06/02/2024, 11.54
PUERTA DE ORIENTE
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Turquía un año después del terremoto: unidad entre pueblos para reconstruir más allá de la emergencia

de Dario Salvi

La situación sigue siendo crítica y Antioquía una "ciudad fantasma". La contribución de Caritas para garantizar alimentos, refugio, apoyo psicológico, educación y escolarización. Mons. Bizzeti: "Harán falta al menos 10 años para saber si la región podrá recuperarse, pero soy optimista".

 

Milán (AsiaNews) - Las "piedras vivas" con las que reconstruir a partir de los escombros del pasado reciente, como nos cuenta Mons. Paolo Bizzeti, vicario apostólico de Anatolia y presidente -recientemente reelegido- de Cáritas Turquía. Y de nuevo, el fuerte sentimiento de "unidad" que "se ha creado en el seno de la comunidad", atestiguado por Giulia Longo, Directora de Programas de Cáritas Turquía, que define como "el símbolo verdadero y más concreto" en un panorama de profunda devastación. Estos son los pilares sobre los que se puede cimentar la reconstrucción de "una Iglesia diferente de la de antes", pero que parte de la elección de "permanecer a pesar de todo" en esta dramática fase de la historia de la región. Así cuentan el vicario de Anatolia y el responsable de la organización cristiana, un año después de aquel dramático 6 de febrero de 2023, una realidad todavía profundamente marcada por el terremoto, por las dificultades y las incertidumbres de la reconstrucción, en un marco que sigue siendo de una profunda y dramática precariedad. 

Emergencia persistente

El terremoto de magnitud 7,7 sigue siendo una herida abierta para Turquía (y la vecina Siria) con una realidad de grave emergencia en decenas de centros del sur y sureste, por lo que se considera la peor catástrofe natural de la historia moderna. Tras el temblor principal, se produjeron al menos 30 mil réplicas en los tres meses siguientes, y la tierra sigue temblando: el 27 de enero se registró un terremoto de magnitud 5,1 en Malatya, que volvió a despertar temores y traumas que nunca se han apagado. Las estimaciones oficiales hablan de una superficie dañada igual a la de Alemania (unos 350.000 km2) y que afecta hasta a 14 millones de personas, cerca del 16% de la población. Las víctimas oficiales ascienden a 59.259 (y 8.476 en Siria), pero, como señala monseñor Bizzeti, "la cifra real es quizá de unas 150.000" y "las proporciones del desastre son mucho mayores". Según los expertos de la ONU, 1,5 millones de personas se han quedado sin hogar y los daños se estiman en 148.800 millones de dólares (equivalentes al 9% del PIB). Ayer, decenas de miles de personas se manifestaron en la provincia de Hatay, la más afectada, para protestar contra la "negligencia" del Gobierno en materia de ayuda y reconstrucción.

En una primera fase, el Vicariato de Anatolia y Cáritas Turquía distribuyeron agua, alimentos, mantas, ropa, medicamentos, detergentes, material de limpieza, tanto en la sede episcopal de Iskenderun, como a domicilio, en las calles y en los primeros campamentos. Después se añadieron tiendas escolares para garantizar la educación y contribuir al desarrollo de los niños en un contexto de gran necesidad. En una fase posterior, las intervenciones incluyeron tiendas de campaña, cocinas de campamento, duchas-baños, recipientes y utensilios de comedor, ventiladores y frigoríficos. Decenas de miles de familias fueron asistidas con bienes, ayuda psicológica y atención médica. Sin embargo, a día de hoy "seguimos viviendo en una grave situación de emergencia" y "harán falta al menos 10 años", explica monseñor Bizzeti, "para saber si la región podrá recuperarse, pero soy optimista".

Cáritas en primera línea

En una situación muy crítica en Turquía, como en la vecina Siria, la red de Cáritas locales y Cáritas Internationalis prosigue su labor de apoyo a una población necesitada, y no pocas veces abandonada a sí misma. Un esfuerzo impresionante desplegado en los últimos meses y atestiguado por las cifras: hasta diciembre de 2023, Cáritas Turquía había distribuido más de 6.280 comidas, 4.422 paquetes de alimentos y 5.201 artículos de higiene. Al menos 121 familias recibieron material escolar y 221 subsidios para ayudarles a pagar el alquiler. La organización cristiana también proporcionó a las poblaciones afectadas 1.798 ventiladores (para aliviar el calor del verano), 9.444 paquetes de leña y carbón y 336 aparatos de calefacción para hacer frente a las duras temperaturas invernales. La precaria situación humanitaria también se ha visto agravada por las inundaciones que han asolado el país en los últimos meses, agravando la difícil situación de los desplazados. 

"Hasta ahora hemos superado las 20.000 personas ayudadas, unas 6.000 familias, concentradas en la provincia de Hatay", cuenta Giulia Longo. "Hace un año, en la primera fase, nos centramos en los alimentos y las materias primas, el acceso a la electricidad y al agua. Ahora seguimos distribuyendo comidas, seguimos hablando de tiendas contenedoras y artículos de primera necesidad, porque falta de todo. En los centros de acogida hay incendios provocados por cortes de electricidad debido a las fuertes lluvias, inundaciones, corrimientos de tierra y barro" y con la tierra que sigue temblando "también estamos recibiendo llamadas de aquellos cuyas casas son habitables" pero que temen nuevos derrumbes. El compromiso no sólo se dirige a la vivienda y el sustento, sino también a favorecer la reanudación de las actividades productivas: "Por eso -continúa el responsable de Cáritas- financiamos microproyectos que conducen a la autosuficiencia, como un establo, un taller de punto, etc.". Por último, está el aspecto educativo para que no se pierda toda una generación: "Al principio", explica, "abrimos clases en unas tiendas de campaña puestas a disposición por la diócesis" junto a la formación a distancia, una práctica ya utilizada durante la pandemia de Covid-19. "A día de hoy", subraya, "contamos con becas y planes de apoyo escolar", a los que se suman "proyectos de ayuda psicológica, recurriendo incluso al uso de clínicas móviles".

Reconstruir a partir de "piedras vivas".

Para la comunidad cristiana "el símbolo de la destrucción" es la catedral de Iskenderun, la iglesia de la Anunciación, un edificio del siglo XIX "completamente arrasado". "Un año después, la primera preocupación es volver a empezar desde las 'piedras vivas': hoy crece un nuevo edificio, una catedral hecha de personas" compuesta también por "mucha gente que quiere hacerse cristiana, catecúmenos que han emprendido el camino y laicos comprometidos en la construcción de una Iglesia viva". Un ejemplo es la entusiasta participación de decenas de chicos y chicas, también de la zona del terremoto, en las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) de Lisboa. Un grupo acompañado por el jesuita P. Antuan Ilgit que, justo el año pasado, tras la experiencia portuguesa y el encuentro con el Papa Francisco, fue nombrado auxiliar del vicariato de Anatolia. Una vocación "nacida del terremoto", pero que es al mismo tiempo símbolo de reconstrucción y de una Iglesia "cada vez más turca", como el propio obispo Bizzeti ha reclamado en varias ocasiones en el pasado. 

Volviendo a la gestión post-terremoto, ésta "presenta cuestiones críticas tanto por sus enormes dimensiones como porque la gente a menudo no está preparada para hacer frente a tragedias de esta naturaleza", y el ejemplo que aún hoy sigue en pie es Antioquía, el "corazón de la devastación: una ciudad fantasmal, de la que aún no sabemos qué se hará". Si se salvarán algunos edificios, si se arrasará todo reconstruyendo desde cero, o si se aprovechará", prosigue, "para realizar excavaciones en profundidad" y descubrir el patrimonio bajo tierra. En una perspectiva a largo plazo, si se decide construir una metrópolis moderna de rascacielos, "seguiremos necesitando planes maestros", advierte el obispo, "ideas y proyectos, una gestión que no sea clientelar. En este sentido, el Gobierno necesita mucho tiempo y quizá esté dando largas". Por otro lado, los (pocos) habitantes que quedan "muestran una capacidad de resiliencia increíble": entre los muchos ejemplos, el vicario concluye relatando "una familia que tenía una confitería y ahora sólo tiene una chabola, en la que han reabierto el negocio y han vuelto a vender caramelos". 

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