18/05/2022, 13.31
RUSIA
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La fuga de los propagandistas putinianos

de Vladimir Rozanskij

El de Marina Ovsyannikova no es un caso aislado. Muchos periodistas se han trasladado a Georgia o Asia Central. Como máximo el 10% de los periodistas y operadores de televisión apoyan la guerra en Ucrania. Los que están pensando en irse sueñan con una visa de Polonia o de Estados Unidos. 

 

Moscú (AsiaNews)- El caso de Marina Ovsyannikova, la periodista rusa que causó sensación a finales de marzo por mostrar un cartel contra la guerra en el telediario, parece estar lejos de ser aislado. Un directivo de la televisión rusa, bajo condición de anonimato, reveló a Theins.press que “como máximo el 10% de los periodistas y operadores de televisión apoyan la guerra en Ucrania", y si algún país europeo estuviera dispuesto a acogerlos”, "huiríamos como los cientos de intelectuales antisoviéticos de 1922 que salieron de Rusia en el 'barco de los filósofos'”.

Las renuncias masivas de los periodistas rusos comenzaron precisamente después del episodio de Ovsyannikova y la posterior salida del canal NTV de Lilja Gildeeva, quien desde 2006 era uno de los rostros más queridos por la audiencia televisiva. A muchos les gustaría seguir su ejemplo, pero esas primeras dimisiones han impuesto un bloqueo desde arriba a todos los demás. No obstante, la mayoría trata por todos los medios de no salir al aire con proclamas propagandísticas a favor de la operación contra el "ucronazismo". Pero algunas de estas negativas están haciendo ruido, como la de una conductora de Rossija 24, Maria Gladkikh, y la de Stanislav Kulik de Moskva 24, dos canales muy populares.

El directivo entrevistado explica que los demás “hacen todo lo posible para no ensuciarse las manos con sangre y barro, y buscan posibles salidas”, a veces con la técnica de la “huelga blanca” -que en Rusia se llama “huelga a la italiana”- en la que cada uno se limita a hacer lo mínimo indispensable para no tener problemas, pero evitando cualquier compromiso que les obligue a exponerse. Hasta los mismos directivos respaldan esta posición, muchas veces comparten sus motivaciones y asignan tareas “neutrales” o reportajes sobre la naturaleza que se deben realizar en lugares distantes, para no quedar involucrados.

En los estudios de televisión han aparecido sombríos "curadores", dice el directivo anónimo, que comprueban los horarios de las transmisiones y la lista de operadores, pero no pueden supervisar toda la programación de todas las cadenas nacionales y locales, de manera que solo las principales están totalmente controladas. En muchas emisiones las intervenciones contienen "señales" de disidencia, no siempre comprensibles para el público pero muy evidentes para los profesionales del sector, como denuncia la teórica de la censura televisiva Margarita Simonyan, directora de RT, según la cual "ningún gran país puede existir sin el control de la información”.

El directivo explica que en principio “hay tres categorías de operadores entre nosotros: los “técnicos”, que se limitan a cumplir órdenes y cobrar su sueldo, que son la gran mayoría, un 10% de partidarios fanáticos de la propaganda y al menos un 20% que está decididamente en contra de la guerra”, y se pueden reconocer por el grado de implicación emocional en los contenidos de los distintos canales.

Los que pudieron, se trasladaron a Ereván o Tashkent, renunciando a su carrera y a cualquier otra ambición, como el directivo entrevistado que está a punto de emigrar a Armenia. "Nuestro sueño sería que Polonia, o algún otro país cercano a nosotros, hiciera una convocatoria para todos los periodistas de televisión de Rusia y nos diera una visa y ayuda para mantenernos. No haría falta un barco de filósofos, escaparíamos a pie mañana mismo". Una ejecutiva del canal público de televisión de Moscú, en cambio, hizo todo el trámite para obtener una visa para Estados Unidos. Se la negaron por miedo a que fuera una propagandista putiniana, cuando en realidad es una convencida pacifista

Muchos se sienten rehenes de la propaganda, pero debido al trabajo que realizan se los considera soldados del régimen y son “víctimas de una doble cultura de la cancelación”, según el entrevistado. "Muchos de nosotros estamos recurriendo a psicoanalistas, que nos recetan dosis masivas de medicamentos antidepresivos, y otros ahogan en alcohol, según la tradición rusa, el estado de desesperación en el que hemos caído".

 

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