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VATICANO
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El Papa: Hiroshima y Nagasaki, advertencia sobre la «seguridad ilusoria» basada en la «amenaza nuclear»

Al término de la audiencia del miércoles, el pontífice recordó «el 80.º aniversario del bombardeo atómico». Al «mundo contemporáneo», marcado por «tensiones y conflictos sangrientos», le invitó a utilizar los instrumentos de la «justicia, el diálogo y la fraternidad». En la catequesis, subrayó que el amor no es fruto del azar, sino de una elección consciente. Y la Eucaristía no se celebra «solo en el altar, sino también en la vida cotidiana».

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) - Las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki son una advertencia para el «mundo contemporáneo» que, aunque marcado por conflictos y tensiones, basa su ilusión de seguridad en la «amenaza de destrucción mutua». Así lo subrayó el papa León XIV al término de la audiencia general del miércoles en la plaza de San Pedro, segundo encuentro semanal con los numerosos peregrinos presentes tras la pausa de las semanas que el pontífice pasó en Castel Gandolfo. Palabras que recuerdan el drama atómico del que hoy se cumplen 80 años y que el pontífice ya había recordado ayer en un mensaje a monseñor Alexis Mitsuru Shirahama, obispo de Hiroshima, leído por el nuncio apostólico en Japón, monseñor Francisco Escalante Molina, durante la misa por la paz celebrada en la ciudad nipona. En esa ocasión, el Papa retomó las palabras de uno de los hibakusha, los supervivientes de los bombardeos atómicos de Estados Unidos del 6 y 9 de agosto de 1945, afirmando que «la persona del amor es la persona del valor».

Volviendo a la audiencia de hoy, el Papa dijo: «Hoy se cumple el 80.º aniversario del bombardeo atómico de la ciudad japonesa de Hiroshima y dentro de tres días recordaremos el de Nagasaki. Quiero asegurar —continuó— mi oración por todos aquellos que sufrieron sus efectos físicos, psicológicos y sociales. A pesar del paso de los años, esos trágicos acontecimientos constituyen una advertencia universal contra la devastación causada por las guerras y, en particular, por las armas nucleares. Espero que en el mundo contemporáneo, marcado por fuertes tensiones y conflictos sangrientos, la seguridad ilusoria basada en la amenaza de la destrucción mutua dé paso —ha deseado finalmente— a los instrumentos de la justicia, a la práctica del diálogo, a la confianza en la fraternidad».

Antes de recitar el Padrenuestro en latín y saludar a la plaza, el pontífice dirigió un pensamiento «a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Hoy celebramos —recordó— la fiesta de la Transfiguración de Cristo. Que el rostro luminoso del Señor sea para vosotros —es la invitación del Papa— motivo de esperanza y consuelo». 

En la catequesis que precedió a los saludos finales, León XIV, continuando con el ciclo de reflexiones jubilares sobre «Jesucristo, nuestra esperanza», retomó el camino «al descubrimiento del rostro de Cristo, en el que nuestra esperanza toma forma y consistencia». Hoy, en particular, ha comenzado el camino de reflexión «sobre el misterio de la pasión, muerte y resurrección», partiendo de una palabra «que parece sencilla, pero que guarda un precioso secreto de la vida cristiana: preparar». Una pregunta «práctica» [«¿Dónde quieres que vayamos a preparar, para que puedas comer la Pascua?» (Mc 14,12)], que está «cargada de espera». Y la respuesta de Jesús recogida en el Evangelio de Marcos «parece casi un enigma», en el que «los detalles se vuelven simbólicos» [Id a la ciudad y os saldrá al encuentro un hombre con una jarra de agua (v. 13)], donde un hombre lleva una jarra, gesto «habitualmente femenino en aquella época», en el que todo parece estar «preparado de antemano».  

El pontífice recuerda la «sala en el piso superior ya preparada», que indica cómo Dios «siempre nos precede». «El amor —explica el papa Prevost— no es fruto del azar, sino de una elección consciente. No se trata de una simple reacción, sino de una decisión que requiere preparación. Jesús no afronta su pasión por fatalidad, sino por fidelidad a un camino acogido y recorrido con libertad y cuidado. Esto es lo que nos consuela: saber que el don de su vida nace de una intención profunda, no de un impulso repentino». Y este lugar, añade el pontífice, «es, en el fondo, nuestro corazón: una «habitación» que puede parecer vacía, pero que solo espera ser reconocida, llenada y custodiada. La Pascua, que los discípulos deben preparar, en realidad ya está lista en el corazón de Jesús». Y la gracia «no elimina nuestra libertad, sino que la despierta. El don de Dios no anula nuestra responsabilidad, sino que la hace fecunda».

El papa León advierte que «también hoy, como entonces, hay una cena que preparar. No se trata solo de la liturgia, sino de nuestra disponibilidad para entrar en un gesto que nos supera. La Eucaristía no se celebra solo en el altar, sino también en la vida cotidiana, donde es posible vivir todo como ofrenda y acción de gracias. Prepararse para celebrar esta acción de gracias no significa hacer más, sino dejar espacio. Significa quitar lo que estorba, rebajar las pretensiones, dejar de cultivar expectativas irreales. Con demasiada frecuencia, de hecho, confundimos los preparativos con las ilusiones, que «distraen», mientras que «los preparativos nos orientan». Esto es «lo que Jesús —recuerda el pontífice— vivió con los suyos: mientras ellos aún no entendían, mientras uno estaba a punto de traicionarlo y otro de renegarlo, Él preparaba para todos una cena de comunión».

En previsión de la «Pascua del Señor», explica el Papa en su catequesis, «cada gesto de disponibilidad, cada acto gratuito, cada perdón ofrecido por adelantado, cada esfuerzo aceptado con paciencia es una forma de preparar un lugar donde Dios pueda habitar». De ahí la invitación a «preparar el lugar de la comunión con Dios y entre nosotros» y, mientras lo hacemos, podemos descubrir «que estamos rodeados de signos, encuentros, palabras que nos orientan hacia esa sala, espaciosa y ya preparada, en la que se celebra incesantemente el misterio de un amor infinito, que nos sostiene y que siempre nos precede». Y en la que, concluye, «la vida puede realmente florecer». 

 

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