30/03/2024, 14.13
MUNDO RUSO
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La cruz de Rusia sobre los escombros del templo

de Stefano Caprio

La sala de conciertos del centro comercial que destruyó el ataque terrorista era un símbolo de la "reconstrucción" de Moscú después del comunismo soviético. Los rusos ahora tienen miedo de salir de sus casas y subir a un taxi conducido por un tayiko, y todas las manifestaciones públicas se han suspendido (las oficiales) o prohibido (las "otras").

El Krokus City Hall de la periferia de Moscú, que se derrumbó bajo los golpes de los terroristas islámicos de Asia Central y la total ausencia de mantenimiento y vigilancia por parte de los propios rusos, era un templo de la Rusia que renació después del comunismo soviético, e incluso de los primeros conflictos de la época posterior, entre las bandas de oligarcas sedientos de dinero y las turbas de los pueblos del imperio deseosos de independencia. Tanto unos como otros habían sido silenciados en la década del 2000 por el nuevo-viejo régimen de Vladimir Putin, tan similar al gris soviético en su ideología autocelebratoria como majestuoso en la ostentación de una recuperada grandeza, exhibida sobre todo en el énfasis urbanístico y arquitectónico de su capital, que siempre ha sido el centro de las expresiones de "todas las Rusias".

En los años '90 se produjo la primera perestroika, una "reconstrucción" de Rusia soñada por Mijaíl Gorbachov cuyo programa había fracasado estrepitosamente, y concretada en forma bastante caótica por el primer presidente post-soviético Boris Yeltsin. En realidad las reformas de Gorbachov ni siquiera habían comenzado, porque no existía una idea clara de cómo debería cambiar Rusia después de más de medio siglo de economía estatal planificada, que de hecho se interrumpió abruptamente dejando a los rusos en plena depresión y escasez de bienes de consumo. Al final de la década del '80 los grandiosos supermercados de estilo soviético, los Univermag, eran una sucesión de estanterías vacías, y si todo iba bien, una vez al día llegaba un reducido cargamento de alitas de pollo; pero sobre todo faltaba el vodka, cuya producción había suspendido Gorbachov en un patético intento de curar al país del alcoholismo inveterado. Esos años han quedado en la memoria de los rusos como los años de la vergüenza, después de que en las dos décadas de Brezhnev el abastecimiento siempre habían estado garantizado y siempre a los mismos precios; no había abundancia, pero era un sistema que parecía perfecto para los rusos, satisfechos de no tener que pensar en el mañana.

Pero la brusca transición a la economía privada, con las liberalizaciones de Yeltsin en 1992, fue aún más traumática, porque la nada fue reemplazada por el espejismo de todas las posibilidades y todos los bienes materiales que de pronto aparecieron en los puestos de todas las calles. Se ofrecían alimentos y bebidas, ropa y utensilios a precios astronómicos, con marcas de producción occidental nunca antes vistas ni en Rusia ni en Occidente, o de producción propia e improvisada, obligando a todos a abandonar su trabajo honorable y cualificado y reducirse al papel de vendedores ambulantes y mercachifles. El libre mercado apareció como un monstruo que aniquilaba toda identidad y toda ideología, provocando en el alma de los rusos un sentimiento de humillación aún más profundo que el colapso del régimen anterior.

Una vez más, como en sus orígenes durante el yugo tártaro, fue la gran Moscú la que mostró el camino para la recuperación de Rusia. Ni siquiera fue el presidente Yeltsin quien encabezó el renacimiento, sino el alcalde de la capital, Yuri Luzhkov. Tras los primeros años de total desorientación, él fue capaz de establecer reglas entre todos aquellos que querían participar en el reparto del pastel que se estaba cocinando, sin necesidad de matarse y destruirse unos a otros como ocurría casi a diario, y construyó la pax oligarchica que él supo gobernar durante varios años antes de ser depuesto definitivamente por Putin en 2010. Comenzó una grandiosa tarea de renovación de la metrópoli, de sus edificios y de sus calles, aprovechando el capital que se acumulaba en los cientos de bancos de los "nuevos rusos", y sobre todo la generosa financiación que llegaba de los países occidentales, a los que se consideraba modelo de inspiración. El término más utilizado en aquel momento para definir el cambio que se estaba produciendo era evroremont, la "reconstrucción al estilo europeo", para convertir a Rusia en un país "civilizado y moderno" a la par de Alemania o Estados Unidos.

Hubo muchos cambios simbólicos, como la demolición del lúgubre hotel Inturist, que dominaba la ulitsa Gorkovo, la gran avenida que comienza en el Kremlin y llega hasta Leningrado, y lleva el nombre del poeta estalinista Maksim Gorki. La ulitsa recuperó su nombre original de Tverskoj Prospekt, la ruta hacia Tver, la antigua adversaria de Moscú en la ruta del norte durante el dominio tártaro, sometida más tarde por el primer gran príncipe que soñó con Moscú como la Tercera Roma, Iván el Grande, el abuelo de Iván el Terrible. Leningrado también recuperó el título occidentalizante de "Sankt-Petersburg", la "ciudad de San Pedro", como la llamó su fundador Pedro el Grande, que la había concebido como una nueva Roma y "ventana hacia Europa". La gran Plaza del Manège, que conduce desde la avenida hasta la Plaza Roja del Kremlin, fue excavada para construir un grandioso centro comercial al estilo de las ciudades norteamericanas, donde incluso con temperaturas bajo cero fuera posible divertirse y hacer compras.

Sin embargo, el principal símbolo del renacimiento fue otro edificio, en el lado opuesto del Kremlin, a orillas del Moscova. El río se llama como la ciudad, Moskva,  aunque en realidad es la ciudad la que toma su nombre del río. Moscú era un "cruce de caminos" (eso es lo que significa el nombre) entre las rutas fluviales para el comercio que se extendían desde el norte hacia el sur, la antigua “Ruta de los varegos a los griegos”, la verdadera razón económica del nacimiento de la Rus de Kiev. Incluso el nombre de la primera capital significa precisamente "el puente de Kyj", el comerciante varego que pensó en unir las dos orillas del Dniéper, creando la primera gran conexión entre Europa y el norte escandinavo y asiático. Allí, junto al Kremlin, se volvió a levantar la catedral de Cristo Salvador, la gran iglesia construida en las décadas posteriores a la victoria sobre Napoleón para celebrar la grandeza de la Rusia imperial. Stalin la había hecho volar por los aires para demostrar la superioridad del comunismo sobre el oscurantismo del cristianismo ortodoxo, y en su lugar debería haberse levantado el gran palacio del Partido, coronado por una estatua suprema de Lenin, el nuevo dios de la Rusia atea.

Pero los cimientos no resistieron junto al río, y en el lugar de la iglesia se construyó la gran piscina al aire libre Moskva, donde se podía nadar con veinte grados bajo cero en el aire y veinte sobre cero en el agua. Era el lugar de la vida soviética despreocupada, aunque al final la austera catedral volvió a imponer la sumisión al poder patriarcal. En los años de Luzhkov, sin embargo, el patriarca ortodoxo Aleksij II era una figura hierática pero muy poco imponente, porque la Iglesia ortodoxa todavía estaba deprimida debido a la desaparición de su principal patrocinador, el Partido Comunista. Por eso la consagración estuvo más bien dedicada al alcalde y al presidente, que se declaraban "ateos ortodoxos", y fue inaugurada en 1997, en el solemne jubileo de los 850 años de la fundación de la ciudad de Moscú. En efecto, el 1147 fue el año en que uno de los príncipes de Kiev y Vladimir, Yuri Dolgoruki (“Jorge el del Brazo Largo”) inauguró la estación de correos en el cruce de los ríos, que nunca podría haberse convertido en la “ciudad madre” de Rusia sin el floreciente comercio respaldado por los acuerdos con los kanes tártaro-mongoles, los verdaderos padres fundadores de la capital del imperio euroasiático.

Cuando llegó al poder Vladimir Putin, originario de Leningrado, el ansia de gloria se trasladó a la capital del norte, y los primeros años de Putin estuvieron dedicados al evroremont de San Petersburgo que se celebró en 2003, trescientos años después de su fundación. Sin embargo Piter (como lo llaman los rusos, recordando la primera variante holandesa del nombre, Sant Piterburch) ya es por naturaleza muy occidental y no pudo rivalizar dignamente con la gran mezcla moscovita de Oriente y Occidente. Entonces en 2010, cuando estaba lanzando las primeras bombas sobre Georgia, Putin decidió cambiar de estilo: ya no "imitar" a Occidente, sino superar y "ganar" a Occidente, como en los tiempos gloriosos de Stalin, que había construido los edificios más altos, más amenazantes y más desagradables de la historia de la arquitectura. En lugar del rey de la mafia Luzhkov, que ya no era necesario con el dominio de la única mafia putinista, se hizo venir del Lejano Oriente al confiable Sergei Sobyanin, reelegido alcalde a perpetuidad incluso en la única competencia en la que se permitió participar al último héroe de la disidencia, Alexei Navalny. El alcalde hizo realidad el sueño de Putin: un Moscú resplandeciente y limpio hasta el último rincón, con centros comerciales y salas de conciertos inmensamente más grandes y suntuosos (en realidad bastante grotescos), donde el pueblo ruso pudiera sentirse feliz de vivir en el país más extraordinario del mundo, el Mundo Ruso.

Con la guerra en Ucrania y las sanciones internacionales todas las empresas extranjeras abandonaron esos centros, McDonald's fue reemplazado por su patética imitación rusa Vkusno–i Tochka! (“¡Sabroso y punto!”), el nombre que se daba a los puestos de comida callejera de la época soviética. Y a pesar de los incesantes concursos y fiestas "patrióticas", en los dos últimos años los grandes espacios de la nueva Rusia ya habían quedado vacíos y melancólicos, y sólo se usaban para ir a aplaudir por encargo a los cantantes que gritan "¡Soy ruso y voy hasta el fondo!". Hasta el fondo se hundió el Krokus, uno de los más pomposos y redundantes, y en vez de la gloria sólo ha quedado la cruz.

Ahora los rusos tienen miedo de salir de su casa y de subir a un taxi conducido por un tayiko (casi todos los taxistas de Moscú son tayikos), las manifestaciones públicas se han suspendido (las oficiales) o prohibido (las "diferentes"). Los católicos de la capital no pudieron celebrar el Vía Crucis el 23 de marzo, al día siguiente del atentado terrorista, ni siquiera en el patio de la Catedral de la Inmaculada Concepción, y fueron obligados por la policía a permanecer en el interior. El patriarca de Moscú, Kirill, comenzó la Semana Santa convocando una sesión extraordinaria del Consejo Panruso Universal - la asociación teológico-política que él mismo fundó en los años '90 y que inspiró la ideología del russkij mir - para proclamar que "el nacionalismo ruso no existe en la naturaleza" y que no hay que culpar a todos los tayikos, sino persuadir a los pueblos de que les conviene unirse a los rusos, tal vez recitando más letanías para ganar la guerra. Salvo que Cristo prometió una victoria diferente, subiendo a la cruz, destruyendo el Templo y resucitando en el huerto donde Magdalena lo busca desesperadamente, donde la humanidad busca el rostro del Señor de la paz y de la vida verdadera.

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