnico y épico reforzado por fantasmas religiosos, exactamente igual que las guerras de Putin. De esa manera se eluden las responsabilidades asumidas en relación con acuerdos y convenciones nacionales e internacionales y se justifica cualquier forma de violencia y dictadura.

El Maidan es un fenómeno propiamente ucraniano, así como la guerra de Gaza está vinculada al eterno conflicto entre Israel y los palestinos, pero su estandarización permite que todos los centros de poder del mundo, políticos, militares e informativos, utilicen fenómenos locales para imponer patrones globales. Los cambios que estos conflictos ya están provocando en Ucrania y que no se sabe cómo modificarán la vida en los países de Oriente Medio, deben llamar la atención sobre la realidad más que sobre las motivaciones propagandísticas. Una economía transparente y sostenible, una justicia equilibrada y no politizada, una comunicación global de los mercados y de los pueblos sin monopolios asfixiantes, un rol no innecesariamente enfatizado por las comunidades religiosas ni artificiosamente polarizado por los movimientos políticos: en definitiva, hace falta un nuevo modelo de sociedad, que cada uno debe descubrir y regular según su propia casa, su propia nación, su propio continente. Hay que empezar de nuevo a partir del Maidan de cada país, no permitir que las tragedias de estos años dejen sólo escombros y cúmulos de cadáveres.

Y, sobre todo, hace falta un verdadero "Euromaidan", no centrípeto, sino cada vez más "en salida". Europa no adquiere mayor fuerza solo agregando y absorbiendo nuevos Estados y nuevos territorios, porque su naturaleza no es estrictamente geográfica (cuáles son las verdaderas fronteras, las verdaderas "ucranias" europeas), sino principalmente histórica, cultural y religiosa. Reflexionar sobre los acontecimientos más recientes es sólo el punto de partida para redescubrir las dimensiones más profundas de la conciencia, el "quiénes somos" y de dónde venimos, más que el "tenemos que salir de esto" lo antes posible.

De hecho, la fractura entre rusos y ucranianos no es un fenómeno nuevo y repentino, por no hablar del conflicto entre los judíos y sus vecinos, con todas las deportaciones, huidas y diásporas que acompañan los exterminios y las destrucciones. Las negociaciones de paz no resolverán ninguna de las razones de estos conflictos, salvo tratar de evitar nuevas masacres y devastaciones. El "estado de guerra" hace el juego a aquellos que no quieren permitir que los hombres y los pueblos sean protagonistas de la vida en su propia sociedad y en el mundo entero, y para encontrar la verdadera paz no son suficientes las negociaciones o las concesiones. Lo que hace falta es que cada uno, mujeres y hombres de todas las partes en conflicto, asuma sus responsabilidades, una "sinodalidad" que no quede confinada a las esferas eclesiásticas, sino que esté abierta a la contribución de cualquiera que quiera comprometerse en la reconstrucción de su casa y de su nación, en la construcción de un mundo nuevo.

 

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