El Foro Económico Internacional de San Petersburgo, ideado personalmente por Vladimir Putin, fue el escenario habitual para la proclamación del «brillante futuro» de la economía rusa. Junto a los burócratas del Kremlin, este año destacó la presencia de las hijas y familiares del propio Putin y otros jerarcas. Más que herederos de los puestos más altos, aparecieron como influencers para el público más joven.
La historia y el perfil del "nuevo monasterio", que nació en Polonia en 1885 y se estableció en Normandía en 1950 después de una larga peregrinación, hoy lo hacen especialmente popular entre los numerosos rusos que viven fuera de su país y quieren conservar su tradición sin participar en las iniciativas bélico-patrióticas de Kirill y los jerarcas rusos actuales.
Algunas palabras hostiles hacia el islam del igumen Gavriil parecen haber dado voz a un descontento muy extendido entre los ortodoxos más intransigentes, que ven como un peligro al «ejército musulmán». Las polémicas muestran una fisura en el curso «euroasiático» de la política estatal y religiosa de la Rusia actual.
Las autoridades de Estonia han reiterado en varias ocasiones que «Rusia sigue siendo la mayor amenaza para nuestra seguridad» y han comunicado su intención de abrir una nueva base militar en Narva, la ciudad dividida por el río del mismo nombre, uno de los puntos más sensibles. Sin embargo, entre la población europea se extiende cada vez más la convicción de que «no es oportuno que la OTAN defienda las fronteras con Rusia», tesis que, de hecho, también defiende la administración de Donald Trump.
Pentecostés y el "Día de Rusia" coincidieron con pocos días de diferencia. "¿Dónde estás, Iglesia mía?", se preguntó amargamente el padre Andréi Misyuk, invocando el regreso a una fe que "no soporte la mentira, no bendiga a quienes es imposible bendecir, y vuelva a emprender el camino que conduce de Jerusalén hacia lo Eterno". Mientras, en su nueva Fábula, Vladimir Sorokin habla del mundo post-apocalíptico.
En Biskek circulan anuncios en los que se promete ganar hasta 1000 dólares a la semana, el doble del salario medio mensual de un trabajador kirguís, por «trabajos» que en realidad ocultan el reclutamiento de traficantes de drogas. La acusación de tráfico de drogas en Rusia puede acarrear desde 20 años de prisión hasta cadena perpetua. Y muchos de los presos terminan directamente en el frente en Ucrania.