23/12/2021, 13.02
VATICANO
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Papa: una Iglesia que es testigo de la humildad, en camino hacia el Sínodo

Participación, misión y comunión son las características de una Iglesia humilde, que se pone a la escucha del Espíritu y coloca su centro fuera de sí misma”. “ He aquí la lección de la Navidad: la humildad es la gran condición de la fe, de la vida espiritual, de la santidad”.

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – La ‘humildad’, sin la cual no se puede encontrar a Dios y tampoco al hermano y la hermana que viven a nuestro lado, es como el “estilo” del camino sinodal iniciado. Un camino que debe dar forma a “una Iglesia humilde, que se pone a la escucha del Espíritu y coloca su centro fuera de sí misma”, caracterizada por una creciente participación, misión y comunión. Una vez más, el encuentro con la Curia romana para el intercambio de saludos navideños fue para el Papa una ocasión para reflexionar “ad intra”, sobre la realidad actual y futura de la Iglesia. 

El largo discurso de Francisco partió de la consideración de que “si tuviéramos que expresar todo el misterio de la Navidad en una palabra, pienso que la palabra humildad es la que más podría ayudarnos”: “un entorno pobre, sobrio, inapropiado para acoger a una mujer que está por dar a luz” al Hijo de Dios, que no se sustrajo a la humildad de ‘descender’ en la historia haciéndose hombre, haciéndose niño, frágil, envuelto en pañales y acostado en un pesebre (cf. Lc 2,16)”.

Por lo tanto, Jesús “nos recuerda una verdad incómoda y desconcertante: ‘¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo?’ (cf. Mc 8,36). Esta es la peligrosa tentación —lo he señalado otras veces— de la mundanidad espiritual, que a diferencia de todas las otras tentaciones es difícil de desenmascarar, porque está cubierta de todo lo que normalmente nos da seguridad: nuestro cargo, la liturgia, la doctrina, la religiosidad”.

“¡Cuántas veces soñamos con planes apostólicos expansionistas, meticulosos y bien dibujados, propios de generales derrotados! Así negamos nuestra historia de Iglesia, que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida desgastada en el servicio, de constancia en el trabajo que cansa, porque todo trabajo es ‘sudor de nuestra frente’. En cambio, nos entretenemos vanidosos hablando sobre ‘lo que habría que hacer’ —el pecado del ‘habriaqueísmo’— como maestros espirituales y expertos pastorales que señalan desde afuera. Cultivamos nuestra imaginación sin límites y perdemos contacto con la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel» (n. 96). 

“La humildad es la capacidad de saber habitar sin desesperación, con realismo, alegría y esperanza, nuestra humanidad; esta humanidad amada y bendecida por el Señor. La humildad es comprender que no tenemos que avergonzarnos de nuestra fragilidad. Jesús nos enseña a mirar nuestra miseria con el mismo amor y ternura con el que se mira a un niño pequeño, frágil, necesitado de todo. Sin humildad buscaremos seguridades, y quizás las encontraremos, pero ciertamente no encontraremos lo que nos salva, lo que puede curarnos. Las seguridades son el fruto más perverso de la mundanidad espiritual, que revelan la falta de fe, esperanza y caridad, y se convierten en incapacidad de saber discernir la verdad de las cosas”.

Y también en el caso del camino sinodal iniciado, “sólo la humildad puede ponernos en condiciones de encontrarnos y escuchar, de dialogar y discernir”, para dar espacio a “la convicción de que todos somos hijos de «un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y habita en todos» (Ef 4,6). ¡’Todos’ no es una palabra que pueda ser malinterpretada!”.

"El clericalismo, que como tentación serpentea a diario entre nosotros, nos hace pensar siempre en un Dios que le habla sólo a algunos, mientras que los demás sólo deben escuchar y ejecutar. El Sínodo es la experiencia de sentirnos todos miembros de un pueblo más grande: el santo Pueblo fiel de Dios”.

En esta lógica, la Curia “La Curia no es sólo un instrumento logístico y burocrático para las necesidades de la Iglesia universal, sino que es el primer órgano llamado a dar testimonio, y por eso mismo adquiere más autoridad y eficacia cuando asume personalmente los retos de la conversión sinodal a la que también está llamada”.”Si la Iglesia sigue el camino de la sinodalidad, nosotros debemos ser los primeros en convertirnos a un estilo diferente de trabajo, de colaboración, de comunión; y esto sólo es posible a través de la senda de la humildad”.

En este sentido, Francisco evocó tres palabras clave: participación, comunión y misión, que fueron señaladas durante la inauguración del camino sinodal. 

“En primer lugar, la participación. Esta debería manifestarse mediante un estilo de corresponsabilidad. Por supuesto, en la diversidad de funciones y ministerios las responsabilidades son diferentes, pero sería importante que cada uno de nosotros se sintiera partícipe y corresponsable del trabajo, sin limitarse a vivir la experiencia despersonalizadora de llevar a cabo un programa establecido por otra persona”.

“La segunda palabra es comunión. No se expresa por mayorías o minorías, sino que nace esencialmente de la relación con Cristo. Nunca tendremos un estilo evangélico en nuestros ambientes si no ponemos a Cristo en el centro. Muchos de nosotros trabajamos juntos, pero lo que fortalece la comunión es también poder rezar juntos, escuchar la Palabra juntos, construir relaciones que vayan más allá del mero trabajo y fortalezcan los vínculos de bien ayudándonos mutuamente. Sin esto, corremos el riesgo de ser sólo extraños que trabajan juntos, rivales que intentan posicionarse mejor o, peor aún, allí donde se crean relaciones, éstas parecerían tomar el aspecto de la complicidad por intereses personales, olvidando la causa común que nos mantiene unidos”. 

“La complicidad crea divisiones, facciones y enemigos; la colaboración exige la grandeza de aceptar la propia parcialidad y la apertura al trabajo en equipo, incluso con aquellos que no piensan como nosotros. En la complicidad se está juntos para lograr un resultado externo. En la colaboración se permanece juntos porque nos interesa el bien del otro y, por tanto, el de todo el Pueblo de Dios al que estamos llamados a servir”.

“La tercera palabra es misión. Es la que nos salva de replegarnos sobre nosotros mismos”. Ella conlleva una “Iglesia en movimiento de salida de sí”, centrada en Jesucristo.  “Solo un corazón abierto a la misión garantiza que todo lo que hacemos ad intra y ad extra esté siempre marcado por la fuerza regeneradora de la llamada del Señor. Y la misión siempre conlleva una pasión por los pobres, es decir, por los ‘carentes’: aquellos que ‘carecen’ de algo no sólo en términos materiales, sino también en términos espirituales, emocionales y morales. Los que tienen hambre de pan y los que tienen hambre de sentido son igualmente pobres".

"La Iglesia está invitada a salir al encuentro de todas las pobrezas y está llamada a predicar el Evangelio a todos, porque todos, de un modo u otro, somos pobres, tenemos carencias. Pero la Iglesia también sale a su encuentro porque nos hacen falta: nos hace falta su voz, su presencia, sus preguntas y discusiones. La persona de corazón misionero siente que su hermano le hace falta y, con la actitud del mendigo, va a su encuentro". 

La misión nos hace vulnerables, nos ayuda a recordar nuestra condición de discípulos y nos permite descubrir la alegría del Evangelio una y otra vez. Participación, misión y comunión son las características de una Iglesia humilde, que se pone a la escucha del Espíritu y coloca su centro fuera de sí misma. Henri de Lubac decía: «Al igual que su Maestro, la Iglesia a los ojos del mundo, hace papel de esclava. Vive aquí abajo “en forma de esclava”. […] No es una academia de sabios, ni un cenáculo de intelectuales sublimes, ni una asamblea de superhombres. Sino que es precisamente todo lo contrario. Los cojos, los contrahechos y los miserables de toda clase se dan cita en la Iglesia y la legión de los mediocres [...]; resulta difícil, o por mejor decir, imposible al hombre natural, en tanto que sus pensamientos más íntimos no hayan sido transformados, descubrir en semejante hecho el cumplimiento de la Kenosis salvadora y el adorable vestigio de la ‘humildad de Dios’» (Meditación sobre la Iglesia, 292-293). 

“Para concluir quisiera desearles a ustedes, y a mí en particular, que nos dejemos evangelizar por la humildad de la Navidad, del pesebre, de la pobreza y la esencialidad con la que el Hijo de Dios entró en el mundo”. “Sólo sirviendo y pensando en nuestro trabajo como servicio podemos ser verdaderamente útiles a todos. Estamos aquí —yo el primero— para aprender a ponernos de rodillas y adorar al Señor en su humildad, y no a otros señores en su vacía opulencia. Seamos como los pastores, seamos como los magos de Oriente, seamos como Jesús. He aquí la lección de la Navidad: la humildad es la gran condición de la fe, de la vida espiritual, de la santidad. Quiera el Señor concedernos ese don a partir de la manifestación primordial del Espíritu dentro de nosotros: el deseo. Lo que no tenemos, podemos al menos empezar a desearlo. Y el deseo es ya el Espíritu actuando en cada uno de nosotros. ¡Feliz Navidad para todos!”. (FP)

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