27/10/2025, 14.50
CHINA
Enviar a un amigo

¿La carrera por la supremacía tecnológica realmente es una ventaja para Beijing?

de Andrea Ferrario

Durante décadas China invirtió masivamente recursos en el sector inmobiliario generando una burbuja colosal. Ahora los destina a la alta tecnología, generando excesos de capacidad productiva que no hacen crecer realmente la economía. Millones de trabajadores rurales expulsados de la construcción no encuentran trabajo en los sectores "innovadores" que generan poco empleo. La alternativa sería invertir en los 900 millones de chinos que viven con diez dólares al día.

 

Milán (AsiaNews) - En Changzhou, en la provincia china de Jiangsu, se encuentra una de las fábricas más avanzadas del mundo que producen baterías para vehículos eléctricos. Es la planta de la empresa Svolt, automatizada en un 95%, un prodigio de eficiencia donde robots y maquinaria operan con extrema precisión. Sin embargo, apenas cruzando la calle se puede encontrar un gran complejo residencial con más de una docena de edificios de apartamentos completamente vacíos. Un poco más allá hay un centro comercial con tiendas de aspecto elegante pero muy pocos clientes. Son imágenes que ponen en evidencia la paradoja de la China contemporánea, un país que domina sectores tecnológicos avanzados mientras su economía se estanca y una gran parte de la población ha quedado excluida de los beneficios del progreso.

Los diarios de todo el mundo elogian regularmente los éxitos tecnológicos de China, desde vehículos eléctricos con baterías cada vez más potentes hasta modelos de inteligencia artificial que desafían a los gigantes estadounidenses. En poco más de una década el país ha saltado del puesto 43 al 10 en el Índice Global de Innovación, mientras que las inversiones en investigación y desarrollo han aumentado un 475% y China ostenta el récord mundial en número de patentes internacionales registradas. Incluso en el comunicado final del esperado Cuarto Pleno del Comité Central del Partido Comunista Chino, se le dio el primer lugar en las prioridades del nuevo plan quinquenal al énfasis en el desarrollo de la industria de alta tecnología. Sin embargo, detrás de esta fachada de éxito se esconde una realidad económica profundamente problemática. Después de tres décadas de crecimiento vertiginoso, China ha experimentado quince años consecutivos de desaceleración acompañados de un aumento constante de la deuda. La productividad total de los factores está en declinación precisamente en el momento en que las inversiones en tecnología han alcanzado niveles récord. La obsesión del régimen por la supremacía tecnológica ha creado un sistema que genera innovación pero despilfarra enormes cantidades de recursos, privilegiando el capital sobre la población y produciendo sobrecapacidad en vez de prosperidad generalizada.

El modelo de desarrollo chino se basa en un principio simple: el Estado identifica sectores estratégicos y los inunda de subsidios. Entre 2009 y 2022 Beijing implementó más de 7.500 políticas de apoyo financiero, por un costo total de aproximadamente el 4,4% del producto interno bruto. Este enfoque ha creado campeones nacionales en sectores como los vehículos eléctricos. Por ejemplo, la empresa BYD controla casi el 28% del mercado chino y más del 22% del global, más del doble que Tesla. Sin embargo, este mecanismo genera efectos distorsivos al distribuir la financiación según lógicas políticas en vez de económicas, mientras que la escasa eficacia de la legislación sobre quiebras y el acceso constante al crédito mantienen con vida a empresas ineficientes que de otro modo el mercado habría eliminado. El resultado es una sobrecapacidad sistémica en casi todos los sectores prioritarios.

China tiene más de cien fabricantes de vehículos eléctricos, muchos de los cuales acumulan pérdidas crecientes en un mercado donde la oferta supera con creces la demanda. De esa manera, los niveles de deuda necesarios para gestionar enormes existencias se vuelven insostenibles, convierten los puertos en estacionamientos para automóviles sin vender y dejan inutilizados los chips para inteligencia artificial en centros de datos recién construidos. La crisis financiera ya es evidente y más de una cuarta parte de las empresas manufactureras que cotizan en bolsa registran beneficios operativos inferiores a los intereses a pagar, en comparación con el 10% de hace solo siete años atrás. En los sectores tecnológicamente más complejos, como la aviación comercial o los semiconductores avanzados, el país sigue dependiendo fuertemente de Occidente.

El desperdicio más grave tiene que ver con las personas, considerando que alrededor de 900 millones de chinos viven con diez dólares al día a pesar de que el país destina enormes recursos a fábricas vacías y proyectos fallidos. Estas personas tienen bajos niveles de educación y salud, y un acceso limitado a la seguridad laboral, al bienestar social y a la posibilidad de ahorrar. El problema del capital humano representa quizás el obstáculo más insuperable para las ambiciones chinas. Cerca del 60% de la fuerza laboral no ha asistido ni un solo día a la escuela secundaria, como consecuencia de la expansión relativamente tardía de la educación secundaria. Pasarán décadas antes de que el país alcance los niveles de educación que Corea del Sur e Irlanda poseían cuando eran economías de ingresos medios. Ningún país del mundo ha pasado de un estatus de ingresos medios a uno alto con niveles tan bajos de capital humano. Las universidades chinas producen más doctores en disciplinas científicas que Estados Unidos, pero esta élite educada convive con cientos de millones de trabajadores sin las habilidades básicas que requiere una economía moderna.

Esta deficiencia educativa choca dramáticamente con las transformaciones en curso en la economía china. La transición del crecimiento impulsado por el sector inmobiliario al basado en la tecnología está creando una crisis de empleo de gran alcance. El sector tecnológico, por avanzado que sea, crea relativamente pocos puestos de trabajo porque es de alta intensidad de capital. Las plantas automatizadas como la de Svolt, por ejemplo, emplean a unos pocos cientos de personas. Mientras tanto, el colapso del sector inmobiliario, que en el pasado, junto con los sectores relacionados, representaba alrededor del 30% de la economía, ha dejado un vacío imposible de llenar, y hoy el país tiene más de 60 millones de unidades residenciales vacías, y los precios siguen bajando. Millones de trabajadores rurales expulsados de la construcción no encuentran trabajo en los sectores tecnológicos y terminan como conductores o repartidores en actividades precarias y mal pagadas. Este proceso ha incrementado la proporción de la fuerza laboral en la economía informal del 40% al 60% en los últimos quince años. Las señales de la desconfianza que afecta a toda la sociedad china se pueden ver por todas partes. En Shenzhen, la ciudad icónica del auge manufacturero chino, los centros comerciales están casi vacíos y los restaurantes registran una disminución del número de clientes, mientras que los ejecutivos de las empresas locales frenan las inversiones porque no esperan una recuperación de la demanda interna.

Esta configuración económica desequilibrada es el resultado de decisiones políticas deliberadas, no de errores o ineficiencias. El sistema chino canaliza miles de millones de dólares hacia proyectos industriales prioritarios mientras que los hogares enfrentan problemas como los bajos salarios y un sistema de bienestar social subdesarrollado. Las tensiones geopolíticas con Estados Unidos y sus aliados han convencido a los líderes chinos de la absoluta necesidad de la autosuficiencia tecnológica, a lo que se suma la resistencia de las empresas estatales y las administraciones locales a cualquier reforma que privilegie el bienestar de la población. El resultado es el paso de un tipo de sobreinversión ineficiente a otro. Durante décadas, China destinó recursos al sector inmobiliario generando una burbuja colosal, ahora los está invirtiendo en el sector tecnológico, generando excesos de capacidad productiva y un número creciente de empresas zombi que se mantienen con vida artificialmente.

La ironía de la situación actual es que precisamente cuando el modelo chino muestra sus profundas contradicciones, algunos gobiernos occidentales lo miran como posible referencia para sus propias políticas industriales. La experiencia china demuestra, en efecto, que los subsidios masivos pueden generar avances impresionantes en sectores específicos. Estos son éxitos innegables, pero la lección que se ignora es que no se traducen automáticamente en un crecimiento económico generalizado ni en mejoras de la productividad agregada. Se pueden construir gigantes tecnológicos pero no se puede generar productividad sin invertir en las personas, en su educación, en sus habilidades y en su capacidad de consumir.

La imagen inicial de la planta de Svolt, con sus instalaciones altamente automatizadas que operan casi vacías, representa emblemáticamente el despilfarro sistémico que aflige hoy a la economía china. Son enormes inversiones que crean muy pocos puestos de trabajo en un país donde decenas de millones de personas buscan empleo, y que están provocando un imparable aumento de la deuda. El dragón tecnológico chino puede seguir innovando y sorprendiendo al mundo con sus avances, pero seguirá siendo lento mientras arrastre la pesada cola de cientos de millones de ciudadanos que han quedado atrás por las decisiones deliberadas del régimen.

 

TAGs
Enviar a un amigo
Vista para imprimir
CLOSE X
Ver también
La guerra de Gaza y la crisis de la alta tecnología israelí: reducción de datos, pérdida de miles de empleados
07/04/2025 11:38
Teherán y startups innovadores: la nueva ruta de la seda para alimentar la economía y el desarrollo
18/11/2017 10:40
Xi Jinping redimensiona Ant Group (y Jack Ma)
13/04/2021 12:56
Beijing, multa récord de 2.300 millones a Alibaba: otro golpe contra Jack Ma
10/04/2021 12:06
Beijing estrecha el cerco sobre los gigantes de la web
16/03/2021 14:16


Newsletter

Suscríbase a la newsletter de Asia News o cambie sus preferencias

Regístrese
“L’Asia: ecco il nostro comune compito per il terzo millennio!” - Giovanni Paolo II, da “Alzatevi, andiamo”