'Nosotros, peregrinos japoneses, Roma y los pobres'
El día que se celebra el Jubileo de los pobres, ofrecemos la reflexión de un sacerdote de la diócesis de Tokio que, en la peregrinación por el Año Santo con un grupo de compatriotas, incluyó una visita a la gente que duerme en tiendas de campaña en la plaza de San Pedro. "Una invitación a no juzgar, y a ponernos cada uno en camino desde nuestra pobreza, junto con los demás".
Ciudad del Vaticano (AsiaNews) - Hoy se celebra en Roma el Jubileo de los pobres en el domingo de noviembre que instituyó el Papa Francisco cuando terminaba el Año Santo de la Misericordia, para proponer a toda la Iglesia que volviera a descubrir la invitación de Jesús, que los llamaba "bienaventurados" y a menudo señaló a algunos de ellos en el Evangelio como ejemplo. En esta jornada especial ofrecemos una interesante reflexión que se publicó en el último número del boletín mensual de la arquidiócesis de Tokio. Es el relato del P. Hiroshi Konishi - párroco de Seta, en la gran metrópoli japonesa, y responsable diocesano para el Sínodo - de una peregrinación jubilar a Roma con un grupo de católicos japoneses.
En el transcurso de un mes fui dos veces a Italia. Permítanme que les cuente sobre las personas que conocí allí.
En septiembre viajé con un grupo de peregrinos. En esos días nos emocionamos ante bellísimos paisajes, visitamos iglesias en diferentes lugares para rezar y gustamos platos deliciosos. Pero en Roma también había otra cosa que deseaba mostrar al grupo. Las personas sin hogar que pasan la noche en pequeñas tiendas de campaña, en un rincón de la plaza de San Pedro en el Vaticano. Desde los tiempos del Papa Francisco, una parte de la plaza se mantiene abierta durante la noche. La antigua oficina de correos se ha convertido en duchas para estas personas. Jóvenes voluntarios se turnan todos los días para ofrecerles ayuda. Y sobre todo es un lugar seguro, porque siempre están cerca los carabineros que vigilan. Dormir en la calle en Roma significa estar constantemente expuesto al peligro.
Precisamente por eso quería mostrarles ese “pueblo de tiendas de campaña” y, con algunas personas, salimos a pie del hotel. La plaza estaba envuelta en el silencio, como si el bullicio del día fuera una ilusión. En las pequeñas tiendas de campaña, cada una para una sola persona, se podían ver luces tenues. Caminamos en silencio, para no molestar a nadie. Inmersos en el silencio, reflexionamos y rezamos por aquellos que pasaban la noche en esas tiendas.
Sin embargo, una de las personas que iba con nosotros dijo algo que me conmovió profundamente: “El encargado de los problemas sociales de mi parroquia diría que estas no son personas sin hogar. Porque tienen una tienda”.
Me sentí descorazonado. Estaba atónito. El solo hecho de que exista una manera de pensar que define el no tener hogar dependiendo de que tenga o no una tienda de campaña me dejó sin palabras. ¿Qué comprensión rígida y distorsionada de la pobreza es esta? No tener una casa a donde volver. No tener un lugar que espere tu regreso. Eso es una gran tristeza. Incluso si alguien tuviera una casa espléndida, en el momento en que siente que no tiene un lugar al que volver, creo que esa persona vive la “pobreza” y carga la cruz de la tristeza. No se debería permitir que otros juzguen arbitrariamente la vida de una persona sobre la base de que tenga o no una pequeña tienda de campaña. Sin embargo, una parte de la Iglesia en Japón mira a la sociedad con ese tipo de prejuicios arrogantes. Es un signo de “pobreza” espiritual.
En octubre volví a Roma acompañando al cardenal Kikuchi (el arzobispo de Tokio, ndr). El motivo era la ceremonia de toma de posesión en su iglesia titular. Esa parroquia (San Giovanni Leonardi en Torre Maura ndr) se encuentra en la periferia de Roma, en una zona bastante pobre. Y sin embargo, nos recibieron con gran calidez. Niños, jóvenes, adultos, ancianos... todos se alegraban y acogían como a uno de ellos al alto prelado que había llegado de tierras lejanas. Fue una bienvenida sencilla, sin ostentación. Probablemente cada uno de ellos carga su propia cruz en la vida. Cada uno vive alguna forma de “pobreza”. Y precisamente por eso nos recibieron con los brazos abiertos a nosotros, japoneses, unos perfectos desconocidos. Fue realmente “un regalo”.
Después de esa noche llena de emoción, fuimos con el cardenal Kikuchi a la basílica de Santa María la Mayor. Es una de las iglesias que tiene una Puerta Santa. Allí también se encuentra la tumba del Papa Francisco. En la entrada nos encontramos casualmente con un cardenal. Estaba sentado en una silla sencilla, no llevaba vestiduras cardenalicias sino una camisa con alzacuello y una pequeña estola desgastada. Nos contó que va todos los viernes por la tarde para impartir la bendición a quien lo desee. En el mundo hay muchos fieles que evitan el sacramento de la reconciliación. Hay personas que, aún deseándolo, no pueden recibir la Eucaristía debido a las heridas de su vida. Quizás es para estas personas que aquel cardenal quiere ofrecer por lo menos la bendición de Jesús.
El que recibe la bendición probablemente no sabe que ese hombre es un cardenal. Y ciertamente el cardenal no se presenta como tal. Lo que sucede allí es un encuentro entre Jesús y la persona, mediado por la “pobreza” que nace de las dificultades de la vida. El cardenal también intenta vivir esta “pobreza”, con una actitud digna y límpida. Quizás vivir a Cristo significa precisamente asumir una actitud como esta.
Durante nuestra estancia en Roma se publicó un nuevo documento del Papa, la exhortación apostólica Dilexi Te, que comienza con las palabras “Yo te he amado” (Ap 3,9) y que une al pontífice anterior con el Papa León XIV. Es una advertencia para aquellos que juzgan al mundo y a la Iglesia con una visión rígida de la pobreza, y al mismo tiempo es una invitación dirigida a todos a vivir la “pobreza” que nace de las dificultades de la vida.
Que cada uno de nosotros pueda caminar en la “pobreza” junto con muchos otros.
*responsable del Sínodo para la diócesis de Tokio y párroco de la iglesia de Seta
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