24/10/2022, 15.49
CHINA-VATICANO
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Se renovó el acuerdo sobre los obispos, pero Beijing complica la vida de los católicos chinos

de p. Gianni Criveller *

Segunda y última parte del comentario del P. Gianni Criveller, misionero y sinólogo del PIME, sobre la segunda renovación del acuerdo sobre el nombramiento de obispos. "El Acuerdo se está utilizando como una herramienta para presionar a los sacerdotes. Las maravillas de lo que ocurre en las comunidades católicas de China no suceden gracias a la política religiosa, sino a pesar de ella". En este enlace, podrá acceder a la primera parte.

Roma (AsiaNews) - En el marco de la segunda renovación del Acuerdo entre la Santa Sede y la República Popular China sobre el nombramiento de obispos, hay una cuestión particularmente dolorosa: el registro civil de los miembros de la Iglesia oficial y de los presbíteros y obispos pertenecientes a comunidades no registradas (también llamadas 'subterráneas' en chino) que desean salir de la "clandestinidad". Sin este registro, las actividades pastorales son imposibles en la iglesia, de manera abierta. Luego de la firma del acuerdo, el gobierno chino decidió exigir dicho registro a las personas (y no sólo a los lugares de culto, como ocurría antes). El texto de la declaración a firmar incluye la afirmación de la independencia de la Iglesia Católica en China. Los obispos y presbíteros son presionados por las autoridades con la afirmación, absolutamente falsa, de que el Acuerdo Secreto con la Santa Sede fomenta dicho registro. El hecho de que el texto siga siendo secreto también tiene una implicación negativa para los católicos chinos: no pueden cuestionar la versión del acuerdo que brindan los funcionarios sin escrúpulos.

La Santa Sede intervino en el asunto con un comunicado el 28 de junio de 2019. En el documento, la Santa Sede dice que "independencia" debe entenderse como "autonomía". Pero admite que, por razones de conciencia, los presbíteros y obispos pueden negarse a firmar. Sin embargo, los que no han firmado se han topado con las represalias de las autoridades, que complican de múltiples maneras la vida cotidiana de los que no se someten. Por ejemplo, la aplicación de teléfono móvil que permite hacer compras y muchas otras tareas de la vida cotidiana se vuelve inviable: en China, actualmente, casi todas las transacciones monetarias se realizan de forma electrónica.

Entre los que sí se registraron, algunos sufren las críticas de familiares y miembros de la comunidad que se oponen al registro, pues consideran inaceptable que un católico, siendo sincero, pueda firmar una declaración en la que afirma la independencia de la Iglesia. Entre los que aceptaron inscribirse, muchos se arrepintieron. Quizá, como San Pablo, se sentían más libres cuando eran encadenados por ser coherentes con su fe.

Entre los observadores y amigos chinos con los que hablé, surgió este pensamiento: si la Santa Sede rechaza el acuerdo, expone a los católicos chinos a dificultades y represalias aún mayores. De modo que el acuerdo es un mal menor, diseñado para evitar males mayores. Desgraciadamente, me temo que este es el caso. Sin embargo, si esto fuera cierto, demostraría que no se trata de un acuerdo de buena fe entre dos partes diferentes, distantes, adversarios incluso, pero deseosos de encontrar un terreno común. Sería un entendimiento en el que una parte se impone y la otra sufre. De ser así, el acuerdo tendría un resultado paradójico, a saber, hacer a la Iglesia no más, sino menos libre.

Sin embargo, hay retratos demasiado benévolos de la situación católica en China en los últimos años y la afirmación de que, en general, el Acuerdo funciona. Nos parece que las cosas son más complejas. Ciertamente, no faltan cosas maravillosas entre los católicos chinos: no por la política religiosa, sino a pesar de ella; no por el éxito del Acuerdo, sino por la admirable resiliencia de los católicos chinos.

Y el diálogo con China, como con cualquier interlocutor, no debe significar la renuncia a las palabras de la verdad sobre numerosos hechos inaceptables: la falta de libertad religiosa y de derechos humanos y políticos; la represión de derechos a la que están sometidos los pueblos del Tíbet, Xinjiang y Mongolia; la supresión de la democracia en Hong Kong; los peligros para Taiwán.

A menudo nos hemos preguntado por qué China renueva el Acuerdo con la Santa Sede, pero luego vuelve dificilísima su aplicación, o la aplica lo justo para inducir al Vaticano a no desestimarlo. La cuestión es por qué China llega a un acuerdo con el Vaticano, pero hace más difícil la vida de los católicos que en los últimos 30 años. El temor es que los dirigentes de la nación no sean sinceros en este diálogo, y que tengan una agenda política distinta, que no sea honrar sus compromisos con la Santa Sede.

No cabe duda de que este acuerdo supone una importante ganancia para Beijing en términos de imagen. El Papa Francisco se muestra crítico con los poderes de Occidente y abierto a las razones de los países emergentes de Asia, África y América Latina, hasta ahora penalizados en el contexto internacional. Un acuerdo con este pontífice sólo puede ser una fortaleza en la comunidad de naciones. Se trata de un objetivo legítimo por parte del gobierno chino, pero que desgraciadamente no implica conceder mejores condiciones de vida a los católicos.

Otro punto que genera preocupación es que las autoridades chinas vean el acuerdo con el Vaticano como un instrumento para un mayor aislamiento de Taiwán. La Santa Sede es la única autoridad mundial de cierto prestigio que mantiene una relación diplomática formal con Taipéi (aunque en lo concreto, bastante relegada, a juzgar por el comportamiento de la diplomacia vaticana). La reunificación con la isla es una prioridad en la política nacionalista de Xi Jinping, por lo que China desearía que la Santa Sede eliminara todo reconocimiento de Taiwán, para que la isla vuela a “la madre patria” tarde o temprano, por las buenas o por las malas.

Es cierto que el acuerdo entre la Santa Sede y China se produjo sin que el Vaticano tuviera que romper sus relaciones con Taiwán. Este es un hecho positivo. Es un acuerdo pastoral y no diplomático, pero sigue teniendo un carácter político. Esperamos que pueda hallarse una vía para que la Santa Sede no abandone a Taiwán aunque establezca relaciones más estrechas con China.

El Papa Francisco afirmó que, aún cuando se corra el riesgo de ser engañados y a pesar de todo, no hay otro camino que el diálogo. No podemos más que concordar con esto. No hay otro camino que el diálogo. Y el diálogo con interlocutores obstinados es un reto aún más meritorio. Y es admirable que el pontífice quiera superar con generosidad y sinceridad a sus interlocutores y las dificultades que estos plantean.

Cuando señalamos las dificultades de este diálogo, no es porque queramos interrumpirlo. Es por coherencia con la información que recibimos de nuestros hermanos de China, y por respeto a la difícil situación en que se encuentran, y que nos cuentan con aprensión y dolor. Por nuestra parte, rezamos de todo corazón, y nos comprometemos en la medida de nuestras posibilidades, para que se cumplan los deseos del Papa para China y la comunidad católica de ese gran y querido país. Lo mismo deseamos nosotros y todos los católicos que aman al Papa y a China.

 

* Misionero y sinólogo del PIME


(La primera parte de este artículo se publicó el sábado 22 de octubre de 2022. Haga click aquí para leerlo)

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