25/02/2023, 13.28
MUNDO RUSO
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La guerra de Rusia y la distracción como fuga

de Stefano Caprio

Los tonos exagerados y la vacuidad de los contenidos han producido un efecto soporífero y mortal en el alma de los ciudadanos rusos, sumidos en el desaliento por el temor a nuevos reclutamientos obligatorios. Y una discusión surrealista en la web sobre el queso gorgonzola muestra, mejor que cualquier otro ejemplo, el deseo de los rusos de "no involucrarse", de rebelarse contra los sentimientos de culpa y de tomar distancia de la retórica de los "valores tradicionales".

 

Ha pasado ya el primer aniversario de la invasión rusa y el mundo entero observa ansiosamente a Ucrania con la esperanza de que no se llegue al segundo. Se multiplican las intervenciones y llamamientos provenientes de las más altas y nobles instancias, desde las constantes apelaciones del Papa Francisco hasta la resolución de la ONU para poner fin al conflicto que todos apoyaron salvo unos pocos países amigos de Rusia, a los que se ha sumado Malí, testimonio de los éxitos en África del Grupo Wagner, mucho más rotundos que en Ucrania. India y China volvieron a abstenerse, y Beijing ha elaborado propuestas de paz universal, en las que se dice que se debe proteger a Ucrania pero no condenar a Rusia, dado que la guerra fue instigada por Estados Unidos.

Los líderes del G7 se reúnen a distancia junto al héroe de Occidente, el presidente ucraniano Zelenskyj, ícono moderno de los valores de la libertad y la democracia, contra el que arremete el cada vez más frenético Putin desde las tribunas del Senado y el estadio Luzhniki de Moscú. Parece evidente que ninguna negociación de paz es posible entre los dos grandes antagonistas, que recuerdan con tintes grotescos el enfrentamiento entre Churchill y Hitler. En todo caso, podría haber un acuerdo global entre Biden y Xi Jinping, en los paños de Roosevelt y Stalin, para inaugurar la nueva guerra fría del tercer milenio, quizás reuniéndose nuevamente en Yalta, Crimea, escenario de la "neutralidad armada" entre Oriente y Occidente.

Las proclamas de Putin adquieren tintes de Grand Guignol en canciones populares de la era soviética reescritas con versos lúgubres e inquietantes, como postales de la "danza macabra europea" que recuerdan el final de la Primera Guerra Mundial, a la que tanto se parecen las trincheras rusas en Ucrania. A los cien mil ebrios partidarios, reunidos con generosos incentivos a quince grados bajo cero, Putin les ofrece visiones místicas del "Padre Nuestro", oración con la cual nos convertimos en una verdadera Patria y en una verdadera Familia, no como el dios "gender fluid" de los anglicanos, cuyas liturgias convertirían a los hombres en pedófilos depravados. El patriarca Kirill bendice al presidente en el Día de los "defensores de la patria", nuevo título de la fiesta del Ejército Rojo, que en la época soviética marcaba el 23 de febrero como el "triunfo del varón", antes del feminismo de Estado del 8 de marzo. Según el jefe de los ortodoxos patriotas, "gracias a los grandes sacrificios de nuestros antecesores se defendió el derecho a la vida, a la libertad y a la independencia de nuestro país, sobre el que sopla el viento de la gloria imperecedera, impresa para siempre en las páginas de la historia de la patria… honramos la memoria de quienes forjaron el oro de la victoria, desde la retaguardia hasta el frente de batalla, con coraje y audacia, entregando su vida al servicio de la patria”.

A continuación todos están esperando el gran avance del ejército de Putin, que finalmente entra en Kiev como los batallones del mariscal Žukov en Berlín en 1945. Sin embargo, el líder supremo no llega a prometer tanto, limitándose a lloriquear por los desaires de Estados Unidos y desatando la ira del "cocinero" Prigozhin, quien, para demostrar su superioridad por encima de todos los generales rusos, arremete con sus mercenarios contra otra mísera aldea ucraniana, perdida en medio del barro de los afluentes del Don. Putin habló durante horas sin despertar ninguna emoción real en su auditorio, y sólo el férreo control de los servicios fotográficos y televisivos evitó que se vieran los bostezos de los jerarcas encadenados a los asientos del Consejo Federal, comenzando por el patriarca Kirill. La mayor amenaza de Putin fue la negativa a admitir inspectores occidentales en los arsenales de armas atómicas, tal vez para ahorrarse la vergüenza de un mantenimiento deficiente.

Los tonos exagerados y la vacuidad de contenidos han producido un efecto soporífero y letal en el alma de los ciudadanos rusos, angustiados por los cargamentos de cadáveres que llegan desde Ucrania (en su mayoría soldados asiáticos y caucásicos), por el temor a nuevos reclutamientos obligatorios y la dificultad para encontrar otras vías de escape, y por la inevitable crisis económica que difícilmente pudieron evitar las vacías promesas de Putin de un renacimiento autárquico del comercio y la industria. El hastío y la depresión inducen a la mayoría de los rusos a vivir como zombis, refugiándose en la política del avestruz, fingiendo que nada de todo eso les concierne, y buscando distracciones sagradas y profanas para no verse envueltos en esa pesadilla sin fin.

Se acerca la Cuaresma ortodoxa, los fieles se dedican a freír los blinis que tanto les gustan y que consumen con crema agria, caviar y pescado crudo, bien regados con vodka, antes del comienzo formal del Gran Ayuno. La variante católica se dedica a los pončiki, los buñuelos tradicionales polacos, más dulces y livianos que las indigestas tortitas rusas. Por eso en los días de celebración histérica de la guerra patriótica, el meme más popular en el que se concentró la atención de la población rusa fue el de la “guerra del gorgonzola”. Los usuarios de Twitter enloquecieron comentando el "dramático" enfrentamiento entre la popular periodista Alena Donetskaya y el publicista Nikolai Solodnikov en el canal de YouTube de este último. Bajo el título "Belleza y vergüenza", se discute sobre la conveniencia de usar el oloroso queso con moho para rellenar los panqueques o tortitas. Nikolaj incluso se atreve a proponer la degustación del gorgonzola combinado con la fruta exótica del maracuyá, provocando la indignación de Alena: "No se pueden mezclar dos dramas, el gorgonzola mata todo lo que está vivo, incluso el aroma del maracuyá... ¡como mucho este se puede combinar con un gruyère joven!”.

Muchos comentarios hicieron notar que no parece oportuno discutir sobre gustos inverosímiles de manera tan apasionada cuando la mayoría de la población "ni siquiera tiene la posibilidad de probar estos ingredientes". Es decir que el escándalo no está centrado en el drama de la guerra y de los muertos sino en el esnobismo de "evadirse con comidas raras", mientras muchos usuarios intervienen para señalar las direcciones de los comercios donde, a pesar de todas las sanciones del mundo, “se puede comprar tanto gorgonzola como maracuyá, y a precios bastante aceptables”. Alena y Nikolaj se enfrentan en un elegante salón, fumando un cigarrillo tras otro y acompañando la disputa con piezas clásicas ejecutadas al piano, favoreciendo precisamente la fuga de la realidad, de la sangre y del hielo, de los cantos sanguinarios y de las bendiciones sacrílegas en el estadio.

La discusión sobre el gorgonzola describe, mejor que cualquier otro ejemplo, el deseo de los rusos de "no involucrarse", de rebelarse contra los sentimientos de culpa y de tomar distancia de la retórica de los "valores tradicionales", sustituyéndola por sabores que no tienen nada que ver con ninguna moral o cultura. Otra imagen simbólica que despertó la hilaridad generalizada en las redes, es la del diputado de la ciudad de Samara, Mikhail Abdalkin, quien publicó un video donde él estaba viendo el discurso de Putin ante el Senado desde una computadora, con fideos hervidos colgando de sus orejas (en ruso “echar fideos en las orejas”, lapša na uši, significa “llenarlos de tonterías”), en el que afirma que “estoy de acuerdo en todo, realmente es un buen discurso”. Los comunistas locales pidieron que fuera destituido y arrestado por "difamación y traición al Estado". Si los ucranianos descubren el heroísmo de la resistencia, los rusos reaccionan con la farsa de la indiferencia, que más que cualquier otra cosa demuestra la ineficacia de la agresión de Putin, destinada a extinguirse entre ollas y sartenes en las cocinas, o en los salones, de una población cada vez más cínica y alejada de sus "guías espirituales".

En la época soviética la disidencia tenía dos formas, una pública bien conocida en Occidente, la de escritores y poetas como Sinjavskij y Solzhenitsyn, que declamaban poemas anti soviéticos en las plazas de Moscú o denunciaban los crímenes de los campos de concentración de Stalin en grandes novelas. Era también la disidencia política y liberal de Ginzburg y Sajarov, que pedían el fin del totalitarismo, y que hoy vuelven a ser condenados y reprimidos en los pocos herederos que han tenido el valor de levantar públicamente la voz.

Pero también había una disidencia silenciosa e interior, que se basaba en la no-resistencia (nieprotivlenčestvo) y que ya predicaba en el siglo XIX el gran escritor León Tolstoi. El rechazo a la dictadura no se expresaba en acciones clamorosas dirigidas al "mundo libre", que en realidad eran casi despreciadas, que se consideraban una manera de buscar fama y éxito, y que estaban dirigidas a gente que de todos modos no conocía ni entendía a Rusia. Era la disidencia de los profesores universitarios que se dedicaban al estudio de la literatura o de la física en busca de una verdad superior a las ideologías; pero también era la disidencia de la gente común, oficinistas y amas de casa, conscientes de estar sometidos por el fanatismo de los poderosos pero reacios a conceder satisfacciones tanto a sus carceleros como a los presuntos libertadores, portadores de eslóganes e ideologías igualmente vanos y altisonantes. Es la Rusia profunda, que sobrevive en el letargo de la enemistad del mundo, a la espera de volver a la vida.

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