Cardenal de Teherán: de una mirada colonial a la diplomacia de la espiritualidad en «Asia occidental»
En una reflexión para AsiaNews, el arzobispo Mathieu critica la «hegemonía colonial» que distorsiona la realidad de una región «intrínsecamente multipolar». «La paz no puede construirse sobre la ideología de un mundo intervencionista supuestamente libre que deshumaniza a las poblaciones que no están alineadas con ellos». Aumenta la tensión sobre el tema nuclear: los países «E3» quieren reactivar el mecanismo de snapback, Teherán amenaza con retirarse del Tratado de No Proliferación.
Teherán (AsiaNews) - El propio nombre de Oriente Medio «delata una hegemonía colonial persistente» y enmascara «la realidad de un "Oriente Asiático" intrínsecamente multipolar». Así lo escribe el card. Dominique Joseph Mathieu, arzobispo de Teherán-Isfahán de los latinos, en la reflexión enviada a AsiaNews sobre la situación en una región azotada por «tensiones y conflictos». Una hegemonía, continúa el cardenal, que con demasiada frecuencia «se limita» a una «política de superioridad militar agresiva y expansionista» impuesta «por gobernantes sin el consentimiento de los gobernados». Por el contrario, advierte, es necesario «reconocer y valorar la dimensión espiritual de la humanidad», basarse en «principios universales» de dignidad humana, bien común y solidaridad, y promover el diálogo interreligioso para «acercarse a una 'diplomacia de la espiritualidad'».
En los últimos días, el Consejo de Seguridad de la ONU se reunió a puerta cerrada, después de que los países del llamado «E3» —Francia, Reino Unido y Alemania— decidieran iniciar el proceso para activar el mecanismo de snapback, allanando el camino para el restablecimiento de las sanciones de las Naciones Unidas sobre el programa nuclear. Mientras tanto, en el frente interno, no amaina la polémica promovida por el ala ultraconservadora por el regreso de los inspectores de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), con los dirigentes de Teherán amenazando con retirarse del Tratado de No Proliferación. Además, algunos altos funcionarios iraníes habrían admitido en reuniones privadas que Washington ha ignorado al menos 15 mensajes destinados a reanudar las negociaciones. Al mismo tiempo, los Pasdaran (Guardianes de la Revolución) han anunciado la detención de ocho personas sospechosas de haber intentado transmitir al Mossad las coordenadas de lugares sensibles y detalles sobre oficiales militares de alto rango.
Un panorama general de crisis y tensión que hace aún más urgente la advertencia con la que concluye la reflexión del card. Mathieu: en el centro de la vida cristiana está «el amor y no el dominio».
A continuación, la reflexión del card. Mathieu enviada a AsiaNews:
El propio nombre de «Oriente Medio» delata una hegemonía colonial persistente, enmascarando la realidad de una «Asia occidental» intrínsecamente multipolar. Esta terminología no es neutra; es el eco de una superpotencia occidental y sus aliados regionales, cuyo objetivo sigue siendo la dominación. Para romper el ciclo de tensiones y conflictos, es imperativo rechazar esta visión unilateral y adoptar un enfoque basado en la dignidad humana y la cooperación.
Una hegemonía de este tipo se limita muy a menudo a una política de superioridad militar agresiva y expansionista, cada vez más impuesta por gobernantes sin el consentimiento de los gobernados. Esta política implica la supresión total de los rivales o la imposición de la propia autoridad. Esta dinámica refuerza la resistencia regional y aleja así al dominador de su objetivo, que debería incluir tanto la legitimidad política como la aceptación regional. Como señala el filósofo italiano Antonio Gramsci, cualquier perspectiva alternativa a la del dominador puede parecer entonces irracional o extrema.
Una paz duradera, capaz de romper el ciclo infinito de tensiones y conflictos, se consigue mediante la diplomacia y el diálogo, con respeto mutuo y soberanía igualitaria. La paz en Asia occidental no puede construirse sobre la ideología de un mundo intervencionista «supuestamente» libre —que se sitúa en el «lado bueno de la historia»— que demoniza a las potencias emergentes mientras promueve un cambio de régimen por el bien de los ciudadanos y deshumaniza a partes de la población que no están alineadas con ellos.
Aferrarse al pasado en lugar de abrirse a un nuevo orden mundial no ofrece ninguna garantía de seguridad internacional y regional, ni de estructuras económicas e instituciones internacionalmente sostenibles. Por el contrario, nos acerca más al abismo del Armagedón.
Si existe una dominación justa, solo puede provenir de Dios, quien considera fundamentales la dignidad y la libertad de cada ser humano. Todo ataque a la dignidad, restricción de la libertad y explotación de individuos o grupos es contrario a la ética social católica.
Cualquier sistema o estructura que conduzca a la dominación injusta de un grupo sobre otro, ya sea a nivel económico, político o cultural, es inaceptable. La Iglesia se opone a toda forma de hegemonía que margina y oprime. Por eso favorece la solidaridad, la subsidiariedad y la opción preferencial por los pobres. Jesús denuncia la hipocresía de una religiosidad «exterior» carente de espiritualidad interior, que es la auténtica expresión de una relación profunda y sincera con Dios.
Reconocer y valorar la dimensión espiritual de la humanidad como fuerza motriz para la paz, la justicia y la reconciliación en el mundo —basándose en los principios universales de la dignidad humana, el bien común y la solidaridad, y promoviendo activamente el diálogo interreligioso— se acerca a una «diplomacia de la espiritualidad».
Estos valores cristianos no se imponen, sino que impregnan a las personas y a las sociedades al dar testimonio y debatir las verdades universales, respetando la diversidad cultural, incluidos los valores, las creencias y las normas sociales. Como subraya el papa León XIV: «La paz comienza para cada uno de nosotros: por la forma en que miramos a los demás, escuchamos a los demás, hablamos de los demás».
En el centro de nuestra vida cristiana está «el amor y no el dominio»: solo él es capaz de conducir a la perfección personal y social, permite a la sociedad progresar hacia el bien, reflejando el amor de Dios y el sacrificio de Cristo, manifestándose a través de la compasión, el servicio y el respeto universal de cada persona.
* Arzobispo de Teherán-Isfahán de los latinos
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