06/09/2025, 15.46
MUNDO RUSO
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El mundo ortodoxo ruso en Estonia

de Stefano Caprio

Si en Ucrania el conflicto es exclusivamente interno de la Ortodoxia, en las costas del Báltico las grandes tradiciones cristianas de toda Europa compiten por una pequeña tierra y un pequeño pueblo, en el que se concentran los destinos de todos los demás. Y uno de los campos de batalla es el histórico monasterio femenino de Pjukhtitskij, situado a solo veinte kilómetros de la frontera con Rusia.

 

Estonia está en alerta desde hace mucho tiempo por la posibilidad de una nueva "operación especial" de Rusia, similar a la de Ucrania, que, por cierto, todavía está lejos de terminar. El país más septentrional de los tres Estados que se asoman al mar Báltico, junto con Letonia y Lituania, siempre ha sido uno de los objetivos sensibles de las ambiciones imperialistas rusas. En el siglo XVI fue atacado por Iván el Terrible, cuando esta región se llamaba Livonia, con la explícita intención de imponer a Rusia como la "Tercera Roma" en toda Eurasia, desde el Báltico hasta los últimos kanatos tártaro-mongoles, y desde Turquía hasta Siberia. En Narva, el principal puerto de Estonia, a principios del siglo XVIII, el joven Pedro el Grande sufrió su derrota más humillante a manos de los suecos, comandados por el rey Carlos XIII, de quince años, y para compensar su pérdida el emperador ruso tuvo que sacrificar cientos de miles de vidas de rusos para construir la nueva capital, San Petersburgo, en la malsana laguna que se encuentra un poco más al norte, la Nueva Roma que proyectaría a Rusia sobre el Báltico y sobre toda Europa.

Ahora Narva marca la frontera -la ukraina- entre Estonia y Rusia sobre el río que da a la ciudad su nombre estonio, aunque los rusos la llaman Ivangorod, "ciudad de Iván", precisamente en honor al primer zar. Los ejércitos de ambos países están desplegados sobre las dos márgenes del río, con una evidente desproporción a favor de los rusos y crecientes temores en el lado occidental, considerando que Estonia forma parte de la UE y de la OTAN. Por otro lado, aquí también se jugó un partido importante durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Stalin firmó un pacto con Hitler por intermedio de los ministros de Relaciones Exteriores Viacheslav Mólotov y Joachim von Ribbentrop, el 23 de agosto de 1939. Los tres países bálticos fueron entregados al dominio soviético, y cuando los nazis decidieron invadir la URSS con la Operación Barbarroja de 1941 los estonios fueron los partidarios más convencidos del régimen de Hitler, con la esperanza de liberarse de la opresión de los rusos, que en caso de un ataque hoy proclamarían la "liberación de los estonios del nazismo" con mayor convicción que en el caso de Ucrania.

Más aún que Narva, los rusos reivindican la "rusidad" de la segunda ciudad del país después de la capital, Tallin, la ciudad de Tartu (Yúriyev para los rusos, Dorpat para los alemanes) sobre el río Emajygi, que según las antiguas crónicas fue fundada por el príncipe Yaroslav el Sabio, hijo de Vladímir el "Bautizador", quien posteriormente adoptó el título de Gran Príncipe de Kiev y "unificador" de los principados de la Rus'. Aquí se han sucedido los conflictos a lo largo de diversos períodos históricos, desde la República libre de Nóvgorod hasta la Orden de Livonia de los Caballeros Teutónicos, la Reczpospolita (Mancomunidad) de Polonia y Lituania y el reino de Suecia, hasta el imperio ruso y la república socialista de Estonia en la URSS. En la universidad de Tartu los soviéticos concentraron a los mejores especialistas en estudios eslavos, sobre todo el padre de la semiótica Yuri Lotman, pero también Boris Uspenski, Viacheslav Ivanov y muchos otros.

La población estonia no llega al millón y medio de habitantes, pero los porcentajes étnicos tienen un gran significado simbólico, y el 25% de rusohablantes se ven cada vez más empujados a regresar a su país de origen. La lengua estonia es de cepa ugrofinesa, que se extiende por todo el norte de Europa desde el este hasta el oeste, y está emparentada con el húngaro y el vasco, pero el ruso es difícil de erradicar de la vida cultural y social de la población. Sobre todo porque, además de las diferencias lingüísticas, también son muy importantes las religiosas, con la secular pretensión rusa de imponer la Ortodoxia a un pueblo fuertemente latinizado por los Teutónicos y, por lo tanto, ampliamente comprometido con la religión cristiana libre de los luteranos, que llegaron a Estonia en 1523, seis años después de las tesis de Martín Lutero sobre las indulgencias.

Por todas estas razones en Estonia se está produciendo un enfrentamiento "atómico" entre las denominaciones cristianas, que en ciertos aspectos es mucho más peligroso que el de las ojivas nucleares. Si en Ucrania el enfrentamiento se verifica completamente dentro de la Ortodoxia, en las costas del Báltico las grandes tradiciones cristianas de toda Europa se disputan una pequeña tierra y un pequeño pueblo, en el que se concentran los destinos de todos los demás. No es casualidad que el último patriarca de Moscú del siglo XX, Aleksij II, predecesor y "tutor" del actual Kirill (Gundiáyev), fuera un noble estonio de estirpe teutónica, como atestigua su apellido Ridiger, el "barón Alexis von Rüdiger" que encabezó la Iglesia rusa desde 1990 hasta 2008; fue obispo de Tallin desde 1961 hasta 1978 y luego metropolita de Leningrado hasta la elección patriarcal, al final de la época soviética. Siendo patriarca intentó conceder a la Iglesia estonia una autonomía similar a la otorgada a la iglesia ucraniana, que reclamaba la autocefalia, como Iglesia autónoma dentro del patriarcado de Moscú.

Sin embargo, en Estonia también había una Iglesia ortodoxa dependiente del patriarcado de Constantinopla, erigida en 1922 con un Tomos de autocefalia posteriormente suprimido por los soviéticos, que después de la caída de la URSS constituyó un fuerte motivo de discordia con el mismo patriarca ruso-estonio Aleksij, anticipando lo que luego ocurrió en Ucrania en los años posteriores. Tras la invasión rusa de Ucrania en 2022, el parlamento estonio exigió a todos los ortodoxos del país que rompieran todos sus vínculos con el patriarcado de Moscú, bajo pena de abolir su jurisdicción incorporándola a la autocéfala constantinopolitana, y al igual que en Ucrania este proceso está provocando fuertes reacciones y una gran confusión entre los fieles.

Un caso especialmente grave se refiere a uno de los bastiones de la ortodoxia rusa en Estonia, el monasterio femenino de Pjukhtitskij, a solo veinte kilómetros de la frontera con Rusia. Fue fundado a finales del siglo XIX en el lugar donde se había producido una aparición milagrosa de la Madre de Dios, llamado pjukhtitsa que en estonio significa "lugar santo", una especie de Lourdes ruso-estonio donde se producían curaciones con la inmersión en las aguas del río, y donde un campesino había encontrado un ícono milagroso de María con el Niño Jesús en la grieta de un roble. Hasta la actualidad es meta de peregrinaciones, que continuaron incluso en la época soviética, cuando el monasterio era la única comunidad religiosa femenina permitida por las autoridades de Moscú.

En el monasterio hoy viven casi cien monjas, y el Ministerio del Interior de Tallin lo ha definido recientemente como "el símbolo del mundo ruso en nuestro país, donde se entremezclan la religión, el nacionalismo y la nostalgia imperial", insistiendo en la necesidad de cerrarlo definitivamente, lo que realmente podría inducir a los rusos a invadir el país báltico. La igúmena Filaretja, superiora del monasterio, protestó enérgicamente: "Imaginen a sus hijos, que tienen un buen padre, los quieren obligar a aceptar otro padre porque tiene muchas naranjas en el refrigerador... ¿no les parece un engaño y una traición?". Las monjas se niegan categóricamente a romper con el patriarcado de Kirill, acusado por los estonios de ser uno de los principales inspiradores de la guerra de Putin.

La igúmena insiste en que "nosotras no participamos en ninguna guerra, todos lo saben, muchísima gente sigue nuestras celebraciones a través de nuestra página web; ni siquiera es necesario visitarnos directamente, escuchen por lo que rezamos, por la paz en todo el mundo... Nosotras no somos responsables de todas las palabras de nuestro patriarca, solo queremos ser fieles a nuestra tradición". Las 95 monjas viven de forma independiente, trabajando en los campos y criando animales, y tienen una gran colmena para la producción de miel, muy apreciada no solo en Estonia y en Rusia. Sin embargo, contra ellas se ensañan las acusaciones "rusófobas", como lamentan los sacerdotes ortodoxos locales, hasta el punto de que The Telegraph ha publicado un largo artículo titulado "Rusia utiliza a las monjas como espías y difusoras de su propaganda en Estonia".

Los sacerdotes de la jurisdicción constantinopolitana insisten en la necesidad de luchar contra la ideología herética del "mundo ruso", que caracteriza el "magisterio" del patriarca Kirill. El padre Aleksandr (Sarapik), párroco de la iglesia de la Transfiguración de Tallin, donde celebra la liturgia ortodoxa en lengua estonia, cuenta a Currentime la historia de su vocación, cuando de joven buscaba respuestas a su sed de renacimiento en la fe entre los luteranos, los bautistas y los católicos, hasta que se sintió verdaderamente acogido sólo en la Iglesia ortodoxa, donde recibió la ordenación sacerdotal en los años ochenta en la Iglesia patriarcal de Moscú. Cuando la Iglesia Ortodoxa local se dividió entre Moscú y Constantinopla en la década de 1990, "vimos cómo  en el mundo se desencadenaba una nueva guerra santa", cuenta el padre Aleksandr, "como si hubiéramos regresado a la Edad Media con las cruzadas contra los musulmanes, y hoy el patriarca Kirill debe responder ante Dios por sus palabras y sus acciones". En la Estonia del gran norte de Europa la gente vive a la espera de un nuevo apocalipsis, rezando en monasterios e iglesias en diferentes idiomas, y esperando que el Altísimo escuche a todos los que realmente quieren la paz.

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