30/10/2025, 14.47
COREA DEL NORTE
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Cuando los trabajadores de Pionyang levantan la cabeza

de Andrea Ferrario

Los recortes en los encargos de China y el derrumbe de los salarios están provocando un auge del trabajo informal en Corea del Norte. Pero también crecen las tensiones entre los obreros que Kim vende como mano de obra a Beijing, alimentadas por las deducciones cada vez mayores de sus salarios para aumentar los ingresos del gobierno de Pyongyang. Ahora el nuevo eldorado del régimen ha pasado a ser Rusia, donde el aislamiento lingüístico y cultural es mucho más fuerte.

 

Milán (AsiaNews) - Cuando se habla de trabajadores norcoreanos, la reflexión suele oscilar entre dos extremos igualmente distorsionados: por un lado, la indiferencia casi total; por el otro, una representación caricaturesca que los reduce a engranajes sin voluntad. La realidad que emerge de la información disponible es diferente, más compleja y dramática precisamente porque está atravesada por tensiones reales y formas de resistencia que ponen en tela de juicio la imagen del autómata pasivo.

El trabajo dentro de su país

Dentro de Corea del Norte el trabajo oficial hace tiempo que dejó de garantizar la subsistencia. Los salarios del Estado rondan entre los cuatro o seis dólares al mes, mientras que el precio del arroz se ha duplicado desde 2020 y llega casi a los 6.000 wones norcoreanos por kilo (equivalentes a unos 30-40 centavos de dólar). El salario se ha convertido en una ficción administrativa. La supervivencia depende del trabajo informal y de las actividades ocasionales.

En los últimos dos años esta precariedad se ha agravado debido a la fuerte reducción de los pedidos de subcontratación procedentes de China. La automatización en las fábricas chinas de bordados, pelucas y pestañas postizas, rubros tradicionales de exportación de Pyongyang, ha eliminado una de las principales fuentes de ingresos para los núcleos familiares norcoreanos. En su lugar ha proliferado el trabajo jornalero, empleos precarios en la construcción y la agricultura estacional a menudo pagados en especie más que en dinero. La retórica socialista de la asignación estatal del trabajo convive con la realidad de tener que ingeniárselas a diario para conseguir alimentos y combustible.

Mientras tanto, el régimen ha respondido a la crisis económica intensificando el control ideológico en los lugares de trabajo. Todos los trabajadores deben participar en sesiones semanales de estudio sobre las directivas del partido. Las campañas de movilización para grandes obras, supuestamente voluntarias, son de hecho obligatorias, y quienes no participan se arriesgan a ser excluidos de la ración de alimentos, cuando las hay. En varias provincias, sobre todo en el Nordeste, el gobierno ha intentado imponer horas extras para compensar las deficiencias de producción. En Hyesan la orden fue revocada tras las protestas informales y la disminución  del rendimiento, señal de la creciente tensión entre los objetivos del régimen y la capacidad de una población exhausta. El trabajo en Corea del Norte ya no es un instrumento de redistribución, si es que alguna vez lo fue. Se ha convertido en un dispositivo de control social que choca con una realidad material cada vez más precaria, provocando grietas en el sistema.

El caso chino

Este panorama de presiones convergentes explica en parte lo que sucede más allá de la frontera. Durante décadas, el envío de trabajadores a China le ha proporcionado a Pyongyang una salida económica y política, pero en los últimos dos años el mecanismo se ha endurecido en ambos lados. En octubre de 2024 cerca 4.000 trabajadores norcoreanos fueron repatriados desde la ciudad china de Dandong en un solo mes y el flujo ha continuado, aunque a menor ritmo, en los meses siguientes. Las autoridades chinas se han centrado sobre todo en las pequeñas fábricas con menos de doscientos empleados que operan en los sectores de la confección y el ensamblaje electrónico. Paralelamente, se han multiplicado las deportaciones colectivas por infracciones administrativas mínimas, en un contexto de rigidez disciplinaria cercana a la esclavitud. Las salidas no autorizadas o la posesión de objetos para enviar a casa son causa suficiente para la deportación.

Para los trabajadores que se quedan, las condiciones se han deteriorado rápidamente. Las jornadas pueden durar hasta trece horas sin pago de horas extras, y en algunas fábricas, la única «bonificación» consiste en raciones adicionales. Sin embargo, el problema más grave son los salarios. Las promesas iniciales hablan de 2.000 yuanes al mes, pero los pagos reales oscilan entre 300 y 700 yuanes. El resto es retenido por los funcionarios norcoreanos que administran las cuentas donde se depositan los salarios, una vez descontadas las "participaciones" en divisas destinadas al Estado. Estas participaciones pueden llegar hasta el 70% de los ingresos y, desde el 10 de marzo de 2025, han sido duplicadas por decreto de Pyongyang.

Precisamente a mediados de marzo de 2025 estalló el descontento acumulado en una planta de procesamiento de pescado en Dalian. Los trabajadores norcoreanos habían recibido un inusual permiso de cinco días, que probablemente los funcionarios consideraron una concesión suficiente para aliviar las tensiones. Pero cuando solicitaron acceso a sus ahorros acumulados, se encontraron con una negativa rotunda. La situación se agravó rápidamente. La intervención de ciudadanos locales evitó lo peor y los directivos distribuyeron luego sumas mínimas imponiendo silencio. El incidente no es aislado. Ya en enero de 2024, en la ciudad china de Jilin, obreros norcoreanos exasperados porque hacía muchísimo tiempo que no recibían sus salarios agredieron a un supervisor, quien murió posteriormente a causa de las heridas.

China representa hoy la paradoja de un lugar de oportunidades que se ha convertido en jaula. Las autoridades chinas colaboran activamente en el control disciplinario de los trabajadores norcoreanos y al mismo tiempo las fábricas chinas automatizan los procesos de producción, eliminando precisamente aquellos encargos de subcontratación que durante años constituyeron la razón de ser de todo el sistema. Los trabajadores se encuentran así atrapados entre dos mecanismos de poder que convergen para hacerlos superfluos, con perspectivas cada vez más sombrías.

Rusia como nuevo frente

Mientras China restringe los canales de empleo e intensifica las repatriaciones, Rusia se abre, ofreciendo nuevas oportunidades para la mano de obra norcoreana. Entre 2024 y los primeros meses de 2025 miles de trabajadores fueron trasladados a la Federación Rusa para trabajar principalmente en la construcción y la tala de árboles en Siberia. Su número sigue siendo incierto, y va desde unas pocas hasta varias decenas de miles, dependiendo de las fuentes. En cuanto a la remuneración, análisis surcoreanos estiman una remuneración bruta promedio de alrededor de 800 dólares mensuales, aunque solo una mínima parte de esa suma llega realmente a los trabajadores. El mecanismo para eludir las sanciones de la ONU que prohíben esta "exportación" de trabajadores norcoreanos está bien establecido y consiste en visas de estudiante o encubrimientos formales que ocultan los contratos de trabajo reales. Algunas investigaciones periodísticas mencionan colocaciones incluso en grandes empresas rusas de distribución y logística, señal de que el ámbito laboral se está ampliando. Pyongyang también ha iniciado negociaciones para enviar personal sanitario, como parte de una colaboración más amplia que incluye la construcción de un hospital y programas de formación médica.

En Rusia, al igual que en China, el gobierno norcoreano ha impuesto un fuerte aumento de las cuotas en divisas que los trabajadores deben pagar mensualmente al Estado. En Sajalín, por ejemplo, la cantidad exigida a cada empleado se ha duplicado, pasando de 62.000 a unos 124.000 rublos. Dado que las empresas rusas pagan la totalidad de los salarios directamente a los representantes de Pyongyang, esta duplicación se traduce en una drástica reducción del dinero disponible para los trabajadores. Para mantener el nivel de las remesas enviadas a casa, muchos se ven obligados a extender la jornada laboral o a aceptar encargos adicionales, lo que resulta en ahorros prácticamente nulos y condiciones materiales cada vez más duras. Este modelo de explotación reproduce el ya experimentado en China, pero en un entorno más aislado y menos sujeto a la observación internacional gracias la alianza estratégica entre Moscú y Pyongyang. Rusia representa el nuevo eldorado del régimen norcoreano. Para los trabajadores significa simplemente la reproducción del sistema de explotación en un entorno diferente, con las mismas restricciones y las mismas presiones, agravadas por una mayor distancia geográfica y el aislamiento lingüístico y cultural.

El sistema laboral norcoreano se basa en un equilibrio cada vez más precario entre la obtención de divisas, el control ideológico y la capacidad de resistencia de los trabajadores. Los conflictos en Dalian y Jilin demuestran que incluso en un régimen totalitario existen espacios de contestación. En esos gestos de resistencia se vislumbra una voluntad de autonomía que quiebra la imagen de los trabajadores como autómatas pasivos.

 

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