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KIRGUISTÁN
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Las mujeres migrantes de Asia Central

de Vladimir Rozanskij

Según datos del Ministerio de Trabajo de Kirguistán, a finales de 2024 las mujeres constituían el 55 % de los más de medio millón de kirguisos que trabajaban en el extranjero. Sin embargo, la Organización para las Migraciones denuncia su mayor exposición a la precariedad laboral, la violencia o fuertes presiones psicológicas.

Biskek (AsiaNews) - Las mujeres que se van al extranjero en busca de trabajo se encuentran en condiciones de fragilidad y escasa protección, no solo en el país extranjero donde trabajan para mantener a su familia, sino también cuando regresan a su país de origen, como ilustra una investigación de la Organización Internacional para las Migraciones, tras una encuesta realizada en Kirguistán y Tayikistán. En el extranjero, a menudo se enfrentan a actitudes despectivas y discriminatorias, mientras que en casa se les acusa de comportamientos inadecuados, con muy poca comprensión.

Ajzat, de 33 años, recuerda en Radio Azattyk sus ocho años de vida en Moscú, donde «me cansaba mucho fregando suelos y limpiando baños, mientras los rusos me miraban con aire irritado y conversaban con tono de disgusto, pero lo aguantaba para no dejar a mis hijos hambrientos». Hace año y medio regresó a Biskek y, con el dinero ganado, pudo comprarse una casita donde vive con sus hijos. Al mirar atrás, solo le vienen a la mente recuerdos oscuros, y cuenta los muchos días en los que tuvo que separarse de ellos. Al partir hacia Moscú, «tenía miedo de que mi familia se arruinara», cuenta Ajzat, que de hecho se separó de su marido cuando su último hijo tenía poco más de un año y no los vio ir al colegio, pero «ahora están conmigo y me siento muy feliz», aunque los familiares de su marido no la tratan muy bien.

Los hombres que regresan de la migración laboral con buenos ingresos son considerados héroes, mientras que hacia las mujeres siempre hay mucha desconfianza. En realidad, cada vez son más las mujeres que se van al extranjero en busca de trabajo, debido a las crecientes dificultades económicas y también porque los puestos de trabajo ahora son menos exclusivos en Rusia y en otros países, y permiten a las mujeres encontrar ofertas disponibles en muchos sectores. Según datos del Ministerio de Trabajo de Kirguistán, a finales de 2024 las mujeres constituían el 55 % de los más de medio millón de kirguisos que trabajaban en el extranjero, con un beneficio total de 3800 millones de dólares, la mitad de los cuales fueron ganados por mujeres, lo que supone el 17 % del PIB total del país. La migración casi nunca es voluntaria, sino forzada por las condiciones económicas de las familias, para pagar la educación de los hijos y devolver los préstamos obtenidos.

Algunas mujeres siguen a sus maridos en el traslado laboral, como Žajnagul, de 35 años, que en 2017 se trasladó a Moscú desde la ciudad kirguisa de Oš, con la intención de reunir lo necesario para construirse una casa. Dejó a sus hijos al cuidado de su madre, lo que le causó un gran sufrimiento hasta llegar a la depresión, y trabajaba sin descansos ni días festivos. La pareja llegó a comprar una casa con un crédito a largo plazo, pero la empresa constructora quebró y todas las esperanzas parecían perdidas, teniendo que empezar de nuevo en lo que Žajnagul define como una «lucha por la supervivencia». Después de cinco años, regresó a Kirguistán para volver a intentar trabajar en Moscú como cocinera, coincidiendo con el atentado contra el Krokus City Hall y la ola de xenofobia cada vez más opresiva y cruel, por lo que «era imposible moverse por la ciudad sola, vivíamos con miedo», hasta que consiguió volver a Oš.

Según datos de la Organización para las Migraciones, el 18 % de las mujeres que trabajan en el extranjero sufren violencia o fuertes presiones psicológicas, el 8 % de los empleadores retienen sus pasaportes y al 6 % se les reduce el salario. Más de la mitad de ellas se ven obligadas a regresar a casa por cuestiones familiares, sin poder alcanzar sus objetivos, y se quedan sin trabajo, encontrando como mucho algún pequeño empleo en el sector servicios. La gran mayoría de las mujeres kirguisas y tayikas afirman no saber a quién acudir para obtener asistencia, buscar trabajo en su país y obtener ayuda jurídica. En estos países no existen programas específicos de reintegración de los migrantes laborales, y mucho menos para las mujeres. Cuando una mujer regresa del extranjero, sus familiares intentan retenerla en casa, sin ayudarla a buscar empleo, y la migración en general se considera un problema, más que una oportunidad social.

 

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