13/04/2024, 05.43
MUNDO RUSO
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La apatía política de los rusos en medio de guerras y atentados

de Stefano Caprio

Según el director del Centro Levada, el principal instituto ruso de investigaciones sociológicas, "sólo el 10% de los rusos se interesa ​​activamente por la política, y la guerra implica la superpolitización de una minoría frente a la despolitización de las masas". Al mismo tiempo, sólo el 30% está dispuesto a confiar en personas ajenas al círculo cada vez más estrecho de familiares y amigos.

 

Una de las consecuencias de la masacre del Krokus City Hall perpetrada por los terroristas de ISIS-Khorasán, más allá del resurgimiento de la intolerancia hacia los inmigrantes de Asia Central repartidos en toda Rusia, es que la población rusa se ha hundido aún más en la apatía y la depresión que ha provocado la pérdida de toda esperanza en un futuro de relaciones normales con el mundo entero debido a la guerra, y a la incertidumbre en la propia convivencia interna, cada vez más sometida a la represión desde arriba y ahora también a los ataques y peligros en los lugares de concentración masiva. El 11 de abril se logró evitar por un pelo el intento de un centroasiático de volar una sinagoga de Moscú.

La reacción de los rusos ante la invasión que comenzó el 24 de febrero de 2022 ya se había caracterizado por un distanciamiento de la política, como si el asunto concerniera sólo a "los altos mandos" que evidentemente "tendrán sus razones" para tomar medidas tan radicales. En aquel momento, además, el escepticismo y la indiferencia hacia todo lo que ocurría en el mundo y dentro del país ya estaban fuertemente alimentados por los dos años de la pandemia de Covid-19, que en gran medida se consideraba una "conspiración global" decidida por algún poder oscuro, en Estados Unidos o Europa, para apoderarse de las conciencias de los pueblos más indefensos. Y este complejo de persecución ha quedado muy arraigado en el alma de los rusos, así como de muchos otros pueblos.

Hoy la "política del avestruz" no se justifica sólo por el deseo de preservar el propio espacio privado, porque la guerra ya penetra profundamente en la vida y en el mundo de la información, con todos los condicionamientos de la propaganda oficial por un lado y de la condena universal por el otro. El director del Levada-centr, el principal instituto de investigaciones sociológicas de Rusia, Denis Volkov, explica en la columna Signal de Meduza que "sólo el 10% de los rusos se interesa activamente por la política, y la guerra supone una superpolitización de una minoría frente a la despolitización de las masas". La reacción ante los problemas dramáticos de la sociedad y las relaciones exteriores es la frase rusa davaite nie ob etom, "no hablemos de eso", para protegerse y evitar cualquier forma de represión, sobre todo por la posibilidad de ser delatado por alguna persona de su entorno, porque tampoco se puede decir "no sé nada" o "no entiendo nada de esas cosas", visto que las tragedias ya están ante los ojos de todos.

Por otra parte, la indiferencia y la negación también son consecuencia de los conflictos sociales de la década de Yeltsin, que destruyeron el sentido de "confianza mutua" que quedaba del legado soviético, al menos en las generaciones menos jóvenes. La política del "mundo liberal" se veía como "una cosa sucia", sin ideologías ni principios con los cuales identificarse, un instrumento de los poderosos y de los oligarcas más inescrupulosos. Siempre según los sociólogos, los rusos de la era postsoviética están cada vez menos dispuestos a confiar ni siquiera en amigos y conocidos, y sobre esta base se ha construido la "vertical de poder" de Putin: que cada uno se ocupe de sus asuntos, que de la cosa pública nos hacemos cargo nosotros en nombre de todos, y en cuanto al resto del mundo, es mejor no confiar en absoluto. La confianza mutua crece en los momentos de crisis, cuando uno tiene miedo de no poder arreglárselas solo, se siente dependiente de los demás y busca a alguien que sea inspire confianza; uno se cierra al mundo y proclama que todos los problemas los resuelven "desde arriba", y la necesidad de mirar lo que pasa alrededor se diluye cada vez más.

El principal teórico de la "sociología de la vida cotidiana", el polaco Piotr Sztompka, explica que "sólo la confianza permite superar la frustración de no poder hacer frente a los problemas sociales", pero todas las investigaciones muestran que en los últimos treinta años sólo el 30% de los rusos están dispuestos a confiar en personas ajenas a su cada vez más estrecho círculo de familiares y amigos, y el porcentaje se redujo aún más entre 2018 y 2020, después de la reforma que elevó la edad de jubilación, con lo que también se derrumbó la certeza sobre la ayuda material del Estado, por no hablar de los años posteriores de pandemia y guerra. Las declaraciones públicas de lealtad al jefe de Estado, como las del plebiscito electoral de Putin del pasado 17 de marzo, o las dirigidas al Ejército y a los Servicios de seguridad, parecen en realidad una cortina de humo para ocultar la decisión de no creer en nadie, de evitar cualquier tipo de implicación o conflicto en la vida cotidiana. Es mejor apresurarse a rendir homenaje al zar, sobre todo después de tragedias como la muerte del último disidente Alexei Navalny, antes de que alguien se la tome directamente con nosotros.

Lo cierto es que la desconfianza recíproca es ahora la norma de la vida social rusa, lo que resulta evidente en el hipócrito consenso hacia adentro y, especularmente, en la imposibilidad de construir un acuerdo entre los rusos que viven fuera del país, que nunca consiguen formar un polo compacto de oposición, como han demostrado ser capaces de hacer los bielorrusos. Por otra parte, la solidaridad ideológica de la era soviética ha sido reemplazada por el espejismo del éxito personal en la era de los oligarcas, encarnada luego por la autocracia del oligarca supremo en el nuevo milenio. Incluso en la Iglesia ortodoxa se ha impuesto la dictadura patriarcal, en una tradición que debería ser predominantemente "conciliar", pero la sobornost teológica ha sido reemplazada por la político-ideológica representada por la figura de Kirill Gundjaev, el alter ego eclesiástico del zar Vladimir V. El reciente Nakaz, documento de proclamación de la guerra santa, fue difundido como dogma religioso, a pesar de ser un nuevo delirio ideológico que no debería tener nada que ver con la Iglesia, aunque haya sido presentado por el patriarca en la catedral de Cristo Salvador de Moscú, a la sombra del Kremlin.

La apoteosis de la apatía se demuestra en el entusiasmo fingido por los "valores tradicionales morales y religiosos", que todos celebran y nadie practica, desde la familia "natural" hasta la defensa de la vida no nacida, pasando por la educación de los niños, a los que se pretende enseñar desde el jardín de infantes a lanzar drones de ataque contra el enemigo. El falso colectivismo patriótico se resuelve, en realidad, en el individualismo más cínico y radical, mucho más que en el narcisismo digital de las sociedades occidentales: casi nadie va a la iglesia en Rusia, salvo cuando se hacen bendecir en el patio los huevos y el kulič, el pequeño pan dulce pascual, un gesto apotropaico similar al de acudir a votar por Putin. Otro importante sociólogo, Grigory Judin, define la sociedad rusa como un "pueblo a la carta": todos comunistas y después todos ortodoxos, todos pacifistas y después todos belicistas, según lo que se imponga desde arriba, todos homofóbicos y tradicionalistas en un país donde el entretenimiento más popular son los sexy-bares y los espectáculos nocturnos de todo tipo de orientación, que hoy la policía cierra en forma ostensible (uno de cada cien) para promover la "conversión patriótica" del pueblo.

“No hablemos de esto”, vale decir, de la guerra y la movilización, que hay que dejar sólo para la chernota, la “negrada” como llaman en la jerga rusa a los caucásicos, a los que se asocian los asiaty - los pueblos menores de Siberia -, los criminales e incluso los políticos acusados ​​de corrupción y otros delitos, que pasan unas semanas en el frente de Ucrania para recuperar su virginidad. Debido a la guerra vinieron las sanciones, que supuestamente iban a hundir la economía rusa, aunque esta sigue resistiendo, y si no llega el vino francés, bebemos el georgiano, y en lugar de la Maremma o la Costa Azul, nos vamos de vacaciones a Antalya o Bali.

Indudablemente los indicadores económicos demuestran con toda claridad que Rusia se dirige hacia un nuevo zastoj, un "estancamiento" económico similar al brezhneviano. Lo que Putin magnifica como "la quinta economía del mundo y la primera de Europa" en realidad no crece desde hace una década y las perspectivas están lejos de ser halagüeñas, con la pérdida de los mercados occidentales y los enormes gastos para continuar la guerra en todas las latitudes. Entonces habrá que conformarse, como cuando en el gobierno de Brezhnev nunca faltaron el salame y el vodka, aunque no será fácil para una población ya acostumbrada al lujo desenfrenado, especialmente en Moscú y San Petersburgo, las metrópolis que ahora viven sumidas en el terror de los agresores tayikos. Y los recortes en el gasto social se hacen sentir cada vez más, desde las heladas sin calefacción del invierno que está terminando, hasta las inundaciones sin represas ni protección en el fondo de los Urales, de las que se acusa a los malvados kazajos por no haber vaciado los pozos a tiempo, otra buena razón para organizar cuanto antes una nueva "operación militar especial" para poner en orden a todos los vasallos de Asia Central.

Un cantautor italiano fallecido prematuramente, Francesco Puccioni, cuyo nombre artístico era Mike Francis, lanzó en 1984 su primer álbum, Let's Not Talk About It, del género musical "disco-funky". Este también alcanzó cierto éxito en la Unión Soviética, donde todo el país se detenía para ver los episodios grabados del Festival de San Remo y se adoraba a los cantantes italianos, algunos de los cuales todavía pisan los escenarios de la Rusia de Putin. “No hablemos de eso”, en aquel momento expresaba el deseo de olvidar los conflictos de los años de plomo para empezar a disfrutar de la vida, y en Rusia comenzaba a difundirse el anhelo de poner fin al sistema totalitario al que lamentablemente hoy ha regresado. El mundo se desmorona, las guerras se multiplican, hasta las aguas arrasan todo como en un nuevo diluvio universal; pero de esto, en Rusia y en muchos otros lugares del mundo, es mejor no hablar.

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